En la distancia su pelo gris parecía envolver su cara de un modo vaporoso, casi sobrenatural. La luz se proyectaba sobre su espalda y lo dotaba de su propia fluorescencia, el contorno de su rostro refulgía y parecía flotar en la oscuridad. Debo decir que como aparición no estuvo nada mal.
La habitación por horas no es de las que esperan, de modo que en cuanto abrimos la puerta nuestros pantalones ya estaban por los tobillos. Me gustó su ancho torso y la curva de sus nalgas bajo sus calzoncillos de algodón. Me eché sobre su cuerpo y nos comimos la boca con un hambre loca, como si aterrizáramos de un viaje de ácido. Quiso follarme y no pude negarme, las cosas habían dejado de depender de mí y yo ya tenía las piernas levantadas. La electricidad alimentaba nuestras miradas mientras me daba mi merecido. Se llevaba mi pie derecho a los labios y lamía su empeine mientras movía la cintura. Eché un nuevo vistazo a su rostro áspero y pensé que todo aquello ya lo había intuido en cuanto nos dimos la mano. Aquellos ojos no podían excluir la suciedad de su mirada y yo la quería toda para mí. Era mi momento.