Entrevistas Palabra de oso: Diego Trerotola

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Diego Trerotola (Buenos Aires, 1974) representa todo lo que yo busco en un hombre, inquietud, humor, activismo queer, creatividad, espíritu punk, apertura de miras, eclecticismo y un bagaje de cultura pop que ya quisieran muchos. Dedicado al periodismo desde hace un cuarto de siglo, programador cultural, conferenciante, dibujante, miembro cofundador del primer Club de Osos de Argentina, profesor, especialista en cine experimental y de cualquier género que se te antoje, viajante, colaborador habitual del Diario Página/12, agitador y gran amante de la música, ¿qué más?, se me olvidan muchas cosas pero sirva todo esto de carta de presentación. Como comprenderéis, Bob Flesh tenía unas ganas locas de entrevistarle y, como los sueños se cumplen, aquí tenéis el resultado.

 Hola, Diego, tenía ganas de charlar contigo porque tu radar de cultura pop es impresionante y además compartimos muchos gustos. Si te parece, vamos a empezar por los años más tiernos de nuestra vida, nuestra primera adolescencia, en mi caso mis primeros mitos sexuales tienen que ver con personajes de televisión (me acuerdo ahora del Profesor Shorofsky de la serie “Fama”) y sobre todo con la figura de Bob Hoskins o cantantes como el Black Francis de los Pixies. ¿Qué iconos o personajes te ponían en aquellos años?

Creo que mi primer amor pop fue el padre de Meteoro, un gordo de bigotes que era mecánico de autos en esa serie de animación japonesa. El nombre en inglés del personaje es Pops Racer, y en la versión del cine de las Wachowskis lo interpretó John Goodman, otro sex symbol para mí que es perfecto para ese personaje, quien también encarnó a Pedro Picapiedras, otro personaje de animación que me ponía en mi niñez. ¿Habrá muchos niños que se erotizan con personajes de animación? Es un tema un poco tabú creo todavía hoy. Obviamente, el profesor Shorofsky, para quienes nos criamos en los 80 es un daddy erótico casi obligado, pero antes estaba el abuelo de Heidi, que es igual de guay. En el cine estaba Luis Politti, un actor argentino que se exilió a España durante la última dictadura y murió en Madrid a los 47 años. De adolescente yo tenía fotos de Politti pegadas en mi armario. Había interpretado muchos papeles en Argentina, pero el de La Raulito (1975), tenía mucho erotismo para mí. Entre sus últimas películas españolas hay una rara llamada FEN (Formación del Espíritu Nacional, 1979), donde Politti aparece bañándose desnudo. Le debo esa gran escena sensual a tu país.

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Ha llegado el momento de erotizar los dibus

Porque si no me equivoco (me suena haberlo leído en tu Instagram) saliste del armario a una edad temprana. No debió de ser fácil.

Empecé a vivir mi sexualidad muy joven y me puse de novio a los 16 años con Ernesto, un hombre de 49 que conocí en la puerta de un cine. Fue una relación oculta que duró cinco años y debía resguardarlo a él porque podían acusarlo en ese momento de corrupción de menores. Estaba fuera del armario solo entre amigos comunes con Ernesto, porque en mi familia y entre algunas amistades preferí no contarlo porque podían vigilar más mi vida o, incluso en esas épocas a inicios de los 90, se usaba más que ahora tratar de “corregir” la orientación sexual, mandándote al psicólogo o prohibiéndote vivir libremente. Fue difícil en algunos aspectos, porque tuvimos que hacer un noviazgo un poco disimulado, nos tomábamos las manos en la oscuridad del cine solamente, pero incluso allí una vez alguien nos golpeó. Al mismo tiempo fue una relación que me salvó la adolescencia, es que si te gusta la gente madura y tienes 16 años, entonces no podías noviar, mis amigas y amigos estaban de novios pero yo no podía. Gracias a  Ernesto, que se arriesgó a estar conmigo, pude tener el noviazgo que deseaba en mi adolescencia. Luego esperé a los 21 para decirlo a viva voz entre mi familia, y ante todas las personas que me conocieran: ya era mayor de edad e independiente y no podían hacer nada para intentar “corregirme”.

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Crítico cultural sexy e incorregible

¿Recuerdas ese momento en el que descubres que existe una subcultura asociada a tus gustos sexuales, a los osos, a los hombres maduros, a los tipos grandes en general? ¿Cómo fue?

No lo voy a olvidar nunca. Fue justo a los 21 años, un 21 de septiembre de 1996, que era la segunda vez que fui a una disco gay, que era Contramano, donde unos amigos me habían llevado porque iba la gente madura que me gustaba. Ese día en Argentina comienza la primavera, y en la disco se hacía una fiesta, estaba colmada de gente, un hombre me cogió por la solapa de mi campera y me atrajo hacia él: era Sergio, un oso hermoso, y pasé la noche y casi todo el día siguiente en su casa. En la tarde me mostró una peli porno en vhs que su ex novio, que vivía en Estados Unidos, le había regalado. Era una porno de osos, con la estrella Jack Radcliffe, yo no sabía que existían películas aún con ese tipo de cuerpos. Sergio me explicó sobre la subcultura de los osos y me dijo que miraba hombres gordos por internet en la casa de un amigo que también gustaba de hombres gordos, peludos. En esa época, 1996, muy poca gente en Argentina tenía internet en su casa, y yo casi nunca había navegado, así que eso fue lo primero que quería hacer cuando tuviese internet: ir a ver osos. Todavía estoy en contacto con Sergio, vive en Brasil hace años.

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Starring Jack Radcliffe

¿Te involucraste con algún colectivo de osos o lo viviste siempre desde fuera? 

