Que al mainstream le incomoda un hombre gordo no es ningún secreto. Que a menudo lo convierte en objeto de mofa tampoco. El 29 de agosto del año 2011 el Daily Mail Online publicaba una noticia de lo más elocuente: David Beckham llevó a las playas de Malibú a su numerosa descendencia para darle unas lecciones básicas de surf. El santo patrón de lo metrosexual, cuyos abdominales, según el medio citado, “son la envidia de muchos hombres” (bostezo), emergía de las templadas aguas del Pacífico cuando tropezó con la figura de un magnífico chub ataviado con un sencillo y bien ceñido speedo.
Tal encuentro merece ser considerado como lo que es, un hito cultural en toda regla en el que se baten las dos fuerzas antagónicas sobre las que gravita la historia de la comunidad bear, la dictadura de lo fashion y del canon estético universal versus la glorificación y rotunda autoafirmación de las redondeces naturales de nuestros queridos amigos los gorditos, ositos, cachorros y demás fauna bear. La elocuencia destilada por la noticia la encontramos en el tratamiento imbuido por el Daily Mail, asqueado y divertido a partes iguales por la osadía del chubby: ¡Sí, tú, grandullón! ¿¡cómo te atreves a aparecer frente al semidiós Beckham con un bañador tan diminuto!? Por si alguien se ha perdido, tal recriminación es la verdadera columna vertebral de la noticia y aquello que justifica su publicación. Con todo, la indignación y la perplejidad del Daily Mail se centra en las ridículas dimensiones del speedo. Cuando otro chubby hace aparición frente al surfero Beckham, el medio se complace en destacar que éste viste con mayor decoro, puesto que ha optado por unos shorts que tapan más porción de su anatomía.
Se supone que todo esto tiene que ser divertido, pero francamente el punto de vista aportado desde la comunidad bear le da la vuelta a toda la situación. Sin duda, David Beckham, en un acto de justicia poética, merece ser incluido en los juegos amorosos de ambos osos, transformado en un mero toyboy, penetrado por todos sus agujeros, preñado con leche fresca, y convertido a una nueva y más contemporánea forma de entender la sexualidad. En cualquier caso, David Beckham ya es pasado.
Poco tiempo después, en el mes de febrero de 2012, otra inmunda publicación online se complace en alertar nuevamente sobre el terrorismo estético que supone el uso de speedos por parte de los gorditos. El medio en cuestión llega a preguntarse cómo es posible que tales cosas se permitan, para alabar a continuación la fabulosa capacidad invisibilizadora del photoshop.
El fotógrafo no duda en eliminar digitalmente la oronda figura localizada en segundo plano para dejar en un primer término a la verdadera protagonista, la adocenada beldad del biquini azul. Presuntamente, todo esto también tiene que resultar divertido, pero a un servidor esta clase de dinámicas del mainstream le parecen algo peor que aburridas. En mi opinión ha llegado el momento de declararle la guerra al canon estético universal y especialmente a todos aquellos que hacen burla de la belleza surgida en los márgenes de la cultura oficial. Es preciso meterles por el culo sus chascarrillos de tres al cuarto con buenas dosis de Chubby Power. Desde aquí declaro que queremos chubbies con speedos en todas y cada una de las playas del mundo y los queremos ya. Deseo recrear mi vista en océanos de belleza rolliza y echarme a dormir sobre la suave barriga de un dulce gordito mientras nuestras siluetas se recortan sobre el horizonte, despertar en una nueva era estética dominada por un nuevo amanecer, el Amanecer Chub.