La Playa de los Ositos

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Mirad, en el planeta Tierra, en Europa, en Cataluña, en la provincia de Barcelona se encuentra uno de mis enclaves favoritos del mundo oso aquí en España, se trata de la Playa de Balmins, lugar que rebauticé en una de mis novelas como la Playa de los Ositos.

La Playa de los Ositos es una cala nudista que encontraréis junto al cementerio de Sitges en dirección al gran hotel Meliá. Su extensión es modesta, apenas unos cientos de metros pero todo lo que acontece en ella en cualquier día de temporada es rico en sensaciones y pequeños acontecimientos eróticos.

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Son innumerables las aventuras que he vivido allí, la belleza, la sensualidad y la desnudez campan a sus anchas. Por no hablar del permanente juego de miradas cómplices, juguetonas y prometedoras que allí se desarrolla. Si el día se presenta soleado y animado (como viene siendo habitual) es muy conveniente bañarse en sus aguas puesto que estas se llenan de manos. Me encantan las historias de amor que se pueden vivir a lo largo de un refrescante baño de media hora.

En mi segunda novela de la serie Palabra de Oso, Vacaciones en el mar, Marc Kaplan, su protagonista, y el precioso osito panda Joel visitan la Playa de los Ositos en lo que será el detonador de una trama excitante llena de aventuras. En el capítulo en cuestión ofrezco una breve descripción de lo que allí te puedes encontrar. Si estás planificando tus vacaciones y recalas por esta zona de la costa mediterránea, te aconsejo que no dudes en visitarla. No se me ocurre mejor manera de describir el ambiente que allí se vive que compartir con vosotros el capítulo completo de “La Playa de los Ositos”. Apuesto a que muchos reconoceréis el aroma que desprenden sus palabras.

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“Joel llegó a su destino sano y salvo. Aquello era más bien una cala dividida en dos. El primer tramo, donde estaban las duchas y el chiringuito, estaba más bien orientado a un público familiar, heterosexual o no.

La playa de los ositos en sí no era sino una pequeña extensión de unos cien metros de longitud. Eso sí, muy bien aprovechados. Aquello estaba lleno de ositos, daddies, chubbies y cazadores, todos mezclados. Además era una playa nudista. Joel se congratuló por haber decidido acercarse hasta allí sin más demora.

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Alquiló una tumbona y una sombrilla y se preparó para su día de playa. Se desnudó del todo. Primero se quitó los pantalones cortos, luego el speedo y, por último, la camiseta. Se acomodó, repantigándose en la resistente lona azul de su hamaca, dispuesto a disfrutar del espectáculo que se ofrecía ante sus ojos. La brisa cálida le acariciaba la piel en toda su superficie, por todos sus rincones. Resultaba muy agradable. No había ninguna duda, el nudismo es siempre la mejor opción.

Aquella parecía una playa más social que la del Calipolis, más abierta al diálogo y, ejem, a la posibilidad de hacer amigos. De hecho, Joel pensó que, a juzgar por los distintos grupos que conversaban animadamente en la orilla aquello tenía un algo de patio de vecinas. Todo el mundo parecía conocerse desde tiempos muy pretéritos, había risas y camaradería. Joel se consideraba un tipo bastante extrovertido, su carácter era franco y abierto y su profesión le exigía don de gentes. Era un poco relaciones públicas, con dotes de buen comunicador. No obstante, ahora no estaba en modo trabajo y no tenía un mayor interés en hacer nuevos amigos. No se había desplazado hasta allí con tal fin. Entablaría conversación con quien quisiera pero, eso sí, cuando ésta surgiera de manera espontánea.

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Observó a la gente de la orilla. Había un daddy típico, con el pelo completamente cano, que les mostraba algún detalle de su polla a sus amigos. Estos rompieron a reír. Joel reparó con sorpresa en que conocía a dos de ellos. No sabía sus nombres, pero eran nounours parisinos, los tenía más que vistos en el Bear’s Den. Descartó la posibilidad de acercarse a ellos y saludarlos. Aquellas situaciones eran muy típicas del ambiente gay y sabía muy bien cómo afrontarlas: actuar como si no los hubieras visto en la vida. La pregunta era, ¿cuántos grados de separación existían entre un osito y otro? ¿Tres? ¿Dos? ¿Uno? Contacto. Joel quería otro tipo de contacto. Miró a su derecha y descubrió a un grupo donde predominaban los chasers. ¡Bien! Quizá una docena de ellos. ¡Estupendo! Además, juraría que estaban hablando de él, puesto que el más guapo de la pandilla señalaba en su misma, precisa y exacta dirección. Era muy moreno y, como el resto de sus amigos, llevaba la barba de rigor. Podría ser español, italiano o turco, ¿qué más daba?

–Ahora sí, esta playa es La Playa –se dijo para sus adentros.

