Supe que su vida era un desastre en cuanto vi el polvo que se acumulaba en las estanterías. El salón estaba sobremueblado y repleto de cosas feas y absurdas. Pensé que debería tirarlo todo a la basura y abrir las ventanas durante una semana entera. Era tan evidente que sentí deseos de expresarlo en voz alta. En lugar de eso, guardé silencio y me llevó hasta la habitación. Había un talonario de recetas sobre algún rincón libre y me lo imaginé con una bata blanca recetando algo de amoxicilina para cualquier cosa. Esperé mirando al techo mientras se practicaba una ducha anal. Me hablaba como si yo fuese un activo que viniese del planeta de los activos. Los movimientos de su bigote tenían la virtud de reforzar los subrayados a la manera de un secundario de comedia clásica. Confieso que me hizo gracia. Un gato apareció de algún lado y saltó sobre la cama. También él reclamaba amor, pero no era de los que se andan con segundas. Acercó su cabeza a mi regazo y disfrutó de mis caricias.
La puerta del baño se abrió y apareció el presunto doctor desnudo de pies a cabeza. Su cuerpo era suave y redondeado. Su pecho hirsuto estaba húmedo todavía y las gotas de agua se precipitaban hasta sus pies. Metí mi lengua en su boca y mi polla despertó como por arte de magia. Follamos sobre la cama de matrimonio en todas las posturas que nos vinieron en gana. Había un espejo sobre el cabecero y observé su hermoso cuerpo mientras afinaba mi juego de caderas. Me gustó la imagen pero decidí que quería aguantar un poco más. Él aprovechó para contarme sus miserias de pareja pero estuvo lejos de importarme. Era un buen tipo y merecía todo mi amor. Ya había visto todo aquel polvo en cuanto franqueé la puerta, nada podía sorprenderme.