
Vi una cara conocida, alguien con quien solía follar en el pasado, un viejo amante que tenía la peculiaridad de ronronear mientras disfrutaba de su premio. En la cama o en el baño de aquel love motel del centro era generoso de un modo irresponsable, siempre conseguía arrastrarte un poco más allá, empapar tus dedos en tu propia saliva y llevarlos a su boca antes de ofrecerte su cuerpo redondeado como un lienzo en blanco. Le usé de todas las formas que mi sucia imaginación exigía, recuerdo sus tobillos entre mis piernas mientras su culo subía y bajaba ante mis ojos. Tenía una hermosa espalda y unas nalgas suaves. Era un incendio que arrasaba con todo lo que se encontraba. Para él follar era saborear la fruta madura después de un largo ayuno. Luego pasó algo y aquella irresponsabilidad suya sacudió mi mala conciencia, supongo que tenía demasiadas papeletas para ser apuntado por mi dedo acusador. Menuda estupidez la mía. Al ver su cara entre la multitud recordé aquel ronroneo y me sentí como un imbécil.
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