Sherwood no podía quejarse, había tenido sus momentos en aquellas anodinas habitaciones de hotel. Había probado pollas grandes y complacientes y las había saboreado antes y después de introducirlas por su agujero del amor. Las había puesto duras con su depurado juego de lengua y su esmerada técnica de garganta profunda, luego las había cabalgado mirando al horizonte como si no hubiera un mañana y, solo por variar de postura, se había dejado empotrar durante un buen rato, hasta desplazar la cama kingsize un par de metros más allá. Para terminar, había eyaculado un poderoso chorro de leche fresca sobre su pecho caliente y se había puesto a roncar. Poco después se había despertado solo en la cama y todo hubiese pasado por un sueño de no ser por ese inconfundible escozor en su maltratado ojete. Al apretar las nalgas conseguía evocar destellos de la polla conseguida y se recreaba en aquella exquisita sensación. A decir verdad, pensaba mientras se sacudía las perezas, estaba preparado para salir a buscar algo más de acción.
Más microrrelatos
Novelas Palabra de oso