Queer: Una historia gráfica

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Siempre me ha resultado muy frustrante comprobar el gran desfase existente entre el análisis del género por parte de la esfera académica y el alcance de sus avances más allá de las barreras universitarias. No en vano, más que de desfase podemos hablar de fracaso absoluto: el estamento académico, con su tendencia a lo farragoso y su amor por la cita bibliográfica ha demostrado una incapacidad total a la hora de divulgar sus hallazgos teóricos en un entorno amplio, popular y cotidiano. Y es una verdadera pena, porque la labor desarrollada a lo largo de estas últimas décadas en el contexto de las universidades a la hora de deconstruir las nociones de género heredadas por una sociedad patriarcal y caduca es verdaderamente notable.

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Por eso me apetece recomendar una lectura valiosa y reveladora que por una vez consigue salvar ese desfase y explicar de manera clara y amena muchas cuestiones fundamentales para la vida de cualquier persona cuya sexualidad escape de la norma. A lo largo de sus 176 páginas, “Queer. Una historia gráfica” va desgranando el devenir de la teoría de género durante estas últimas décadas, aclarando conceptos, asumiendo críticas y contradicciones y allanando el camino para los años futuros; y todo de una manera sencilla, didáctica y perfectamente comprensible. Escrito por Meg-John Barker y Julia Scheele y publicado en España por Melusina, el libro lleva a cabo una sensata reivindicación de lo “queer” como término plural e integrador de todas aquellas orientaciones sexuales que no encajan dentro de la estrechez heteronormativa. Frente a categorías cerradas como gay, lesbiana o transexual, categorías que ya empiezan a generar una normatividad propia que a la postre resulta opresiva, excluyente y heredada de patrones heterosexuales, lo queer se presenta como el gran paraguas integrador de todas aquellas sexualidades libres que rechazan identificarse con ninguna concepción cerrada construida por los medios, los gobiernos o las instituciones de turno.

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La lectura de sus páginas resulta tan reveladora que el libro podría figurar sin problemas en la sección de manuales de autoayuda. Muchos de los problemas y traumas consustanciales al hecho de ser lesbiana, trans, maricón o intersexual son desintegrados a lo largo de sus páginas con la mayor naturalidad, porque una de las cosas que te enseña “Queer. Una historia gráfica” es que el ‘problema’ ya no es un ‘problema’, y que si en todo caso lo sigue siendo, será de los demás, no tuyo. En conclusión, por un lado este ensayo con forma de cuasi novela gráfica resolverá muchas de las dudas e inseguridades que todo maricón alberga en su interior desde su más tierna infancia, por otro lado, su lectura puede ahorrarte mucho dinero en psicólogos. ¿Te parece poco?

La revancha del Power Bottom

“Nunca le enviaría una petición de sexo a un versátil”, me decía Nabil, uno de mis últimos amantes, un hermoso gordito londinense pasivo declarado. “En la práctica, la mayoría de los que se definen como versátiles acaban revelándose como pasivos exclusivamente, no me interesan”. Las palabras de Nabil me dejaron pensativo. Vivimos en una época en la que desde diferentes frentes de la comunidad LGBTQI se aboga por la extinción de las etiquetas en favor de una concepción utópica de la sexualidad en la que la diversidad y la tolerancia marquen el signo de los tiempos. Ni masculino ni femenino sino todo lo contrario. Ni activo ni pasivo sino todo lo contrario. La idea es no abundar en las categorías tradicionales, acabar de una vez con lo que tienen de construcción cultural heredada. Todo muy bonito, sí, pero ¿acaso nos estamos pasando?