Esa misma primera noche de primavera en Contramano conocí a Umberto, quien un año después sería socio fundador del Club de Osos conmigo y con un puñado de gente que frecuentaba esa disco. Estuve desde los comienzos en el primer grupo de osos de Argentina, fuimos quienes inauguramos y difundimos la cultura de osos en Buenos Aires y después se expandió a todo el país. Teníamos mucho entusiasmo, hacíamos reuniones públicas todos los domingos en pubs y de a poco comenzó a venir más gente. Era fines de 1997, y pronto se afianzó el grupo y comenzamos a crecer y organizarnos. Formé parte del equipo de comunicación y logramos publicar una nota de tapa en la revista gay que existía y eso disparó la popularidad de los osos en todo el país. Después empezaron las fiestas, los viajes internacionales en grupo, en el primero fuimos a Uruguay, y un montón de actividades. Tras alrededor de dos años de participación decidí alejarme del club como socio, por varias razones,  pero seguí participando de las fiestas y de algunas actividades hasta hoy. Desde hace muchos años entregan un premio anual a una figura de la cultura LGBTIQ en Argentina, y en 2014, durante la fiesta de los 17 años del Club de Osos, me lo entregaron a mí. Agradecí mucho el reconocimiento. Tengo un activismo osuno inorgánico, incluso he escrito y leído discursos en representación de osos independientes durante las Marchas del Orgullo LGBTIQ de Buenos Aires. Y también asistí a casi todas las propuestas de osos que se hicieron en Argentina, la mayoría son fiestas, a veces hay algunos eventos culturales, pero no existe una disco, un bar o un punto de encuentro público solamente orientado a osos en este momento en Argentina.

Parece ley de vida eso de que las subculturas pierden su carácter transgresor y se domestican con los años. ¿Crees que también ha pasado algo así con la movida Bear? ¿Qué opinión te merece su evolución a lo largo de sus tres décadas de existencia?

Hay una sensación ambivalente que tuve con la cultura bear desde los inicios, que me hace pertenecer y sentir cierto rechazo al mismo tiempo. En cierta forma, la cultura bear es subversiva, al incluir el deseo por cuerpos que no se consideran mayoritariamente saludables ni bellos en la medida apolínea de las representaciones hegemónicas. Gordos, peludos, viejos, son todas tipologías estéticas que aún son combatidas, dentro y fuera de la cultura gay. No digo que no haya cuerpos hegemónicos dentro de la cultura bear, como los muscle bear de tapa de revista, pero también hay mucha estética revolucionaria. En ese sentido, muchos osos enfrentan, por ejemplo, la gordofobia de una manera para mí bastante revolucionaria. Pero por otro, hay cierto machismo, cierta misoginia, transfobia, lesbofobia, que es bastante frecuente entre miembros de la cultura bear y creo que menos que hace unas décadas, pero sigue dando vueltas por las comunidades de osos. Esas dos formas coexisten aún, están en tensión permanente, lugares de osos que no dejan ingresar mujeres, por ejemplo, conviven con activistas gordos que enfrentan al sistema de salud frente a concepciones reaccionaria de los cuerpos saludables. Creo que por eso hay un ciclo de revolución y retroceso constante en el movimiento de osos. Pero definitivamente en la sociedad en general, tanto como en la cultura LGBTI, muchos osos ya no representan nada demasiado problemático ni disruptivo, están bastante asimilados.

¿Cómo has percibido dicha evolución en el caso argentino en particular, en tu ciudad de Buenos Aires?

La comunidad de osos en Argentina involucionó mucho los últimos años, porque se manifiesta más bien poco tanto en redes sociales como en lugares de encuentro. Hay menos grupos y menos actividades en general. Nunca dio un salto evolutivo. Hay bastantes personas que se identifican como osos pero casi ninguna propuesta colectiva. Lo más regular es Amerikanbears que es una fiesta variable, en general dos veces al mes, en un sector de una disco. El Club de Osos de Buenos Aires cambió bastante su política de inclusión de socios y es mucho menos reaccionaria que en sus primeros años, pero realizan muy pocas actividades al año. En el resto del país se diluyeron la mayoría de los proyectos de crear comunidades de osos. Del auge de los osos hace 15 años estamos en el momento de menor actividad.

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Con Martín, del grupo hardcore queer, Limp Wrist

Lo queer es un término que lleva usándose desde hace muchas décadas pero parece que ahora está más presente que nunca. ¿Crees que lo queer nos puede servir para englobar toda realidad sexual fuera de la norma, incluyendo la subcultura de los osos? En ese sentido, ¿crees que estamos viviendo una crisis o cuestionamiento de las etiquetas en tanto resultan excluyentes?

Lo queer se refiere a una situación de interseccionalidad, que incluye a la sexualidad conectada con muchas situaciones, pero que intenta principalemente desregular las restricciones y representaciones de las instituciones hegemónicas sobre los cuerpos y los deseos de las personas. Lo queer en realidad no cree en las identidades como totalizadoras, por lo tanto es un movimiento que no fomenta ninguna identidad cristalizada y tradicional, sea la que sea. Es decir, originalmente lo queer nace desde enfrentamiento con la cultura gay, que era un forma de asimilacionismo cultural. La cultura gay basaba sus estrategias en adaptarse a una matriz cultural, para decir “yo no soy diferente a vos”. Lo que derivaba en la creación de un gay positivo, en un modelo de vida gay que era, por lo menos, clasista y racista, que mostraba un sujeto promedio y no problemático como prueba que los gays eran como cualquier otra persona. Eso se convirtió en una política de reduccionismo aberrante, de mayoría de hombres blancos masculinos de clase media sonriendo para las cámaras. Eso continúa de muchas formas y es inaceptable para mí. Para que un oso pueda ser queer debe al menos tener un punto de vista crítico, que incluye la autocrítica, poder dejar de estar atado a una cristalización de qué es un oso, renegar a veces de esa característica o mirarla de manera perpleja. Pero sobre todo, descreer de lo que nos asimila a modos asfixiantes de pertenencia y exclusión y nos hace dóciles a fomentar la invisibilización de las diferencias propias y ajenas.

Una vez me llamaron “dramoso” (y quizá con un poco de razón) por escribir un artículo titulado La imposibilidad de expresar el deseo en el que hablaba de esa dificultad añadida a la hora de expresar nuestro amor por cuerpos fuera de la norma estética en un entorno cotidiano. ¿Cómo has llevado tú esto?

