Bear Directors: Orson Welles

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Nada mejor que empezar el nuevo año dándome el gustazo de postear este maravilloso artículo que mi querido Dr. Insermini le dedica al Bear Director por antonomasia, el gran Orson Welles. Un auténtico gozo para aquellos que –como yo– quieren saber más sobre su genio y figura desde un punto de vista filogay. Querido Orson, nunca lamentaremos lo suficiente el no haber compartido contigo un cocido madrileño en una sencilla taberna mesetaria. Fumarnos un puro, hablar de lo humano y lo divino, y, ¿por qué no?, mariconear un rato.

BEAR DIRECTORS: ORSON WELLES

Un especial muy necesario y muy hush hush del Dr. Insermini

Y, bueno, yo, cuando estoy en compañía de un homosexual, me vuelvo un poco homosexual.

Orson Welles en Mis almuerzos con Orson Welles

Permitidme que antes de empezar aclare un par de cosas. La primera: soy muy fan de Orson Welles, seguramente, hablando de cine, es la personalidad más fascinante que nos dio el siglo XX. Como el mismo Kane, Orson fue un hombre de muchas caras, cuya imagen pública -la del genio incomprendido por la industria del cine y más tarde el trotamundos amante de la buena vida- reflejaba una parte muy-muy pequeña de lo que fue realmente Orson Welles. Él mismo disfrutó toda su vida alimentando ese misterio que le rodeaba, dando por ciertas historias falsas que se contaban sobre él y observando divertido cómo progresivamente el mundo, los plumillas en las revistas, sus viejos colegas, parloteaban y distorsionaban aún más su imagen, de la misma forma en que lo haría un espejo deformante de los que había en las ferias de atracciones. ¿Pero quién era Orson realmente? ¿No tenemos cada uno nuestro Orson particular? ¿Es verdadera la imagen que nos ha llegado de él o es todo una gran mentira? (Oigo las risas de Orson, ruidosas, como sonarían las de un Dios que vive en los cielos). Y con esto llego a la segunda aclaración. No quiero que este artículo se interprete como un razonamiento que busca defender la tesis -que no es nueva- de que Orson Welles era homosexual, latente o no. Eso sería una catetada por mi parte. Algo que me haría sentir muy pequeño. Más pequeño aún teniendo en cuenta que de quien estoy hablando es de Orson. Lo que quiero –y esto te lo digo especialmente a ti, querido Orson– es poner orden a una serie de datos que he ido recabando como forma de rastrear al Orson marica que convivió contigo a lo largo de toda tu vida. – No te enfades, querido Orson, porque pienso que humildemente, desde este rincón que me cede Bob Flesh, lo que voy hacer es contribuir a engrandecer un poco más tu leyenda. A darle unas cuantas capas más a tu majestuosa imagen. Y además, créeme, no es lo mismo ser marica en estos tiempos que en tu época. Ahora es cool.

Orson Chimes at Midnight

Por otro lado todas las etiquetas son engañosas, reduccionistas. Nombrar las cosas es acabar con su misterio. ¿Es gay un hombre que se da cuenta de que disfruta más de las relaciones sexuales que tiene con su mujer si introduce a otro hombre en la cama? Los gays puros, los heteros puros son muchos menos de lo que creemos. Hay toda una zona de grises que apenas comprendemos. Una zona de grises en la que estabas tú, querido Orson. Te gustaban las mujeres, de eso no hay ninguna duda. En tus mejores años, cuando eras el joven genio del teatro que creó el Mercury Theatre, que revolucionó la radio con aquella emisión de La guerra de los mundos y que poco después se dejó querer por Hollywood, ibas de flor en flor. Según las biografías estabas loco por tirarte a toda starlette que se te pusiera a tiro. Lo hacías en los camerinos, en los coches, debajo de las mesas. Entonces aún no tenías la figura oronda que luego te ha hecho reconocible a los ojos del mundo. Lo tuyo te costaba mantenerte delgado. Muchas privaciones y contínuos baños de vapor que te hicieran sudar hasta el último gramo de grasa. Pero lo cierto es que estabas cerca de ser un galán. ¡Y ese encanto! ¿Hay algo más sexy que la buena salud, el rebosar de vitalidad y energía? ¿Que te hagan reir? No te tomabas nada en serio, ni siquiera a ti mismo. ¿Cómo no caer en tus brazos? Por si alguien no lo recuerda tuviste romances importantes con grandes bellezas. Con la bellísima actriz mexicana Dolores del Río, a la que dejaste por Rita Hayworth, con la que te casaste. También está ese divertido episodio en el que durante una larga estancia en Italia te encaprichaste de una italiana bigotuda y poco agraciada que no hablaba ni una palabra de inglés. Ella te daba calabazas, pero tu obsesión era muy fuerte. La perseguiste, te arrastraste, rechazaste a Rita en un acercamiento con visos de reconciliación. Tenías que poseer a la italiana fea. Era algo más fuerte que tu vida. Es una de las historias que más me gustan de ti. Pero junto a todas estas historias de faldas hay una parte homo en tu vida que no puedes negar. No sé si alguna vez te apeteció comerte una polla. No estoy seguro. Tu colega John Huston -otro hetero, con menos sombras aún que tú- dejaba que Truman Capote se la mamara de vez en cuando. Esto lo cuenta Andy Warhol en sus diarios. Se lo contó el propio Capote, y yo me lo creo.

