Bear Directors: Orson Welles

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Nada mejor que empezar el nuevo año dándome el gustazo de postear este maravilloso artículo que mi querido Dr. Insermini le dedica al Bear Director por antonomasia, el gran Orson Welles. Un auténtico gozo para aquellos que –como yo– quieren saber más sobre su genio y figura desde un punto de vista filogay. Querido Orson, nunca lamentaremos lo suficiente el no haber compartido contigo un cocido madrileño en una sencilla taberna mesetaria. Fumarnos un puro, hablar de lo humano y lo divino, y, ¿por qué no?, mariconear un rato.

BEAR DIRECTORS: ORSON WELLES

Un especial muy necesario y muy hush hush del Dr. Insermini

Y, bueno, yo, cuando estoy en compañía de un homosexual, me vuelvo un poco homosexual.

Orson Welles en Mis almuerzos con Orson Welles

Permitidme que antes de empezar aclare un par de cosas. La primera: soy muy fan de Orson Welles, seguramente, hablando de cine, es la personalidad más fascinante que nos dio el siglo XX. Como el mismo Kane, Orson fue un hombre de muchas caras, cuya imagen pública -la del genio incomprendido por la industria del cine y más tarde el trotamundos amante de la buena vida- reflejaba una parte muy-muy pequeña de lo que fue realmente Orson Welles. Él mismo disfrutó toda su vida alimentando ese misterio que le rodeaba, dando por ciertas historias falsas que se contaban sobre él y observando divertido cómo progresivamente el mundo, los plumillas en las revistas, sus viejos colegas, parloteaban y distorsionaban aún más su imagen, de la misma forma en que lo haría un espejo deformante de los que había en las ferias de atracciones. ¿Pero quién era Orson realmente? ¿No tenemos cada uno nuestro Orson particular? ¿Es verdadera la imagen que nos ha llegado de él o es todo una gran mentira? (Oigo las risas de Orson, ruidosas, como sonarían las de un Dios que vive en los cielos). Y con esto llego a la segunda aclaración. No quiero que este artículo se interprete como un razonamiento que busca defender la tesis -que no es nueva- de que Orson Welles era homosexual, latente o no. Eso sería una catetada por mi parte. Algo que me haría sentir muy pequeño. Más pequeño aún teniendo en cuenta que de quien estoy hablando es de Orson. Lo que quiero –y esto te lo digo especialmente a ti, querido Orson– es poner orden a una serie de datos que he ido recabando como forma de rastrear al Orson marica que convivió contigo a lo largo de toda tu vida. – No te enfades, querido Orson, porque pienso que humildemente, desde este rincón que me cede Bob Flesh, lo que voy hacer es contribuir a engrandecer un poco más tu leyenda. A darle unas cuantas capas más a tu majestuosa imagen. Y además, créeme, no es lo mismo ser marica en estos tiempos que en tu época. Ahora es cool.

Orson Chimes at Midnight

Por otro lado todas las etiquetas son engañosas, reduccionistas. Nombrar las cosas es acabar con su misterio. ¿Es gay un hombre que se da cuenta de que disfruta más de las relaciones sexuales que tiene con su mujer si introduce a otro hombre en la cama? Los gays puros, los heteros puros son muchos menos de lo que creemos. Hay toda una zona de grises que apenas comprendemos. Una zona de grises en la que estabas tú, querido Orson. Te gustaban las mujeres, de eso no hay ninguna duda. En tus mejores años, cuando eras el joven genio del teatro que creó el Mercury Theatre, que revolucionó la radio con aquella emisión de La guerra de los mundos y que poco después se dejó querer por Hollywood, ibas de flor en flor. Según las biografías estabas loco por tirarte a toda starlette que se te pusiera a tiro. Lo hacías en los camerinos, en los coches, debajo de las mesas. Entonces aún no tenías la figura oronda que luego te ha hecho reconocible a los ojos del mundo. Lo tuyo te costaba mantenerte delgado. Muchas privaciones y contínuos baños de vapor que te hicieran sudar hasta el último gramo de grasa. Pero lo cierto es que estabas cerca de ser un galán. ¡Y ese encanto! ¿Hay algo más sexy que la buena salud, el rebosar de vitalidad y energía? ¿Que te hagan reir? No te tomabas nada en serio, ni siquiera a ti mismo. ¿Cómo no caer en tus brazos? Por si alguien no lo recuerda tuviste romances importantes con grandes bellezas. Con la bellísima actriz mexicana Dolores del Río, a la que dejaste por Rita Hayworth, con la que te casaste. También está ese divertido episodio en el que durante una larga estancia en Italia te encaprichaste de una italiana bigotuda y poco agraciada que no hablaba ni una palabra de inglés. Ella te daba calabazas, pero tu obsesión era muy fuerte. La perseguiste, te arrastraste, rechazaste a Rita en un acercamiento con visos de reconciliación. Tenías que poseer a la italiana fea. Era algo más fuerte que tu vida. Es una de las historias que más me gustan de ti. Pero junto a todas estas historias de faldas hay una parte homo en tu vida que no puedes negar. No sé si alguna vez te apeteció comerte una polla. No estoy seguro. Tu colega John Huston -otro hetero, con menos sombras aún que tú- dejaba que Truman Capote se la mamara de vez en cuando. Esto lo cuenta Andy Warhol en sus diarios. Se lo contó el propio Capote, y yo me lo creo.

