Tenía uno de esos cuerpos neumáticos y redondeados que tanto me gustan. Follarle era poner en marcha toda una sinfonía de sonidos íntimos, profundos y desconocidos, enchufarle la polla de una tacada y tirar de uno de sus pezones hacía que su lloriqueo se quebrase en una amplia escala de registros, después de eso solo te quedaba subir la apuesta y llegar un poco más lejos, demostrarle las posibilidades del lenguaje físico y verbal, susurrarle al oído que pensabas usarle como la puta que era sin que te importara tanto gimoteo y todo lo demás. No tuve que decir mucho más, para entonces su ojete se había dilatado tanto que declaré el día jornada de nalgas abiertas.
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