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Decidió meterse en el agua, con el fin de descubrir si alguno de aquellos chicos iba tras él. Dio un largo sorbo de su botella de agua mineral para hidratarse, se levantó y se acercó a la orilla. El agua estaba tan fría que dudó sobre la conveniencia de bañarse. Además en aquel momento no había ningún valiente dentro. Por algo sería.

Con todo, hizo de tripas corazón y llevado por el optimismo avanzó sin pensarlo más. El shock térmico le hizo exclamar un par de tacos y, tristemente, su polla se encogió hasta alcanzar el tamaño de un garbanzo. Maldita sea. Tomó nota mental de que debía volver a aquella playa pero en pleno verano, cuando todas las condiciones climáticas fuesen óptimas.

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Tras un gran ejercicio de relativización (¿cómo serían las aguas polares?) y de autocontrol, se acostumbró a aquella temperatura y poco a poco empezó a relajarse, a disfrutar. Lanzó una mirada al grupo de chasers. Allí estaban. Parecía una pandilla muy bien avenida, como todas las demás. Si bien, percibió un matiz diferente en esta. Había algo oscuro, misterioso e indefinible en aquellos chicos. No eran como los demás grupos que conformaban el patio de vecinas que, a la postre, resultó ser la playa de los ositos. Unos minutos antes, cuando estaba en la orilla, ya había reparado en que parecían todos hermanados por algo, ¿pero por qué? La única pista que parecía apuntar en esa dirección era aquel tatuaje idéntico que todos llevaban en el mismo lugar, en la pantorrilla derecha. Joel había intentado distinguir cuál era el motivo de aquel dibujo pero, sin prismáticos, no era posible. Naturalmente, su curiosidad se había multiplicado.

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Desvió la vista en dirección a la línea del horizonte y optó por hacer un par de largos. Por fin había entrado en calor. Nadó hasta una gran boya blanca y luego regresó hasta el lugar aproximado donde había estado, en una zona donde el agua no le cubría del todo. Meó en las aguas del mediterráneo y se tumbó boca arriba haciendo el muerto. Ofreció su magnífica barriga al sol de poniente. Una reluciente redondez cuya piel húmeda producía destellos que le daban un barniz de ensoñación e irrealidad a la escena. Joel flotaba sobre el agua en perfecto equilibro, la quietud del mar lo permitía. Sentía los rayos del sol sobre sus mejillas, una cálida y muy agradable sensación que le llevó a abstraerse y confundirse con la propia felicidad del momento. Viajó hasta una dimensión de paz, armonía y silencio. Por eso le sorprendió tanto aquel chapoteo repentino y aquella voz varonil inesperada que le decía:

–Cómo flotas, tío.
Joel no entendió bien lo que le acababa de decir aquel chico. Era el más guapo del grupo. Se había llevado el premio gordo. Finalmente, había acudido a su encuentro. «Por fin he pescado algo», pensó para sí, «¡gracias divinidad de las aguas!», agradeció a Neptuno mientras caía irremediablemente presa de la sonrisa de aquel bronceado y apuesto muchacho. Y en su ingenuidad, Joel aún estaba lejos de sospechar que era a él a quien habían pescado.”

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6 comentarios en “La Playa de los Ositos

  1. Me hiciste recordar una de las partes favoritas de tu novela… Cuando viaje a España tengo que ir a esa playa, me llama mucho la atención de la sensualidad y el morbo que esta conlleva!!!

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  2. No conozco esa playa, pero he vivido 15 años en España y he estado en varias de la Costa del Sol, en Málaga. Allí cerca de Marbella existe una playa de más de un km. de largo que se llama CaboPino y que tiene la partcularidad de estar separada de la carretera por una zona llana de 1,5 km. de ancho y que sirve de un buen parking para los coches, luego tienes que subir una cuesta coronada de un bosque de pinos y luego de atravesarlo, comienza una larga pendiente en descenso hacia el mar.Las playas son medianamente anchas y hay una gran cantidad de concurrentes que se pasean solos o en parejay que de pronto, tanto los unos como los otros suben la cuesta y se internan en el bosque de pinos y allí!JODER¡ la que se arma.Existe un llamado Camino de los Elefantes que atraviesa el bosque com la GRAN VÏA y los transeuntes van mirando a der.e izq. viendo los atrayentes espectáculos, eligiendo a cual se acoplan, y cuando oscurece el parking se transforma en un bullicioso ir y venir y espiar.Te juro que vale la pena.

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    • Hola Andrés, una recomendación, las mejores fechas para visitar la playa de Balmins: a finales de junio con motivo del Gay Pride de Barcelona y a primeros de septiembre durante la celebración del Sitges Bear Week. Y un inciso: aquello que yo relato o describo se basa en mi propia experiencia durante estos últimos años como habitual de esta cala. A partir de ahí, cada cual tendrá su propia opinión. Un abrazote!

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