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Por lo que he leído me doy cuenta de que eras por encima de todo un seductor. Lo fuiste casi desde que naciste. El pequeño wunderkind (niño prodigio) que maravillaba a todos desde su primera infancia. Con 8 años ya estabas acostumbrado a que los amigos de papá y mamá se te insinuaran.

Ya ve, toda esta experiencia la tenía ya entonces. Desde mi más tierna infancia fui la Lillie Langstry de la peña homosexual adulta. Todos me buscaban. Yo no sabía cómo quitármelos de encima. Pensaba que les sentaría mal si les decía que yo no era homosexual, que sería un reproche, así que siempre tenía dolor de cabeza. ¿Sabe? Yo era una especie de virgen perpetua”.

Orson Welles a Barbara Leaming, en la biografía Orson Welles (Tusquets editores).

Creo que todo este background te hizo ser consciente de tu poder seducción desde muy pronto, del efecto que tu precocidad, tu genio, provocaba en los adultos, y que con los años te acostumbraste a utilizarlo en tu provecho. Sin ninguna maldad, antes bien con mucho cachondeo.

Me encanta la historia que tuviste con John Houseman, que tú mismo definiste como una novela rusa. Él era un empresario algo mayor que tú, que entonces apenas habías cumplido los 20 y estabas en plena efervescencia creativa. Cada obra que representabas en Nueva York era un gran acontecimiento. Houseman quería introducirse en el mundo del espectáculo y fue en una representación de Romeo y Julieta cuando se produjo vuestro primer encuentro. Él quedó prendado de ti. En su autobiografía evoca ese momento describiéndote como un “joven monstruoso”, que despertó en él “algo obsceno y terrible, una irresistible violencia interior”. Así nació una historia que duró varios años. Tú, indiferente, te dejabas cortejar y te divertías con el efecto perturbador que provocabas. En una ocasión Houseman fue a visitarte a la casa que compartías con Virginia, tu primera mujer. Tú estabas en la bañera, tomando un baño. Divertido, le hiciste pasar. Houseman sufrió un shock ante lo que vio. “Allí estaba Orson echado, inmóvil y cubierto por el agua, a través de la cual su cuerpo grande y de una palidez cadavérica parecía desproporcionadamente hinchado. Cuando salió entre excusas, chorreando y salpicando agua por todas partes, me di cuenta de que su tamaño no debía nada a la refracción de la luz: de que era tan enorme dentro como fuera de la bañera”. Esto lo cuenta Houseman en su libro, y Barbara Leaming, tu biógrafa lo describe como un calculado esfuerzo más por tu parte para impresionarle y desconcertarle.

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Un joven Orson en compañía de John Houseman

Una vida, la tuya, por la que fueron desfilando diferentes hombres que asumían el rol de padre. El tuyo verdadero quedó pronto relegado a un segundo plano. Era un inventor algo borrachín poco capaz de asumir responsabilidades. Seguramente, tú, que con 10 años ya habías montado una representación teatral de El doctor Jeckyll y Mr. Hyde entendías perfectamente la situación, aunque como Kane en la película nunca acabaste de aceptar del todo que se te privara de una infancia normal. Todo este desfile de padres, tutores, al que se unió también Houseman queda reflejado en tus películas, donde es fácil encontrar paralelismos con tu propia vida.