Lo llevo como puedo, a veces bien, a veces mal. Es que el deseo no se queda quieto tampoco, no tengo solo un deseo, sino un cuaderno lleno de deseos que cada vez tiene más hojas. Expresar ese juego entre movimiento y fijación que es el deseo es un tanto complicado. Y si no te gusta quien le gusta a todos, entonces, peor, parece que sos un rebelde en plan pose. Pero no, es que tampoco puedo decir exacto qué me gusta, porque en el momento en que lo digo encuentro mil excepciones. Me gustan los hombres de más de 45, de barba, canas y gordos (si tiene o no pelo en el cuerpo me da igual, lo mismo la estatura). Pero también hay miles de hombres con esas características que no me gustan nada. Y también hay hombres que no tienen una o dos de esas características y sí me gustan mucho. Y también hay mujeres que tienen algunas de esas características y me atraen. Total: toda expresión sobre el deseo es proteica. Un amigo que me gusta y que quiero mogollón siempre me dice que porque alguien para la mayoría es guapo, como George Clooney o no sé quién, es objetivamente guapo y no acepta que yo le diga que él es más guapo que Clooney. Es el juego del “universal ilógico”, que creo que lo explica Kant: cuando estás ante una belleza para ti, piensas que todo el mundo al contemplar lo mismo sentirá que es bello. Pero claro que no es así, incluso lo sabes, pero igual lo sientes. A mí me demuele de placer ver a James Gandolfini, creo que nadie podría desestimar su encanto, pero no hace falta ni hacer la prueba porque sabemos que mucha gente pasaría de él. Mejor que sea así, porque Gandolfini no alcanzaría para todos. Bueno, ahora ya no alcanza para nadie.

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No necesita presentación

Siempre digo eso de que la lengua del mainstream es el estereotipo y que a partir de ahí, vamos mal, ¿estás de acuerdo?

Es difícil, son varias cuestiones. No creo que todo lo mainstream tienda al estereotipo, es que lo mainstream es histórico, se mueve para todos lados, está en constante cambio porque necesita la novedad que la modernidad le reclama. Por eso, en algún momento, James Gandolfini fue un sex symbol bastante extendido, por ejemplo. ¿Es un estereotipo de macho? No lo sé, tal vez un poco, pero también era un hombre suave, relajado, alejado del brillo convencional y de ciertos tics de las modas, y eso pienso que lo demostró varias veces en su carrera y en su vida. Es solo un ejemplo, creo que el lugar de cruce entre lo mainstream y lo underground es un poco el sitio donde hay más chispas de revolución.

¿Cómo acabar con el capitalismo rosa?

Las políticas de los sentimientos son importantes para eso. Sentir y ser analíticos con nuestros propios sentimientos y afectos pude ser un camino de salida a otro tipo de sociedad entre las personas de la disidencia sexual. Saber que tenemos que cuidarnos entre todes, que no dependemos de instituciones sino de un vínculo profundo comunitario que puede pasar de lugares o marcas o franquicias que supuestamente nos apoyan. Formar una comunidad de afectos es importante y no se necesita más que mirar a las otras personas desde otro lugar, un punto de vista más sincero, menos egoísta, esperando poder compartir experiencias y placeres. Tenemos que saber que somos una comunidad y tenemos esa fuerza conjunta y una complicidad que nos tiene que posibilitar poder elegir los caminos sin tener que ser guiados por un circuito creado y sostenido por un mercado. Y diferenciar también quienes crean un espacio para proteger y multiplicar ese afecto comunitario y quienes están usando todo lo que crea nuestro deseo como forma de egoísmo. Y todo eso se puede hacer riendo mucho, que lo digo y parece solemne pero igual te cagas de risa.

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Como jurado del Premio Teddy en la Berlinale

Diría que has sido el primer crítico cultural en ocuparse del trabajo de Guibu en El ósculo hirsuto, a través de las dos entrevistas que le hiciste para el diario Página/12. ¿No crees que ha llegado el momento de que alguien le publique en papel toda la serie?

Guibu es un grande, y merecería ser publicado en papel. Lo he hablado personalmente con él, pero no es fácil. Además es muy perfeccionista, últimamente creo que estaba redibujando parte de los comienzos de El ósculo hirsuto. Y no solo hice sus primeras entrevistas en varios medios, la primera fue en el suplemento Soy del diario Página/12 y la segunda en la revista Inrockuptibles de Argentina, sino que soy una de las pocas personas que lo conoce personalmente. Guibu usa seudónimo, no sube fotos suyas a las redes sociales, y es un poco misterioso. Él vive en Tucumán, una provincia del norte muy lejos de Buenos Aires donde yo vivo. Pero he ido algunas veces allí y en una ocasión tuvimos varios encuentros y pude conocerlo bastante. Alguna gente que lee su comic en Buenos Aires me pregunta mucho cómo es. Pero mantengo su secreto. Incluso creo que ya hay como un mito Guibu, porque muchas veces, cuando deja un tiempo de aparecer en las redes, mucha gente inventa historias, incluso de su muerte. Lo cierto es que El ósculo hirsuto me parece un aporte fundamental a cierta mirada sobre los cuerpos gordos, maduros y el erotismo. De hecho, la historia que cuenta se enmarca fuera del universo de los osos, que no se nombran nunca, y propone también una pornografía unida con la poesía de una manera muy original.

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El ósculo hirsuto

Quería preguntarte algo sobre Página/12, un diario en el que participas tú y también gente de tanto interés como Mariana Enríquez, cuya novela “Nuestra parte de noche” me ha entusiasmado y está cosechando un gran éxito en España. ¿Sois un fenómeno paranormal en estos tiempos en los que tanto cuesta mantener un proyecto a la contra?

Página/12 todavía mantiene el nivel bastante rupturista y libre que tuvo desde el comienzo. Y, por supuesto, la gente que escribe en el diario es fundamental para eso. Mariana Enríquez es un ejemplo perfecto. Es el único diario del mundo que tiene un suplemento como el Soy, que tiene una impronta muy queer, no hay otro diario de tirada nacional que saque todas las semanas un suplemento sobre diversidad sexual e identidad de género. Y menos con esa perspectiva tan por fuera del mercado. Soy el único periodista en la actualidad que escribe desde el número cero, hace más de doce años. Mi último artículo fue una nota de tapa donde cuento mi diario de cuarentena sobre el sexting, un texto que hace quince años creo que hubiese sido inaceptable para cualquier diario por el lenguaje y el nivel pornográfico en primera persona que desarrollo.