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Por lo que he leído me doy cuenta de que eras por encima de todo un seductor. Lo fuiste casi desde que naciste. El pequeño wunderkind (niño prodigio) que maravillaba a todos desde su primera infancia. Con 8 años ya estabas acostumbrado a que los amigos de papá y mamá se te insinuaran.

Ya ve, toda esta experiencia la tenía ya entonces. Desde mi más tierna infancia fui la Lillie Langstry de la peña homosexual adulta. Todos me buscaban. Yo no sabía cómo quitármelos de encima. Pensaba que les sentaría mal si les decía que yo no era homosexual, que sería un reproche, así que siempre tenía dolor de cabeza. ¿Sabe? Yo era una especie de virgen perpetua”.

Orson Welles a Barbara Leaming, en la biografía Orson Welles (Tusquets editores).

Creo que todo este background te hizo ser consciente de tu poder seducción desde muy pronto, del efecto que tu precocidad, tu genio, provocaba en los adultos, y que con los años te acostumbraste a utilizarlo en tu provecho. Sin ninguna maldad, antes bien con mucho cachondeo.

Me encanta la historia que tuviste con John Houseman, que tú mismo definiste como una novela rusa. Él era un empresario algo mayor que tú, que entonces apenas habías cumplido los 20 y estabas en plena efervescencia creativa. Cada obra que representabas en Nueva York era un gran acontecimiento. Houseman quería introducirse en el mundo del espectáculo y fue en una representación de Romeo y Julieta cuando se produjo vuestro primer encuentro. Él quedó prendado de ti. En su autobiografía evoca ese momento describiéndote como un “joven monstruoso”, que despertó en él “algo obsceno y terrible, una irresistible violencia interior”. Así nació una historia que duró varios años. Tú, indiferente, te dejabas cortejar y te divertías con el efecto perturbador que provocabas. En una ocasión Houseman fue a visitarte a la casa que compartías con Virginia, tu primera mujer. Tú estabas en la bañera, tomando un baño. Divertido, le hiciste pasar. Houseman sufrió un shock ante lo que vio. “Allí estaba Orson echado, inmóvil y cubierto por el agua, a través de la cual su cuerpo grande y de una palidez cadavérica parecía desproporcionadamente hinchado. Cuando salió entre excusas, chorreando y salpicando agua por todas partes, me di cuenta de que su tamaño no debía nada a la refracción de la luz: de que era tan enorme dentro como fuera de la bañera”. Esto lo cuenta Houseman en su libro, y Barbara Leaming, tu biógrafa lo describe como un calculado esfuerzo más por tu parte para impresionarle y desconcertarle.

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Un joven Orson en compañía de John Houseman

Una vida, la tuya, por la que fueron desfilando diferentes hombres que asumían el rol de padre. El tuyo verdadero quedó pronto relegado a un segundo plano. Era un inventor algo borrachín poco capaz de asumir responsabilidades. Seguramente, tú, que con 10 años ya habías montado una representación teatral de El doctor Jeckyll y Mr. Hyde entendías perfectamente la situación, aunque como Kane en la película nunca acabaste de aceptar del todo que se te privara de una infancia normal. Todo este desfile de padres, tutores, al que se unió también Houseman queda reflejado en tus películas, donde es fácil encontrar paralelismos con tu propia vida.

