El año del navegante

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Termina el año y no está de más hacer un pequeño balance de lo que ha supuesto este 2017 para esta aventura que tantas alegrías me está dando, a mí y a todos aquellos lectores repartidos por todo el mundo que me escriben mensajes de agradecimiento por los buenos momentos proporcionados por las aventuras de Marc y Theodor Kaplan a lo largo de la serie Palabra de Oso.

Quiero aprovechar este espacio para transmitirles mi deuda para con todos ellos porque su entusiasmo es mi entusiasmo, en definitiva, el verdadero combustible que impulsa este proyecto pionero empeñado en crear un imaginario erótico y sensual para todos aquellos que amamos a los tipos grandes, rotundos y robustos, sin olvidarnos tampoco de la diversidad de cuerpos y de la felicidad que encontramos en celebrar un gusto amplio que escape de la norma estética establecida.

Precisamente, una de las palabras clave que se perfila en nuestro horizonte de manera cada vez más nítida es esa: diversidad. Uno de los propósitos con los que abordamos el nuevo año es el de abrirnos aún más a la diversidad, mantener el espíritu Palabra de Oso pero tratando siempre de abrazar la variedad de cuerpos y deseos que encontramos a nuestro alrededor.

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Este año que se despide me deja con la sensación de que me queda mucho por decir, de que los ánimos siguen muy arriba y de que me sigo divirtiendo horrores con esta aventura. La primavera pasada publiqué la que de momento es la última novela de la serie, El navegante de los sueños, la octava entrega ya y que lejos de anunciar un final de etapa más bien anuncia lo contrario. Aún me queda mucho por contar.

Otra de las satisfacciones que me ha traído este año que termina es disponer del tiempo necesario para seguir actualizando esta web y seguir alimentando el debate en torno a lo que podríamos denominar cosas de osos. También me he dado el gusto de ir ampliando el universo Palabra de Oso a través de una serie de microrrelatos que seguiré publicando desde aquí. De modo que el universo PdO se expande y lo seguirá haciendo a lo largo del próximo año, en el que prometo nueva novela (para la primavera) y pequeñas ficciones paralelas que irán aumentando el tórrido imaginario de Bob Flesh.

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En el 2018 se cumplirán cinco años de la publicación de mi primera novela, Todo empieza en Nueva York. Un periodo lo suficientemente amplio para reafirmarme en la intuición que me llevó a ponerme en marcha –hacen falta ficciones literarias hechas a la medida de todos aquellos que amamos una gran diversidad de cuerpos– y me comprometo a continuar disfrutándola con vosotros.

Porque Bob Flesh quiere follarte con la mente, acércate, ven, gocemos juntos, está tan caliente que podrías quemarte, sigamos navegando por las excitantes mareas del placer a lo largo y ancho del nuevo año.

Feliz 2018 para todos.

Vapor

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No tengo por costumbre seguir a un hombre porque sí. Algo me empujó a hacerlo, aunque no puedo decir que fuese su atractivo personal o su envergadura de boxeador retirado con sobrepeso. Caminaba con nerviosismo, echando la vista atrás continuamente pero sin reparar en mi presencia. Era evidente que arrastraba una historia y yo quería saber más.

Le seguí hasta el vapor, que es como llaman a la sauna por aquellas latitudes. Eso podía explicarlo todo o no, yo seguía sin estar seguro del todo. Nos cruzamos en las duchas pero —una vez más— me ignoró. Buscaba algo que siempre estaba más allá de donde yo me encontraba. Alguien me tomó del brazo y tuve que sacudirlo con un gesto violento para que me dejase en paz. Se están perdiendo las formas, o eso pensé en aquel momento.

Lo encontré minutos más tarde en una sala llamada El gimnasio. Era una habitación deslucida con un banco forrado de cuero rojo y un par de anillas suspendidas del techo. Estaba desnudo haciendo una larga serie de flexiones. Desde mi rincón, pude percibir el esfuerzo que suponía levantar aquel cuerpo colosal, pero por suerte cada movimiento obtenía recompensa: su robusta polla entraba y salía de entre los labios de un hombre tumbado sobre el suelo. Las nalgas del boxeador se endurecían debido a la tensión, las gotas de sudor se deslizaban sobre ellas como si se tratase de una competición. El hombre que le asistía se limitaba a recibir aquel pollón en la boca una y otra vez. La cosa iba con él pero solo en parte. En cierto modo podría decirse que su presencia era anecdótica, casi despreciable, un poco como la mía.