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Hablemos ahora de masculinidades. Con motivo de la reciente muerte del director de cine Stuart Gordon publicaste un precioso texto en tu facebook en el que evocabas tu amistad con él —con notas homoeróticas incluidas— a raíz de su paso por el Festival de Cine de Mar del Plata. Además de un director de cine genial, Stuart era un daddy viril y muy guapo que representa una masculinidad heterosexual a la antigua. ¿Por qué nos fascina tanto la masculinidad de nuestros héroes? ¿Es por aquella fantasía de convertirnos en sus amantes o hay algo más?

Difícil responder eso para mí. La masculinidad en sí misma no me atrae, la verdad. Stuart era muy masculino de aspecto, es verdad, pero siempre siento que si hubiese sido la misma persona pero muy maricón me hubiese gustado igual, ni más ni menos. A ver, ni me excitan todas las expresiones de la masculinidad, ni siento rechazo erótico por las formas de lo marica o lo femenino. Es eso. De hecho tuve novios de mucho tiempo muy maricones. Yo no sé cuán femenino o cuán masculino soy, no me importa medirlo. Es que hay una combinación de cuestiones que me atraen de un hombre, y no son siempre las mismas. Y creo que tampoco me excita que un hombre sea heterosexual en la vida real. Sin embargo, miro mucho porno heterosexual para excitarme, y solo he estado en la cama con una mujer en mi vida en un trío con otro hombre. ¿Seremos muchos los putos que miramos porno hétero? No sé. No me parece mal que a alguien le excite la heterosexualidad, o le excite la masculinidad, aclaro. No es cuestionable lo que te excita, lo cuestionable podría ser que eso lo institucionalices, lo hagas un dogma alrededor del cual construyes un patrón del sexo y del afecto que creas que es un camino a seguir por los demás. Prefiero más que la persona sea amplia, que le guste pasarla bien con quien sea, si quieres llamar a eso bisexual, lo acepto, pero es otra cosa también. Es una amplitud dentro de un rango que igual todas las personas tenemos, aunque a veces vaya variando. Mi fantasía ahora es estar con alguien que no se sienta atado a mí, que se sienta libre, pero que nos queramos abrazar todas las noches, aunque no podamos hacerlo.

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Con el gran Stuart Gordon

Sin abandonar el mundo del cine, una de las cosas que he descubierto al preparar esta entrevista es tu carrera como actor, ¿estás interesado en desarrollar un carrera en esta industria o se trata de colaboraciones puntuales con amiguetes?

En Google ponen que soy actor si alguien busca mi nombre y eso es más mentira que verdad. Mi relación con el cine es profunda, además de ser crítico de cine desde 1995 también trabajo en festivales de cine desde hace por lo menos 18 años, tengo mucha relación con cineastas y por eso me convocan a ficciones y documentales. Acepto mayormente por diversión. En general son cineastas amigos o que se interesan en lo que escribo y que creen que soy la persona correcta para estar en sus películas. En general me llaman para interpretar personajes o situaciones que pocas personas se atreven porque saben de mi desprejuicio y mi gusto por tratar de salir de lo tradicional.

Me gustan mucho tus dibujos, son muy tiernos y personales, ¿cómo abordas la ilustración, como un pasatiempo o experiencia fanzinera o tienes algún proyecto que yo desconozca?

Gracias. El dibujo es un placer total para mí. Verlo y hacerlo. Como te dije, desde niño también me parecía erótico, así que es una disciplina que me da todo lo mejor. Dibujo mucho, más de lo que muestro, siempre lo hice porque me pone contento ir creando imágenes con trazos. Las redes sociales me ayudaron a perder un poco la vergüenza y hacer circular lo que dibujo. En los últimos diez años comencé a desarrollar más esa veta de dibujante, participé en muestras, en distintas publicaciones colectivas y hago fanzines. Tengo varios proyectos más ambiciosos, que algunos podrían terminar en libro, pero los llevo lentamente. Igual para mí un libro o un fanzine puede ser igual de genial, el prestigio del libro no me interesa en sí. De hecho, mi obra escrita en medios es de un cuarto de siglo, escribí mucho y no caí en la ansiosa tentación de editar un libro compilatorio de algunos textos, como cierto periodismo joven de estos tiempos. Sí han incluido artículos míos en muchos libros, y he compilado uno conjuntamente con un amigo. Con el dibujo me pasa lo mismo, un fanzine ya es una obra digna de atención. Y muchas veces más libre que otras formas más jerarquizadas o legitimadas por el mercado.

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Osópata quiere ser tu amigo

Sería estupendo que hicieses algo con ese entrañable personaje que creaste de Osópata. Cuéntanos algo sobre él.

Es una creación espontánea del año pasado, fue un personaje que hice un domingo y me entusiasmó y lo desarrollé en una serie breve de humor gráfico. Es un cartoon, un oso gordo que está entre lo pintoresco y lo tétrico. Es un personaje un poco autobiográfico, un poco con el sentido del humor absurdo que me gusta, y tiene mucho de mi experiencia en el mundo del comic. Ahora mismo estoy expandiéndolo para hacer una publicación con parte de lo que circuló en redes, otros dibujos inéditos y nuevos que hago mientras le doy forma a la publicación. Tal vez sea la primera publicación de dibujos más extensa que vaya a hacer.

Como apasionado del mundo de las historietas, dime tres cómics que te hayan arrebatado al máximo y quieras recomendarnos.

Notas al pie de Nacha Vollenweider, Intensa de Sole Otero y Guy, retrato de un bebedor de Olivier Schrauwen.

Y alguno más que se ocupe de las masculinidades de un modo excitante o que incorpore elementos homoeróticos.