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Joseph Cotten entre los pechos, fotograma de Too Much, Johnson (1938)

En Ciudadano Kane, tu gran amigo Joseph Cotten interpreta al gran amigo de Kane. Me he topado con lecturas de Kane que hablan del trasfondo homosexual de esa relación y no me resultan nada descabelladas. Yo mismo he pensado siempre que de alguna manera estabas enamorado de él. Mirando por la red he visto que algunos van más allá y perciben una mirada gay bastante clara en tu cine y señalan la repetición de ciertas dinámicas de dependencia masculina en los personajes de tus películas. ¡Oh, sí! Yo también creo que en Touch of Evil (1958) entre Quinlan y Menzies había AMOR. Pero la cosa no termina ahí. Me ha encantado descubrir que en tu obra no terminada The Other Side of the Wind, rodada durante varios años (1970-76) John Huston da vida a un director de cine esculpido a imagen y semejanza de Ernest Hemingway. Como él, Hannaford es un hombre que se esfuerza por proyectar una imagen de macho que disipe todas las dudas sobre su sexualidad. ¿Es usted homosexual? Le preguntan los periodistas. Finalmente se despeja esta duda y se descubre que Hannaford está loco por la estrella masculina de su última película, John Dale, un joven con aspecto de estrella de rock. Es este amor secreto y no correspondido lo que terminará destruyéndole.

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Esta representación del macho es verdaderamente interesante, querido Orson. ¿Es una vendetta personal contra Hemingway, con el que tuviste una amistad en el pasado? ¿O es simplemente una desmitificación de la figura del macho-man? Lo cierto es que la película se rodó en un momento en el que la idea del macho de toda la vida llevaba años siendo ridiculizada por los hippies y demás tribus contraculturales. ¿No habrá también algo de ti en el personaje de Hannaford? Y en todo caso ¿Por qué hacer de él un homosexual armarizado? Es una pena que no pudieras terminar la película. Y aunque se habla todo el rato de que pronto llegará a las salas un montaje fiel a tu idea de la película, estas cosas no suelen salir bien. Quizá sea mejor quedarnos con el misterio y la leyenda de lo que hubiera sido.

En el libro What Ever Happened to Orson Welles? A Portrait of an Independent Career, de Joseph McBride se repasan todas estas complejas relaciones entre hombres que aparecen en tus películas, desde Kane hasta The Other Side, asegurando que están en el mismo corazón de tu obra, donde las relaciones heterosexuales que aparecen tienen por el contrario un interés bastante limitado.

En otro libro, Mis almuerzos con Orson Welles, hay una parte reveladora sobre lo que estamos hablando.

Orson:  Este año tengo un juicio en Francia, quiero impedir la publicación de un libro de un viejo colega… ha escrito que soy impotente y un homosexual latente.

Henry Jaglom:  ¿Y cómo lo va a saber él?

Orson: Lo que probablemente haya ocurrido es que cuando pasé seis semanas en París antes del rodaje de Otelo, para ensayar con Micheál MacLiammóir, él se unía a nosotros en las comidas. Y, bueno, yo, cuando estoy en compañía de un homosexual, me vuelvo un poco homosexual. Para que se sienta cómodo, ¿comprendes? Y para que Micheál se sintiera cómodo, yo me amaneraba un poco.

Mis almuerzos con Orson Welles. Conversaciones entre Henry Jaglom y Orson Welles. Editorial Anagrama.

Aquí no puedo evitar sonreír, porque me encantaría verte soltando la pluma y hacer un poco el mariquita. Creo que te hubiera comido a besos. Pero me sonrío también -querido Orson- porque creo sinceramente que no estás siendo del todo sincero. Te soltabas la pluma porque eras caprichoso y lo querías todo. A veces, estando entre homosexuales brillantes, como Micheál MacLiammóir, te apeteció ser como ellos y participar de la chispa que ellos tenían. Envidiabas su despreocupación por lo que dijeran los demás. Quien haya leído la biografía que escribió Barbara Leaming sobre ti conoce bien a MacLiammóir y sabe que nunca en la vida se hubiera sentido incómodo por su homosexualidad. En ninguna circunstancia. Decir eso es tan idiota como decir lo mismo de Quentin Crisp.