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Joseph Cotten entre los pechos, fotograma de Too Much, Johnson (1938)

En Ciudadano Kane, tu gran amigo Joseph Cotten interpreta al gran amigo de Kane. Me he topado con lecturas de Kane que hablan del trasfondo homosexual de esa relación y no me resultan nada descabelladas. Yo mismo he pensado siempre que de alguna manera estabas enamorado de él. Mirando por la red he visto que algunos van más allá y perciben una mirada gay bastante clara en tu cine y señalan la repetición de ciertas dinámicas de dependencia masculina en los personajes de tus películas. ¡Oh, sí! Yo también creo que en Touch of Evil (1958) entre Quinlan y Menzies había AMOR. Pero la cosa no termina ahí. Me ha encantado descubrir que en tu obra no terminada The Other Side of the Wind, rodada durante varios años (1970-76) John Huston da vida a un director de cine esculpido a imagen y semejanza de Ernest Hemingway. Como él, Hannaford es un hombre que se esfuerza por proyectar una imagen de macho que disipe todas las dudas sobre su sexualidad. ¿Es usted homosexual? Le preguntan los periodistas. Finalmente se despeja esta duda y se descubre que Hannaford está loco por la estrella masculina de su última película, John Dale, un joven con aspecto de estrella de rock. Es este amor secreto y no correspondido lo que terminará destruyéndole.

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Esta representación del macho es verdaderamente interesante, querido Orson. ¿Es una vendetta personal contra Hemingway, con el que tuviste una amistad en el pasado? ¿O es simplemente una desmitificación de la figura del macho-man? Lo cierto es que la película se rodó en un momento en el que la idea del macho de toda la vida llevaba años siendo ridiculizada por los hippies y demás tribus contraculturales. ¿No habrá también algo de ti en el personaje de Hannaford? Y en todo caso ¿Por qué hacer de él un homosexual armarizado? Es una pena que no pudieras terminar la película. Y aunque se habla todo el rato de que pronto llegará a las salas un montaje fiel a tu idea de la película, estas cosas no suelen salir bien. Quizá sea mejor quedarnos con el misterio y la leyenda de lo que hubiera sido.

En el libro What Ever Happened to Orson Welles? A Portrait of an Independent Career, de Joseph McBride se repasan todas estas complejas relaciones entre hombres que aparecen en tus películas, desde Kane hasta The Other Side, asegurando que están en el mismo corazón de tu obra, donde las relaciones heterosexuales que aparecen tienen por el contrario un interés bastante limitado.

En otro libro, Mis almuerzos con Orson Welles, hay una parte reveladora sobre lo que estamos hablando.

Orson:  Este año tengo un juicio en Francia, quiero impedir la publicación de un libro de un viejo colega… ha escrito que soy impotente y un homosexual latente.

Henry Jaglom:  ¿Y cómo lo va a saber él?

Orson: Lo que probablemente haya ocurrido es que cuando pasé seis semanas en París antes del rodaje de Otelo, para ensayar con Micheál MacLiammóir, él se unía a nosotros en las comidas. Y, bueno, yo, cuando estoy en compañía de un homosexual, me vuelvo un poco homosexual. Para que se sienta cómodo, ¿comprendes? Y para que Micheál se sintiera cómodo, yo me amaneraba un poco.

Mis almuerzos con Orson Welles. Conversaciones entre Henry Jaglom y Orson Welles. Editorial Anagrama.

Aquí no puedo evitar sonreír, porque me encantaría verte soltando la pluma y hacer un poco el mariquita. Creo que te hubiera comido a besos. Pero me sonrío también -querido Orson- porque creo sinceramente que no estás siendo del todo sincero. Te soltabas la pluma porque eras caprichoso y lo querías todo. A veces, estando entre homosexuales brillantes, como Micheál MacLiammóir, te apeteció ser como ellos y participar de la chispa que ellos tenían. Envidiabas su despreocupación por lo que dijeran los demás. Quien haya leído la biografía que escribió Barbara Leaming sobre ti conoce bien a MacLiammóir y sabe que nunca en la vida se hubiera sentido incómodo por su homosexualidad. En ninguna circunstancia. Decir eso es tan idiota como decir lo mismo de Quentin Crisp.