El primero que pienso es Nazario y su clásico Alí Babá y los 40 maricones. Debe ser el libro que más me erotiza en la cuestión de la masculinidad. Toda la obra de Nazario todavía me parece revolucionaria, y ahí están los primeros osos del comic español y casi mundial. Pero justo otro libro de Olivier Schrauwen llamado Arsene Schrauwen, que es una de las mejores novelas gráficas de la última década, tiene una escena homoerótica que me fascina, y el libro tiene mucho de la observación del cuerpo de un hombre maduro y gordo que me parece muy sexy. Como clásico Stuck Rubber Baby de Howard Cruse es un libro fundamental, es una memoria política del despertar sexual, y su personaje en el presente tiene una barba muy guapa.

Me ha llamado la atención un ensayo en el que participaste “Gordx el que lee. Lecturas urgentes sobre disidencia corporal y sexual”. ¿Cuál es la tesis principal del volumen o la idea que lo puso en marcha?

En ese libro compilamos con unes amigues un ciclo de lecturas que creamos hace varios años. Le pusimos ese título, Gordx el que lee, porque queríamos reunir a personas gordas, gente que venía del activismo gordo y otras que no, que haya producido alguna forma de escritura en relación a la disidencia física y sexual y de género: poemas, ficción, ensayo, crónica. Hacíamos encuentros cada dos o tres meses, con lecturas y a veces incluso con conciertos, lo sostuvimos durante dos años en Casa Brandon, un centro cultural queer de Buenos Aires, pero no necesariamente todo el mundo era de esta ciudad. Yo era el maestro de ceremonia de los encuentros, y a veces también mi colega Flor Monfort. Fue creciendo mucho la cantidad de gente que venía a los encuentros y encontramos mucha gente que escribía textos muy estimulantes, principalmente gracias a Laura Contrera y Nico Cuello que se sumaron a organizar el ciclo y tienen un libro fundamental de activismo gordo llamado Cuerpos sin patrones. Finalmente Casa Brandon decidió que el ciclo merecía terminar en un libro y nos pidieron que lo compilemos. Con ese libro inauguraron la editorial Brandon. Estoy muy contento con el resultado. Hay desde gente que escribió y leyó públicamente por primera vez para el ciclo y hay escritorxs con prestigio, hay literatura de guerrilla hasta poesía simple, hay humor y tristeza. Mis textos abordan la cuestión gorda muy lateralmente, son dos crónicas, pero el libro es una intensa caja de Pandora.

Me gusta mucho lo ecléctico de tus gustos, lo mismo te interesa el cine de John Waters que el cine viril de un Sam Fuller, que el cine de terror que el experimental. Me identifico mucho con esta actitud. En el mundo marica puedes encontrarte con gente que rechaza el rock por considerarlo demasiado machirulo, y lo mismo pasa si hablamos de cine. ¿Cómo crees que se relaciona la perspectiva de género actual con esas películas o grupos de música que nos gustan desde nuestra infancia pero que hoy casi parece que hay pedir perdón por seguir amando?

Aclaro que a Waters también le gusta Sam Fuller, de hecho en una de sus películas, Cecil B. Demented, un personaje lleva un tatuaje con el nombre de Sam Fuller. No le pido perdón a nadie por lo que me gusta, aunque respeto que si algo que escucho o miro puede causar daño a alguien lo hago y lo disfruto entre la gente que sé que no le molesta. No necesito que a todo el mundo le parezcan correctos mis gustos, pero sí me gusta encontrar formas de compartirlos. Pero eso no implica que solo me junte con gente que piensa igual que yo, ni que siempre esté acorde a los lugares y la gente que me rodea o que acepte las convenciones de cada lugar al que vaya. Mis gustos no los dejo de lado nunca. Si toca ir a ver a un grupo donde soy el único puto, no me importa, pero no dejo nada de lo que soy antes de entrar, sigo siendo el mismo puto esté del lado de la puerta que esté. En 2018 fui a ver una muestra en New York que celebraba los 50 años del disco Velvet Underground & Nico. Fui con una camiseta de Mötorhead, que es un grupo que me gusta y que, en principio, no tendría tanto que ver con Velvet Underground. En el lugar se me acercan a hablar dos hombres por la coincidencia con mi camiseta, uno con un anillo de Mötorhead y otro con un tatuaje. He ido a sitios de ambiente con la misma camiseta y nadie se me acercó a hablar de Mötorhead, y tal vez en una Marcha del Orgullo LGBT tampoco suceda. Si me pongo una camiseta de Erasure, que también me gusta mucho, puede que encuentre coincidencias en esos lugares, y eso me parecería también bueno, pero si no puedo escuchar Mötorhead y Erasure no soy yo. A veces encuentro coincidencias en lugares que ni los vas a buscar, lo importante es moverse sin dejar de ser lo que somos. Y yo soy el punk que le gustan algunas canciones de pop cutre como La Oreja de Van Gogh. En relación a eso de la perspectiva de género y nuestros gustos, creo que ya respondí: desmontar las determinantes del género, de qué es lo masculino y lo femenino, es desmontar los gustos, es conocer y convivir con nuestras contradicciones, es que nada es lineal. En la infancia o en la adultez estamos siempre moviéndonos por afectos que a veces son hasta impensados, y a veces los reprimimos porque supuestamente no corresponden a mi género o a mi orientación sexual o a mi cuerpo o a mi ideología. Hay que vivir esas experiencias más libremente.

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Con The Pope of Trash, John Waters

Hace poco leí un post tuyo en Instagram, muy irónico, en el que te definías como un crítico de cine muy serio y nos alertabas sobre los peligros de lo Camp. Como amante de lo Camp que soy quería preguntarte cómo te acercas tú a esta sensibilidad.