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Orson con su caniche Kiki, que le acompañaba a todas partes

En otro momento del libro, Henry Jaglom afirma que Gary Cooper te volvía loco, a lo que tú respondes: “Pues sí. Veo a Gary Cooper y me convierto en mujer”. Sinceramente creo que un genio como tú supo aceptar su parte femenina más de lo que le gustaba reconocer. Y eso, a mis ojos, es parte del secreto de tu enorme atractivo.

Pongo el punto final aquí a esta especie carta a Orson que me ha salido. Creedme, hay aún mucho más que desgranar, pero lo dejo para otro momento. No quiero abusar de la confianza de Bob Flesh. Como decía al principio, con este artículo no pretendo decirle al mundo que Orson Welles fuera gay, bisexual o lo que sea. Orson era simplemente un hombre maravilloso. ¿No es una etiqueta una forma de estigma? ¿Quién las necesita? Lo que me mueve en el fondo es el deseo de cargármelas y de que evolucionemos. ¿Qué mejor que hacerlo hablando de Orson?

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Homosexualidades fuera de norma. BangBang! El oso como gángster marica

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Iba a titular este post ‘Masculinidades fuera de norma’ pero, francamente, creo que resulta más apropiado el que he escogido finalmente, ‘Homosexualidades fuera de norma’. Frente al devenir del movimiento gay, ahora LGBTQI, parece claro que nos deslizamos siguiendo una lógica que va desde lo marginal hacia lo global, en una continua e imparable lucha por ganar visibilidad y en la medida de lo posible colonizar el mainstream. La consecuencias de esto son incuestionablemente positivas (los gays no solo existimos, sino que nos corresponden los mismos derechos que a los demás) pero en esta escalada a la visibilidad global debemos pagar un peaje que se deriva del siguiente silogismo: “Si el lenguaje del mainstream se basa en el estereotipo lo mismo ocurrirá con el lenguaje de cualquier movimiento o subcultura que sea incorporada a su órbita, es decir, estamos abocados a morir en el maldito estereotipo”. En efecto, toda una fatalidad.

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Por consiguiente, la cultura gay (subculture no more) se expandirá por el ancho mundo mostrando unas cartas comunes, homogeneizadas y bien reconocibles cuya cristalización poseerá la forma y las maneras del ‘gay’ como construcción cultural, es decir, del mero estereotipo. Será guapo, cuidará su cuerpo, se depilará, se aplicará cremas, bailará bien, tendrá un razonable poder adquisitivo tirando a alto, estará muy interesado por la moda y fomentará el estrellato de cuantas divas gay vengan por delante.

No es el objeto de este artículo abundar en este debate. En todo caso me gustaría señalar la necesidad de una literatura queer (hablo tanto de ensayos como de ficción narrativa) que se ocupe del daño que semejante concepción idealizada de lo gay provoca sobre todas aquellas minorías e identidades que se hallan fuera del insoportable influjo de la norma descrita más arriba.
Personalmente me considero un homosexual fuera de norma, y consecuentemente, me interesan mucho todas aquellas homosexualidades que se presentan como no normativas, complejas, misteriosas, en definitiva, muy alejadas del estereotipo. Esto es algo que evidenció de manera espontánea la subcultura bear. Al menos en sus inicios, resultaba especialmente reconfortante, una verdadera posibilidad de escape, la posibilidad de escapar de una idea de lo gay con la que no nos identificamos.

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Me atrae la idea de trazar una genealogía que describa la presencia de esas homosexualidades fuera de norma a lo largo de los tiempos y a lo ancho de la cultura popular que nos rodea. Remontándonos antes y más alla de las coordenadas del movimiento bear a la búsqueda de momentos que alumbran la posibilidad de otra manera de entender lo gay, encontramos un precedente notable en la obra de Balzac, a través de su personaje Vautrin, oso pionero, hedonista e inmoral que siembra la semilla literaria de una masculinidad que se aleja de su contorno más convencional. Si quieres saber más, pincha aquí. Estamos en el siglo XIX, y de ahí tendemos un puente con el siglo XX a través de uno de sus más fabulosos inventos, el cine.

Homosexualidades fuera de norma. Tipos duros, masculinos, velludos, corpulentos, todos ellos atrapados en una estructura patriarcal que no les impedirá desarrollar sus propios intereses en materia sexual. El cine negro ofrece una amplia galería de personajes que se construyen según estos parámetros, casi siempre vinculados a lo decadente, lo corrupto o lo bizarro.

