
Los pantalones de pana le sentaban de miedo, su culo pesado y rollizo me transmitió esa idea de solidez que siempre ando buscando. Era un señor y ya no estaba para tonterías, podías verlo en su cara; sus ojos cansados habían visto demasiadas cosas, nada podía sorprenderle. Clavé mi mirada en la suya de un modo franco, poco más se podía añadir. Nos quedamos así, saboreando nuestro deseo mutuo durante demasiado tiempo, lo supimos cuando el metro se detuvo abruptamente y la fealdad que nos rodeaba volvió a tomar forma. Se bajó en aquella parada sin volver la vista atrás, pude haberle seguido pero a los dos nos pareció más elegante dejarlo allí. Nada podría estropearlo. Absolutamente nada.
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