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Hay quien afirma que al patentar etiquetas como “bear”, “chubby”, “activo” o “pasivo”, “gay” o “hetero” estamos simplificando y alimentando un estereotipo que, a la larga, se torna excluyente. ¿Podrían estar en lo cierto? Probablemente, pero a todas luces vivimos tiempos muy difíciles para dejar las etiquetas a un lado. ¿No es así? De hecho vivimos en la época dorada de las apps de folleteo (¡si hasta la comunidad hetero disfruta de ellas!), unas apps cuya estructura y funcionamiento se articula a través de la existencia misma de las etiquetas. Y yo me pregunto, ¿acaso no viene a ser una manera de entendernos?
Dos días después de despedirme de Nabil, me encontraba en la cama con un par de osos fornidos y redondos. Uno de ellos, Tomeu, pasivo para más señas, se lamentaba: “He dejado de quedar con versátiles. Al final siempre resulta que de activos no tienen nada, no son versátiles para nada, solo pasivos”. En apenas unos días volvía a encontrarme casualmente con el mismo razonamiento, y por supuesto, ello me empujó de nuevo a los brazos de la reflexión. La descripción del panorama sexual ofrecida tanto por Nabil como por Tomeu coincidía en una cosa, en la necesidad de usar las etiquetas, y sobre todo, ¡de usarlas bien!

“Hay versátiles que se definen como tales y en sus perfiles solo muestran fotos de su culo en pompa, ya me dirás tú lo que significa”, me comentaba Tomeu mientras me permitía reposar mi pierna sobre sus rechonchas nalgas recién folladas. Todo ello seguía apuntando en la misma dirección: en el mundo del folleteo más vale que seas claro, sincero y directo y sepas usar debidamente las etiquetas. Esto es algo que choca frontalmente contra las pretensiones de la teoría queer en particular y las teorías sobre el carácter performativo del sexo/género en general. Aquí hay algo que no encaja y de lo que pueden derivarse una larga serie de debates: ¿son tan malas las etiquetas? ¿hay algún problema en que alguien se defina como ‘activo’ o ‘pasivo’ sin más? ¿existe un desencuentro entre la teoría queer y lo que pasa en tu cama? ¿son los ‘pasivos’ quienes — tras ser minusvalorados o directamente vilipendiados por la tradición histórica— están estableciendo las reglas del renacido juego sexual versión 2.0.? Y se ocurre otro más, ¿es que nadie quiere meterla?

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“No soporto cuando se definen como empotradores de 20 cm y luego ni siquiera se les levanta”, continuaba Tomeu tumbado boca abajo en su amplia cama de matrimonio. La luz solar se derramaba por la habitación como una cascada furiosa. A través de la ventana pude divisar una zona boscosa de cruising de las afueras de Vilanova i la Geltrú. “Hace poco me hice unos buenos kilómetros para follar con un activo y tuve que volverme a casa como había venido”. El enfado y la decepción subyacen bajo sus palabras. Tomeu lamenta seriamente esa falta de exactitud en el uso de las etiquetas.
Luego estarán las voces que clamarán contra la importancia que suele concederse al acto de la penetración. Mirad, ese ya sería otro debate. Hasta donde yo sé la penetración viene siendo una opción francamente interesante, pero no la única, totalmente de acuerdo.

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Otra lectura que podemos hacer de algunas de las cuestiones aquí planteadas es que la figura del Power Bottom se está sacudiendo por fin todo resto de vergüenza o timidez y está mostrando sus cartas con innegable orgullo y asertividad. La revancha del Power Bottom viene pisando fuerte y es poco amiga de las tonterías habituales. Ellos tienen el poder, te pedirán cuentas y te harán sudar, siempre pedirán uno más antes de que salgas por esa puerta. Deja de marcarte faroles, no seas ridículo, desenfunda tu polla tiesa y demuestra que… usas las etiquetas correctamente de una jodida vez.

Bob Flesh recomienda: Por el culo – Políticas anales

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Dicen Javier Sáez y Sejo Carrascosa en el apartado de conclusiones de su ensayo Por el culo (Políticas anales): “En este libro hemos querido suscitar un debate de lo que ocurre alrededor del culo y de la penetración anal”. Y la verdad es que lo consiguen. Este libro es un tesoro, y lo único que lamento es no haberlo leído antes. Me hubiese venido muy bien para profundizar en algunos de los conceptos que abordo tanto desde esta web como desde mis novelas porno.