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Orson con su caniche Kiki, que le acompañaba a todas partes

En otro momento del libro, Henry Jaglom afirma que Gary Cooper te volvía loco, a lo que tú respondes: “Pues sí. Veo a Gary Cooper y me convierto en mujer”. Sinceramente creo que un genio como tú supo aceptar su parte femenina más de lo que le gustaba reconocer. Y eso, a mis ojos, es parte del secreto de tu enorme atractivo.

Pongo el punto final aquí a esta especie carta a Orson que me ha salido. Creedme, hay aún mucho más que desgranar, pero lo dejo para otro momento. No quiero abusar de la confianza de Bob Flesh. Como decía al principio, con este artículo no pretendo decirle al mundo que Orson Welles fuera gay, bisexual o lo que sea. Orson era simplemente un hombre maravilloso. ¿No es una etiqueta una forma de estigma? ¿Quién las necesita? Lo que me mueve en el fondo es el deseo de cargármelas y de que evolucionemos. ¿Qué mejor que hacerlo hablando de Orson?

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Hombres enamorados

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«Me gustaría saber por qué casi todos aquellos hombres que se aproximan a la grandeza tienden a la homosexualidad, tanto si lo admiten como no». Leído en la correspondencia del escritor D.H. Lawrence (1885-1930). En la imagen Alan Bates y Oliver Reed en la célebre escena cuerpo a cuerpo de la adaptación de su novela Mujeres enamoradas. Las nuevas masculinidades vienen de lejos.

Un año sin Bob

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Hoy 29 de abril se cumple un año de la muerte de Bob, porque para mí, Bob Hoskins era simplemente Bob. Si se estrenaba una nueva peli de Bob, yo iba a verla de cabeza. No me importaba en absoluto lo que dijeran las críticas. Porque Bob hizo de todo, tiene una de esas carreras que adoro, repleta de grandes películas y de otras menos memorables, dispares, inesperadas e incluso completamente desatinadas. Yo las veía todas, bueno, o casi todas, para no mentir, y en todas ellas me veía recompensado de alguna manera. La magia de Bob traspasaba la pantalla hasta alcanzarme. Tenía estilo, toneladas de buen hacer y un físico rudo y compacto que —proyectado en pantalla grande— podía llegar a provocarme taquicardias (lo juro). Años más tarde, cuando empezó a manifestarse esta cosa del rollo bear empecé a entender lo que me pasaba. Bob Hoskins era el actor oso por excelencia. Para mí, en su figura confluían dos pasiones, la del cine y la descontrolada etapa del despertar sexual. Nos pasó a muchos. No en vano sigue ocupando una posición de honor en el Olimpo de actores osos. Hoy quiero recordarle con una selección de sus cinco mejores películas como protagonista. El año próximo escogeré mis favoritas entre sus docenas de trabajos como secundario. Su carrera da para mucho, está llena de tesoros. I love you, Bob.

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El largo Viernes Santo (1980)
Película fundamental en la trayectoria de Bob, pieza de cine negro british superlativa y primer papel protagonista de peso para él. En ella interpreta a un mafioso de furia difícilmente contenida cuyos intereses se darán de bruces con las acciones terroristas del IRA. Su rotunda masculinidad complementada por la magnífica Helen Mirren y acompañada por una inolvidable banda sonora hacen de El largo Viernes Santo una experiencia a la que siempre me apetece volver. El final de la película sigue poniéndome los pelos de punta.

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Mona Lisa (1986)
Consagración definitiva de Bob Hoskins, avalada por la palma de oro a la mejor interpretación en el Festival de Cannes. Mona Lisa es una obra maestra realizada por un Neil Jordan en plena forma, una historia de gángsters y fulanas que naufragan en un océano de ansia, ambigüedad sexual y fatalidad. En ella Bob Hoskins interpreta a un expresidiario rabiosamente vulgar inmerso en un contexto de crimen, sordidez, traiciones y mentiras. Es la película que más veces he visto en mi vida. En mi humilde opinión, una de las más bonitas historias de amor jamás filmadas.

