Le pregunté si me dejaría follarle y me respondió con su indiferencia habitual. «Claro que sí», dijo sin darle ninguna importancia. La vida es una víbora bien retorcida, porque era esa manera de encogerse de hombros ante la sucia pregunta lo que me calentaba como a un depredador en celo. Por supuesto, yo ya conocía la respuesta. Era ese desapego lo que buscaba, esa manera de negarle toda importancia al hecho de ofrecerme ese culo veterano y tragón para ser disfrutado por mi polla traviesa. Supongo que el siguiente paso lógico sería pedirle que hiciese un crucigrama mientras lo tenía a cuatro patas. Casi puedo verlo rellenar el 4 vertical. A decir verdad, estoy duro.
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