Siguiendo la tradición de los estudios culturales y en particular de la teoría queer (no te asustes, maricón), los autores, más que poner al culo en su sitio, se dedican a poner en su sitio a todas aquellas personas, tradiciones, culturas e instituciones que siempre desde del poder han conspirado para que los placeres asociados al culo oscilen entre el castigo, la demonización, la sumisión y la vergüenza. Por el culo va desgranando en clave divulgativa la valoración que se ha hecho del sexo anal a través de los tiempos, desde las civilizaciones clásicas hasta la actualidad, momento en el que seguimos lejos de alcanzar un punto óptimo para generar un verdadero debate social a escala global.

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A través de textos que van desde la imprescindible Historia de la sexualidad de Michel Foucault hasta la divertida visceralidad de Beatriz Preciado en sus ejercicios contrasexuales, se repasan cuestiones clave como la masculinidad atendiendo a su construcción por un sistema heteropatriarcal que rechaza de plano estimular su propio ano, a saber, descubrirlo como zona erógena privilegiada. De hecho, me quedo con una de las definiciones desgranadas a lo largo del libro: “Ser un hombre es ser impenetrable”. Toma ya.

Pero no queda aquí la cosa. El libro es todo esto y mucho más. Hay leña para todos. Tampoco los movimientos de izquierda están libres de culpa en tanto jamás han incluido en su agenda una política que se ocupe de la sexualidad como es debido y que depure su propio lenguaje homofóbico de expresiones que continúan situando nuestros anos en el centro mismo de la humillación social. Pogres, siempre lo supimos, estáis desfasados, vuestro tiempo ha pasado.

Cabe destacar también la labor de los autores a la hora de proponer medidas que acaben de una vez por todas con la falta de simetría en las relaciones que implican al sexo anal. El activo o top como poseedor de una masculinidad a prueba de balas, detentador del poder y opuesto al pasivo o bottom, como ser afeminado y sometido a las odiosas lógicas patriarcales. El Orgullo Pasivo está aquí para quedarse, señores, y como señalan Javier Sáez y Sejo Carrascosa en esta lucha será fundamental el uso del lenguaje, será preciso recurrir a nuevas expresiones que se nos presenten libres de los odiosos desequilibrios de poder que supura la herencia patriarcal.

Javier Sáez, declarado oso insumiso, y Sejo Carrascosa también se ocupan de reflexionar sobre la importancia de las nuevas masculinidades en el contexto de la comunidad LGBT. Así, las subculturas leather y bear también tienen algo que decir sobre la orgullosa apropiación del sexo anal como nueva seña de masculinidad. Pero los excesos se pagan, y los autores señalan comportamientos misóginos y homófobos en el contexto de estos colectivos, en atención a sus arrebatos plumófobos e hirientes también para las mujeres. Mirad, libros como este son fundamentales si deseamos establecer las bases del juego social — del juego sexual— desde unos parámetros justos, simétricos y respetuosos con toda la diversidad que alcanza nuestro punto de vista.
Y esto solo será posible si estamos dispuestos a seguir aprendiendo, porque, amigos, la vida es un continuo aprendizaje. Y esto no es una frase de cero sesenta. Me temo que la oscuridad nos sigue envolviendo y películas como Matrix siguen definiendo a la perfección el signo de los tiempos. Debemos desconectarnos de nuestros biopuertos y abrir los ojos a una nueva realidad. La teoría queer tiene la obligación de hacerse entender por todo el mundo, y esta es una empresa en la que a menudo fracasa estrepitosamente. Al estamento académico le cuesta transmitir sus ideas y sus conclusiones más allá de un círculo muy restringido. La virtud de Por el culo es que partiendo del rigor y del afán divulgativo sabe comunicarse con el lector, se trata de un libro ameno, tremendamente revelador y por momentos muy divertido. Esto me parece esencial dentro cualquier forma de activismo LGBT y celebro que en este caso se haya obrado el milagro. Ya va por la segunda edición y si alcanzase tantas como merece podríamos afirmar que las cosas cambiarían para mejor, nos ocuparíamos de nuestros culos como es debido y la figura del ‘pasivo’ quedaría libre de mancha de una manera definitiva. Hay que seguir luchando, amiguitos, nuestros culos lo agradecerán.