Descubrir lo camp fue un momento muy importante en mi vida, porque sentí que alguien me desnudaba, me dejaba al descubierto, hablaba de sentimientos que pensaba que eran míos pero que pertenecían a toda un cultura que originariamente fue una cultura del secreto. Descubrí el camp de la fuente, del ensayo célebre de Susan Sontag que leí a los 21 años. Y desde ese momento leo a Sontag como a una amiga que te cuenta secretos al oído. Ella nombró lo que había sentido profundamente: mi gusto por las masculinidades aterciopeladas, por los ogros con miedo, por las películas de Isabel Sarli y Libertad Lamarque, o mi romance con “La traición de Rita Hayworth” de Manuel Puig, que funda la literatura camp latinoamericana. Creé mi propio circuito camp, que se redefine en cada acto de insolencia al gusto, en cada momento donde lo vulgar se vuelve sublime. Es un flash, una carcajada muda que te atraviesa como descarga eléctrica.

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Él mató a un policía motorizado

En BigFatLove, una de mis novelas porno, Marc Kaplan, su protagonista, se encierra en casa escuchando de manera muy obsesiva “La dinastía Escorpio” de Él mató a un policía motorizado. Me consta que tienes una gran amistad con este grupo, al que has acompañado en diferentes giras a lo largo de los años. ¿De dónde viene esta relación tan especial con ellos?

El mató a un policía motorizado me cambió la vida. Había leído de su existencia, había escuchado algunas pocas canciones y nunca los había visto en vivo, y cuando lo hice a mitad de los 2000, fue un shock, sin exagerar. Yo iba poco a recitales, principalmente porque me la pasaba en los cines y mi círculo de amistades tenían que ver con la cinefilia. Pero cuando descubrí El mató me di cuenta de que había una sensibilidad en sus canciones que me interpelaba, me hacía soñar, me hablaba a mí siempre. Me volví fan, iba a todos los recitales, viajaba a verlos a tocar a La Plata, la ciudad natal del grupo. Yo escribía casi solamente sobre cine, un poco sobre literatura e historietas, pero nunca de música. Y escribí mi primera nota sobre música hablando de El mató, fue en una revista de cine. Y ahí entré en contacto con el cantante, Santiago Motorizado, que leyó la nota y me contactó por messenger para decirme que se sorprendió que una revista de cine hable de su grupo. Eso fue en 2007, y unos años después cuando editaron un disco El día de los muertos, que tenía que ver con el Apocalipsis y el cine de terror, les hice una entrevista para la misma revista de cine. Ellos habían elegido el nombre del grupo cuando en una fiesta en una casa había un televisor pasando una película y en el subtítulo leyeron “El mató a un policía motorizado”. Todavía estaban ensayando y grabando las primeras canciones y no tenían nombre, y cuando después finalmente decidieron ponerle ese nadie sabía qué película era la que pasaba el televisor en aquella fiesta. Durante años nadie lo supo. Como cinéfilo, quería averiguar de qué película se trataba. Y cuando estoy escribiendo el artículo con la entrevista, después de años de intentarlo, doy con la película. Era R.O.T.O.R, una película de ciencia ficción y acción un poco cutre y excéntrica. Incluso hice una edición de la película y la proyectaron en algunos recitales de aquella época. Es un descubrimiento periodístico que me llena de orgullo y es devolverle un poco de todo lo que me genera el grupo a través de sus canciones y sus ilustraciones. Con el tiempo me hice amigo de ellos pero sigo siendo el fan de siempre, porque me sigue conmoviendo lo que hacen, y creo que cada día más. Los acompañé en 2010 en su primera gira europea, en la que tocaron por primera vez en España, y este año volví allí para celebrar los diez años de aquella gira y estuve otra vez con ellos en las mismas tres ciudades de España que estuvimos originalmente: Barcelona, Valencia y Madrid. Ellos siguieron la gira tocando en muchas otras ciudades más porque ya tienen un público extendido en toda España.

Los últimos quince años de mi vida no hubiesen sido lo mismo sin El mató, y seguro hubiesen sido peor. El mató resume mucho de lo que me conmueve y de lo que soy: el pop y el ruido, la catástrofe y el cariño, el sentimentalismo y la perplejidad, el absurdo y lo pedestre.

Y si dices que un personaje de tu libro se encierra a escuchar obsesivamente un disco de El mató tal vez hayas escrito mi autobiografía sin conocerme. Tengo que leer ese libro, puede que debas pagarme derechos de autor.

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Jaja, ¿conocías mis novelas de osos? Cuando pase la pandemia me gustaría enviarte algunas.

No, y quiero conocerlas, te he encontrado por Instagram y te sigo hace tiempo, y todo lo que vi allí me pareció muy guay. Y si te gusta El mató ya tenemos un punto de coincidencia importante.

Me consta que te gusta mucho venir a España, ¿qué es lo que más te gusta a parte de nuestra tortilla de patata?

Muchas de las grandes ciudades españolas tienen una estructura urbana que me gusta mucho: las calles muy angostas que son como laberintos y que desembocan en avenidas. Es una experiencia urbana muy interesante, te permite pasar de la intimidad de los pasajes mínimos hasta el vértigo de las grandes avenidas. No muchas ciudades pueden ofrecerte eso, y en España es muy común. Eso ya me hace sentir bien, porque soy muy urbano. Incluso los pocos pueblos españoles que he visitado también tienen experiencias parecidas, pero con los paisajes que se abren alrededor de los pueblos. De España me gustan muchas cosas más: visitar a Nazario en Barcelona, ir a ver a Los Punsetes, mi banda favorita de allí, las tapas y los pinchos, los garitos muy chicos donde la gente está un poco apretada, el tomate untado en el pan, la cultura nudista de playas, y los acentos, cómo hablan, que para mí, y para muchos argentinos, son muy sexys. Y tengo que reconocer que los hombres españoles son de lo mejor, claro. Cierto desarrollo de la cultura de osos allí también está muy bien.

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Para terminar, te hago esta entrevista en pleno confinamiento, dime dos o tres cosas positivas que hayas extraído de esta cuarentena tan prolongada como inesperada.