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Dominic Noonan (Manchester, 1964) es un gángster británico condenado a penas de prisión en más de cuarenta ocasiones por delitos tales como robo, asalto policial, posesión de armas de fuego o fraude. Ha pasado más de veinte años en cárceles de toda Gran Bretaña. Posee una poderosa espalda, lleva la cabeza afeitada y su nuca doble destaca si lo miras por la espalda. Es un tipo duro y homosexual en un contexto rabiosamente heterosexual. Puedes verlo cruzar una calle de su Manchester natal acompañado de una corte de pequeños granujas casi adolescentes, su gang particular, caldo de fechorías, acaso sus amantes. Hace unos años fue el objeto de un curioso documental que recomiendo desde aquí, A Very British Gangster (2007).

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La figura de Noonan recupera la esencia del villano clásico del cine negro desglosada en títulos canónicos como El halcón maltés (1941) o El sueño eterno (1946) pasada por el filtro de la tradición del gángster marica típicamente british, con referentes reales como los célebres hermanos Kray y sus consiguientes derivaciones cinematográficas o literarias como la maravillosa novela de Jake Arnott “Delitos a largo plazo” (1999).

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Se trata de personajes surgidos más allá del estereotipo que en cierto modo encarnan una masculinidad, perdón, una homosexualidad fuera de la norma que los emparenta con la subcultura bear. Hablamos de tipos grandes y robustos que follan entre ellos como opción primera. Algo así como los primos hermanos de los osos.

Tipos rudos, film noir y ligera impronta filogay es algo que se respira también en algunas de las escenas literarias y cinematográficas perpetradas por los hermanos Coen. En su compendio de relatos “Las puertas del edén” (2008) se vuelve a percibir ese aroma que ya habíamos detectado en títulos anteriores como Muerte entre las flores (1990) o El hombre que nunca estuvo allí (2001). Toda una galería de personajes vulgares, fondones, patanes, timadores, siempre con un pie, o acaso los dos, fuera de la ley, fuera de la norma. Es quizá por ello por lo que resulta tan fácil considerarlos un eco de las masculinidades apropiadas desde la cultura gay a través de la movida de los osos, personajes que no acaban de encajar en los patrones patentados por un mainstream a menudo perezoso y simplificador. Los gángsters maricas poseen una esencia fascinante que recupera parte del misterio y del peligro primigenio. Una sexualidad peligrosa, un cuerpo poderoso, un desafío a lo establecido en el peor contexto posible, un mundo macho rabiosamente patriarcal. El mainstream en sí y la cultura gay oficial en particular apenas dejan lugar para lo auténtico, lo arriesgado o lo salvaje, para ellos todo es blanco o negro, sin zonas difusas, a la postre, provocan disgusto porque resultan demasiado previsibles. Por eso, ahora mismo parece tener bastante sentido reivindicar las homosexualidades fuera de la norma, ahora que nos encontramos en un momento delicado y poco halagüeño: aún no hemos escapado de un contexto heteronormativo para caer en otro homonormativo. Por favor, ¿alguien puede dejar de producir tantas normas? ¿Podéis dejarnos vivir en paz y asimilar de una vez la variedad de cuerpos, deseos y sexualidades? Definitivamente, quiero ser un marica fuera de norma.

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The Man Who Wasn’t There, 2001

Más gángsters maricas: Dr. Insermini

Bear Actors: Edward Arnold y el porno para osos

Suscribo todo lo que dice el Dr. Insermini en materia de osos, cine y Hollywood, por eso es un placer tenerlo de nuevo como blogger invitado en una nueva entrega de Bear Actors. Hoy unas jugosas reflexiones sobre los osos magníficos del pasado, sus voces varoniles y la decadencia del porno para osos. Algo está pasando. Invoco la llegada de una nueva era de erotismo, invoco la llegada de un erotismo más sutil, excitante y cerebral. El Dr. Insermini tiene razón, estamos cansados de tanta mamada y enculada gratuita, queremos más, queremos todo eso que se pierde por el camino de la inmediatez. He aquí una receta de éxito para avispados productores de porno bear.