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¿Quién engañó a Roger Rabbit? (1988)
Sin duda, la película más popular de Bob, un clásico Disney para todas las edades. Su interpretación del arquetípico detective privado Eddie Valiant está totalmente a la altura de la apisonadora Roger Rabbit. Lo mejor que le pudo pasar es no tener secuelas. La hazaña era épica y probablemente irrepetible. A partir de aquí su fama se dispara y llega el momento en el que Bob Hoskins y Danny DeVito empezarán a ser confundidos por espectadores despistados de todo el mundo. Adoro a Danny De Vito, pero, francamente, nunca pude entender la confusión.

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El enigma del hechicero (1988)
No solo es una película realmente buena sino que es la primera de Bob Hoskins como realizador. Si bien no tuvo una carrera sólida como director —solo llegó a dirigir otra más, la fallida cinta infantil Rainbow—, El enigma del hechicero posee la distinción de las extrañas y valiosas joyas realizadas por actores-realizadores como Charles Laughton y su La noche del cazador. Un cuento sencillo y seductor en el que Bob interpreta a un gitano ambulante que atraviesa una Europa desdibujada por la atmósfera de terror que supura la Segunda Guerra Mundial. Probablemente, la película más reivindicable de toda la filmografía de nuestro querido Bob.

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El viaje de Felicia (1999)
El realizador Atom Egoyan hizo muy bien brindándole la ocasión de volver a interpretar a uno de esos personajes protagonistas inolvidables que pueblan su ya larga filmografía. Dentro del tono frío, distante y cerebral de Egoyan, Bob borda un difícil papel de buen samaritano que esconde capas progresivamente oscuras. Un cuento de terrores cotidianos y ambigüedades calculadas que te lleva por lugares que no esperas. La última gran película de Bob.

Bear Actors: Paul L. Smith

Captura de pantalla 2015-03-05 a la(s) 15.28.32 Quienes seguís este blog, sabéis de mi interés hacia la figura del actor secundario entrado en carnes y envergadura de oso. A menudo se trata de actores cuyos nombres se han perdido en la noche de los tiempos, personajes que de puro secundarios han sido aplastados por una Historia Oficial del Cine que nos priva de momentos valiosos para todo amante del universo desplegado por Palabra de Oso. 2141814,mFOYJ7D5_+bL9EGtiiEm+llVDxv7VdsixBUMYIxFR3zF2+vAiKmm1+RPUSOylW3ydI7b1YEndyg5VqBRvk4Q8g== Hoy quiero recuperar la oronda figura de Paul L. Smith, un actor no demasiado recordado y que sin embargo nos ha proporcionado muy buenos momentos en algunas películas más que notables para cualquier aficionado al cine. Encasillado en papeles de villano de una pieza, Paul L. Smith, además de un formidable físico, poseía una sonrisa entre seductora y psicopática capaz de endurecer los pezones del más pintado. Quizá no fue un actor excelente, pero eso es algo que no me importa en absoluto. Lo sigo prefiriendo a Javier Bardem o a James Franco. Hoy quiero rendirle un tributo especial desde aquí. Repasamos su vida en diez puntos esenciales. Screen-shot-2010-11-26-at-1.50.27-PM 1. Nació el 24 de junio de 1936 en Everett, un pueblecito de Massachusetts, USA. Cuando vino al mundo pesaba 17 libras, o lo que es lo mismo, algo más de siete kilos. 2. De joven practicó boxeo y lucha libre. Sus primeros trabajos fueron de portero y guardaespaldas. Obtuvo una beca deportiva y, tras su paso por la universidad, se licenció en Filosofía. 3. A finales de los años cincuenta, mientras estaba en una fiesta, le ofrecieron un pequeño papel en la película Éxodo (1960), un clásico histórico sobre la constitución del Estado de Israel. Esto tendrá una importancia vital en su carrera y en su persona, puesto que durante diferentes épocas de su vida se instalará allí, rodará películas, se enrolará como voluntario, conocerá a su esposa Eve y se nacionalizará como israelí en el año 2006, adoptando el nombre hebreo de Adam Eden. Morirá en el año 2012 en la ciudad de Ra’anana. Paul_smith 4. Su carrera como actor se compone de 55 títulos, que incluyen superproducciones de Hollywood, olvidadas películas israelíes, exploitation movies por toda Europa y apariciones puntuales en series de televisión como Wonder Woman (1979). Cuando le preguntaban sobre su profesión de actor respondía: “Déjame explicártelo de este modo: me pagan para hacer lo que, de ser rico, yo les pagaría a ellos para que me dejaran hacerlo”.