La primera es que me reencontré con la cocina, hace mucho tiempo que casi no cocinaba, más de una década. Y ahora soy casi un experto. Hice mi primera tortilla de patatas durante la cuarentena, y me inspiré en cómo la hacía mi madre, que era gallega, vivió hasta los ocho años en España. Me gustaba mucho mirarla cocinar, y la tortilla era una de sus especialidades, y de niño yo no sabía que era una tradición española. Ella falleció hace varios años y las cuatro tortillas que ya hice fueron una bonita manera de invocarla. La segunda cosa positiva es el sexting, algo que había rehuído pero con lo que me reencontré bastante a gusto durante la cuarentena. Tener sexo a través del celular me dejaba un poco frío antes y ahora me está divirtiendo. Escribí un diario al respecto y si todavía después de todo esto tienen ganas de seguir leyendo, lo pueden hacer por acá:

https://www.pagina12.com.ar/261193-coronavirus-y-sexualidad-sexteo-sentido

Gay Pulp Fiction

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Siempre he considerado mi serie de novelas de osos como herederas de la tradición de la literatura pulp gay que empezó a popularizarse en los quioscos de Estados Unidos a partir de los años cincuenta, y especialmente ya entrada la década de los sesenta, en un momento en el que la censura se volvía más permisiva. Si alguien quiere tirar del hilo de la gay pulp fiction siempre puede empezar por echarle un vistazo a su correspondiente entrada de wikipedia. De lo que allí se dice me interesa destacar dos cosas. Una, que la denominación pulp viene dada por los pobres materiales con los que se llevaban a cabo las ediciones (pulpa de madera) y por su adscripción a los géneros populares más alejados de la alta literatura. Y dos, cosa curiosa, es notorio que desde un principio el mayor tirón comercial de este tipo de experiencias se concentró en las obras dedicadas a las historias sobre lesbianismo. Esto es así debido a que la categoría lesbian pulp fiction atraía tanto a lesbianas como a mujeres heterosexuales, como a hombres heterosexuales, es decir, a prácticamente todo el pastel completo de potenciales consumidores.

Sería ya a partir de la década de los sesenta y setenta cuando la gay pulp fiction coloniza el mercado en mayor medida. Estas sucias novelas se distancian de la literatura Pulp mainstream debido a su gusto por lo pornográfico y por incluir todo tipo de elementos tabú en sus argumentos. Más allá del delirio narrativo de sus propuestas (amores contra natura entre soldados yanquis y confederados, relaciones sadomosoquistas entre nazis y judíos), son muchos los estudiosos que señalan su valor a la hora de documentar momentos pretéritos de las subculturas LGTB.

Siento una gran simpatía por estas experiencias literarias que se mueven en las zonas abisales del buen gusto por su carácter pionero, por sus aires liberadores y porque evidencian algo que se mantiene vigente hoy día: la necesidad de los gays por disfrutar de historias que construyan un universo narrativo a la medida de sus intereses sexuales. Algo que —humildemente— llevo haciendo durante estos últimos cinco años a través de mi serie Palabra de Oso. Sin embargo, el motivo principal que me ha animado a hacer esta entrada es el de reivindicar el arte gráfico que encontramos en sus portadas, aspecto fundamental puesto que se trataba de novelas que debían resultar terriblemente atrayentes para sus potenciales consumidores desde el primer furtivo golpe de vista. Os dejo con una selección de entre las muchas que pueden encontrarse en la red. Prestad atención también a los eslóganes, no tienen desperdicio.

Fuente: Monster Mama

Homosexualidades fuera de norma. BangBang! El oso como gángster marica

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Iba a titular este post ‘Masculinidades fuera de norma’ pero, francamente, creo que resulta más apropiado el que he escogido finalmente, ‘Homosexualidades fuera de norma’. Frente al devenir del movimiento gay, ahora LGBTQI, parece claro que nos deslizamos siguiendo una lógica que va desde lo marginal hacia lo global, en una continua e imparable lucha por ganar visibilidad y en la medida de lo posible colonizar el mainstream. La consecuencias de esto son incuestionablemente positivas (los gays no solo existimos, sino que nos corresponden los mismos derechos que a los demás) pero en esta escalada a la visibilidad global debemos pagar un peaje que se deriva del siguiente silogismo: “Si el lenguaje del mainstream se basa en el estereotipo lo mismo ocurrirá con el lenguaje de cualquier movimiento o subcultura que sea incorporada a su órbita, es decir, estamos abocados a morir en el maldito estereotipo”. En efecto, toda una fatalidad.

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Por consiguiente, la cultura gay (subculture no more) se expandirá por el ancho mundo mostrando unas cartas comunes, homogeneizadas y bien reconocibles cuya cristalización poseerá la forma y las maneras del ‘gay’ como construcción cultural, es decir, del mero estereotipo. Será guapo, cuidará su cuerpo, se depilará, se aplicará cremas, bailará bien, tendrá un razonable poder adquisitivo tirando a alto, estará muy interesado por la moda y fomentará el estrellato de cuantas divas gay vengan por delante.

No es el objeto de este artículo abundar en este debate. En todo caso me gustaría señalar la necesidad de una literatura queer (hablo tanto de ensayos como de ficción narrativa) que se ocupe del daño que semejante concepción idealizada de lo gay provoca sobre todas aquellas minorías e identidades que se hallan fuera del insoportable influjo de la norma descrita más arriba.
Personalmente me considero un homosexual fuera de norma, y consecuentemente, me interesan mucho todas aquellas homosexualidades que se presentan como no normativas, complejas, misteriosas, en definitiva, muy alejadas del estereotipo. Esto es algo que evidenció de manera espontánea la subcultura bear. Al menos en sus inicios, resultaba especialmente reconfortante, una verdadera posibilidad de escape, la posibilidad de escapar de una idea de lo gay con la que no nos identificamos.

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Me atrae la idea de trazar una genealogía que describa la presencia de esas homosexualidades fuera de norma a lo largo de los tiempos y a lo ancho de la cultura popular que nos rodea. Remontándonos antes y más alla de las coordenadas del movimiento bear a la búsqueda de momentos que alumbran la posibilidad de otra manera de entender lo gay, encontramos un precedente notable en la obra de Balzac, a través de su personaje Vautrin, oso pionero, hedonista e inmoral que siembra la semilla literaria de una masculinidad que se aleja de su contorno más convencional. Si quieres saber más, pincha aquí. Estamos en el siglo XIX, y de ahí tendemos un puente con el siglo XX a través de uno de sus más fabulosos inventos, el cine.