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Llevaba un tiempo queriendo escribir sobre Edward Arnold, y qué mejor que hacerlo aquí en Palabra de Oso, porque en absoluto tengo la intención de comentar su extensa filmografía. Lo que me apetece realmente es hablar sin rodeos del efecto que me ha provocado este actor grande, por su talla y también por su talento, un hombre de maneras muy masculinas, que conoció el éxito en las décadas de los 30 y los 40, en un momento en el que ya había dejado atrás su juventud y se había convertido en un daddy de poderosa presencia física. Quería aprovechar también para hacer una reflexión sobre el aburrido destino del porno. Y diréis que a qué viene eso, pero es que viendo a Edward Arnold en sus viejas películas en blanco y negro me he sentido más excitado que viendo cualquier película random de ositos. Quizá en el fotograma de arriba no os parezca para tanto. Y es que para sentir su hechizo es necesario verlo y oírlo, porque las dos grandes cualidades que convierten a Edward Arnold en un daddy hot-hot-hot son: su voz, que más que de su garganta o sus pulmones, nace directamente de sus testículos, y una tremenda, inesperada, agilidad física. En esta época de porno desatado, es fácil que a golpe de enculadas y mamadas filmadas en planos detalle, uno termine olvidando lo que de verdad resulta sexy, y estas dos cualidades, creedme, no tan obvias, deben ser urgentemente reivindicadas. Así que gentes del porno, por favor, presten atención, porque en un par de pinceladas y usando a Edward Arnold como ejemplo voy a darles algunas ideas que harían que sus películas fueran mejores, más excitantes, menos aburridas.

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Respecto a la voz. Resulta sorprendente lo poco explotado que está este recurso en el porno. De la misma forma que una voz chillona y repelente en boca de un pedazo de oso puede hacer que tu líbido se derrumbe, y que prefieras irte a tu casa a pasarles un algodón húmedo a las hojas de tus plantas, una voz varonil, o simplemente armoniosa, pero que refleje una fuerte personalidad, puede marcar la diferencia entre un simple “me hace tilín” y un ¡mátame camión! Queremos que los osos hablen más en la películas. Nos importa su voz, queremos que digan marranadas cuando están follando, claro que sí, pero también queremos saber cómo es su voz, oirlos hablar y perdernos en el misterio de sus notas vocales. Escuchad durante un minuto a Edward Arnold, imaginad a esta bestia follando, por favor.

La agilidad. Pensad una cosa, ¿qué hay más hot que John Goodman? John Goodman bailando. Para expresar esta idea no se me ocurre nada mejor que recuperar el videoclip de la canción de The Avalanches Since I Left You, en el que un hombre del montón y su amigo llegan a través de un túnel a un estudio de danza donde dos bailarinas hacen sus coreografías. Uno de ellos, arrastrado por la belleza del momento, se une a las chicas y a sus bailes. De repente, lo que era un osito sexy se convierte en un osito enloquecedor, al que miras hipnotizado y al que sólo deseas comerte.

Mucho de esto hay en el caso de Edward Arnold.

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En la primera película suya que vi, Eyes in the Night (1942) interpreta a Duncan “Mac” Maclain, un detective ciego (sí, ciego!!) aficionado a la lucha libre. En la primera escena de la película aparece practicando llaves y sometiendo uno por uno a todos sus amigos. ¡Qué premonitorio! Poco sabía yo que el ambiente homoerótico de la escena iba a ir asociado ya para siempre a Edward Arnold.

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Creo que me daréis la razón si digo que un oso o un chubby es siempre más sexy si sus kilos de más no le impiden tener agilidad y rapidez de movimientos. Si es capaz de sorprendernos. También quiero algo de eso en el porno, no quiero gente muerta, sin alma, follando. En Easy Living (1937) Edward Arnold da vida a un millonario muy duro en los negocios, pero de gran corazón. En esta película, una comedia muy loca, llena de gags físicos, demuestra una vez más que su corpulencia no le impedía estar en una gran forma física. Tiene varias escenas de caídas en la película, y creedme, las he capturado fotograma a fotograma y no hay trampa ni cartón, es él quien las hacía.

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No sé si a estas alturas le habréis pillado al punto a Edward Arnold, si no lo habéis hecho es que he fracasado. Sólo me queda sacarme de la manga estas dos capturas de Eyes in the Night, en las que lo encuentro especialmente sexy.

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Respecto al porno, creo que simplemente he hecho un llamamiento para que las películas incorporen un poco más de visión, que aprovechen más el carisma y las cualidades de los actores, que no crean que lo tienen todo todo ganado por tener un reparto de hermosos ositos de barba perfecta. Queremos algo del espíritu de Edward Arnold en la películas de osos. Y lo queremos ya.