Decía que todo se limitaba al placer de «sentirse perra», de entregarse a los deseos del otro y ponerte a cuatro patas para sentir su polla furiosa taladrando tu ojete, dejarte follar hasta que tu cuerpo no fuese más que un apetitoso neumático para un sucio fin, el de dar placer y vaciar los cojones de tu hombre mientras sus piernas se ponen rígidas y sus caderas te sacuden como un puto animal. Esos segundos de profunda oscuridad tenían raros destellos de éxtasis que no puedes encontrar en otro lado, decía, un exquisito fundido a negro que rebosaba de satisfacción, la satisfacción de sentirse perra.
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