Homosexualidades fuera de norma. Tipos duros, masculinos, velludos, corpulentos, todos ellos atrapados en una estructura patriarcal que no les impedirá desarrollar sus propios intereses en materia sexual. El cine negro ofrece una amplia galería de personajes que se construyen según estos parámetros, casi siempre vinculados a lo decadente, lo corrupto o lo bizarro.

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Dominic Noonan (Manchester, 1964) es un gángster británico condenado a penas de prisión en más de cuarenta ocasiones por delitos tales como robo, asalto policial, posesión de armas de fuego o fraude. Ha pasado más de veinte años en cárceles de toda Gran Bretaña. Posee una poderosa espalda, lleva la cabeza afeitada y su nuca doble destaca si lo miras por la espalda. Es un tipo duro y homosexual en un contexto rabiosamente heterosexual. Puedes verlo cruzar una calle de su Manchester natal acompañado de una corte de pequeños granujas casi adolescentes, su gang particular, caldo de fechorías, acaso sus amantes. Hace unos años fue el objeto de un curioso documental que recomiendo desde aquí, A Very British Gangster (2007).

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La figura de Noonan recupera la esencia del villano clásico del cine negro desglosada en títulos canónicos como El halcón maltés (1941) o El sueño eterno (1946) pasada por el filtro de la tradición del gángster marica típicamente british, con referentes reales como los célebres hermanos Kray y sus consiguientes derivaciones cinematográficas o literarias como la maravillosa novela de Jake Arnott “Delitos a largo plazo” (1999).

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Se trata de personajes surgidos más allá del estereotipo que en cierto modo encarnan una masculinidad, perdón, una homosexualidad fuera de la norma que los emparenta con la subcultura bear. Hablamos de tipos grandes y robustos que follan entre ellos como opción primera. Algo así como los primos hermanos de los osos.

Tipos rudos, film noir y ligera impronta filogay es algo que se respira también en algunas de las escenas literarias y cinematográficas perpetradas por los hermanos Coen. En su compendio de relatos “Las puertas del edén” (2008) se vuelve a percibir ese aroma que ya habíamos detectado en títulos anteriores como Muerte entre las flores (1990) o El hombre que nunca estuvo allí (2001). Toda una galería de personajes vulgares, fondones, patanes, timadores, siempre con un pie, o acaso los dos, fuera de la ley, fuera de la norma. Es quizá por ello por lo que resulta tan fácil considerarlos un eco de las masculinidades apropiadas desde la cultura gay a través de la movida de los osos, personajes que no acaban de encajar en los patrones patentados por un mainstream a menudo perezoso y simplificador. Los gángsters maricas poseen una esencia fascinante que recupera parte del misterio y del peligro primigenio. Una sexualidad peligrosa, un cuerpo poderoso, un desafío a lo establecido en el peor contexto posible, un mundo macho rabiosamente patriarcal. El mainstream en sí y la cultura gay oficial en particular apenas dejan lugar para lo auténtico, lo arriesgado o lo salvaje, para ellos todo es blanco o negro, sin zonas difusas, a la postre, provocan disgusto porque resultan demasiado previsibles. Por eso, ahora mismo parece tener bastante sentido reivindicar las homosexualidades fuera de la norma, ahora que nos encontramos en un momento delicado y poco halagüeño: aún no hemos escapado de un contexto heteronormativo para caer en otro homonormativo. Por favor, ¿alguien puede dejar de producir tantas normas? ¿Podéis dejarnos vivir en paz y asimilar de una vez la variedad de cuerpos, deseos y sexualidades? Definitivamente, quiero ser un marica fuera de norma.

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The Man Who Wasn’t There, 2001

Más gángsters maricas: Dr. Insermini

Bear Directors: Robert Altman

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Hablamos a menudo de actores bear pero rara vez de directores oso, con la excepción mayúscula de mi querido Dean DeBlois. Por eso hoy quiero evocar la figura de uno de esos directores cuya existencia ha enriquecido mi experiencia como espectador de cine. Me refiero a Robert Altman (1925-2006), un cineasta vocacional, ya fallecido (nos dejó hace casi diez años), cuya filmografía se haya repleta de unas señas de identidad (películas corales, bulliciosas, irónicas, visualmente deslumbrantes) que trazan una estimulante correlación entre el artista y su propia vida.

Robert Altman era un tipo que adoraba el cine desde que quedó arrebatado tras ver Breve encuentro (1945) en su juventud. A partir de ahí surgirá una pasión por hacer sus propias películas que le llevará a vivir total y exclusivamente para el cine.

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De fuerte constitución, gran estatura y maneras varoniles, Altman transmitía una robusta placidez y pasión concentrada en su mirada franca y apacible. Tuvo tres matrimonios y un buen puñado de hijos. Durante su juventud estuvo en el ejército y en su madurez fue una de las voces más críticas contra la participación americana en la guerra de Vietnam. En las distancias cortas era un tipo sencillo que gustaba de montar interminables barbacoas en su jardín. Sus fiestas resultan tan apetecibles y divertidas como sus películas.

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Hace unos días vi un documental titulado “Altman” (2014) en el que se ofrecen suculentas imágenes de las películas caseras y familiares que realizó a lo largo de su vida. Si bien el documental resulta mediocre, aportando poca luz sobre el artista y dejándonos a dos velas en casi todos los sentidos (¿en serio no vas a contarme nada sobre El volar es para los pájaros (1970) o El largo adiós (1973)?), nos regala pequeños flashes de lo que es el legado Altmanesco (‘Altmanesque’ en su versión original). En uno de ellos vemos al realizador en los años ochenta en el contexto de una fiesta en París, junto a amigos como Keith Carradine o Sally Kellerman, en un divertido momento en el que se desnuda entre sus invitados. Tanta alegría me da ganas de abrir una botella de champán y celebrarlo. Bob Flesh también tiene la costumbre de desnudarse en las fiestas, quiero pensar que tiene un algo de Altmanesco.

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