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En ‘Crimewave’ (1985), en modo cartoon.

5. Mientras trabajaba en Italia a mediados de los años setenta, debido a su gran parecido con Bud Spencer, intervendría en varias películas junto al actor Michael Coby (conocido también como Antonio Cantafora, a su vez, doble de Terence Hill) como tándem cómico en varias películas de acción. Una de ellas se estrenó en USA con el título de Convoy Buddies, el productor sustituyó los nombres de los actores por los de Bob Spencer y Terrance Hall. Paul L. Smith demandó al productor y ganó el pleito.

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Señale seis diferencias entre el original y la copia.

6. Nos puso muy brutos interpretando al sádico y sudoroso guardián de la prisión turca donde las pasa putas Brad Davis en El expreso de medianoche (1978).

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Pensando si sodomizar o no a Brad Davis en ‘El expreso de medianoche’.

7. Quizá por ello interpretó a Brutus en la adaptación que Robert Altman hizo de Popeye (1980). paulsmith-large 8. Apareció en la película de terror española Mil gritos tiene la noche (Pieces, 1982), en la que interpreta a un fornido jardinero con muy malas pulgas que porta una sierra mecánica en mano en una historia que va de un psicópata asesino que corta a jóvenes colegialas en pedacitos. Para más señas, la película favorita de Eli Roth, el director de Hostel (2005)Yo la vi en el cine hace un par de meses y tengo que decir que me gustó mucho más que Birdman (2014) o Ida (2014). 11388001_gal 9. Su lúbrica sonrisa volvió a seducirnos de manera enfermiza en su aparición como Glossu Rabban en el Dune (1984) de David Lynch. Pese a su encasillamiento conviene destacar su carácter camaleónico. Me llevó décadas descubrir que Glossu Rabban había sido previamente el carcelero de El expreso de medianoche. paul-l-smith-as-the-beast-rabban-in-dune-2 10. Su última película importante fue Maverick (1994), junto a Mel Gibson y Jodie Foster, en la que interpreta a un Príncipe ruso que viaja al salvaje Oeste con la intención de disparar a los indios. Una vez más, pese a lo infame de su personaje, consigue despertar una profunda y desconcertante empatía con el espectador.

Narcisismo Bear

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En cierto modo, la historia del movimiento bear puede ser leída en clave de un ejercicio de autoafirmación de tintes narcisistas. Su progresiva consolidación como subcultura con la llegada de la fabulosa internet y su difusión masiva a nivel mundial tiene un efecto inmediato sobre aquellos homosexuales que se siente marginados por el mainstream en tanto son gordos, peludos y distan de semejarse al dichoso canon estético universal.

En este contexto, la impronta de internet posee una consecuencia clara sobre el colectivo homosexual: amplía el canon estético para incluir en él a todos aquellos que tradicionalmente se habían visto excluidos por el mismo. La repercusión de este hecho posee vastas consecuencias cuyo epicentro localizamos en un subidón inmediato de la autoestima. Ha nacido el narcisismo bear.

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La proliferación de portales y revistas sobre temática bear construye paso a paso una estética propia que sirva de unidad de medida para la nueva figura del “oso” como tal. Parámetros como las maneras masculinas, el sobrepeso, las camisas de cuadros y lucir con orgullo la edad serán algunos de los más notables en este nuevo contexto homosexual. De aquí se derivarán nuevas banderas (bear flag), nuevos rituales (eventos varios, kdadas), nuevas categorías (chub, chaser, cub, otter) y nuevas nomenclaturas (husbear) que sembrarán las semillas de un efervescente e imparable orgullo bear.

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La ruidosa irrupción de todo ello en el contexto homosexual hará que voces autorizadas como la del cineasta John Waters se rasguen las vestiduras en clave humorística ante tanto revuelo y tanta dramatización. Al director de Pink Flamingos la segunda salida del armario asociada a la subcultura bear le parece excesiva (mamá, me gustan los hombres, pero es que además soy un oso…). Me parece muy bien que se haga humor con todo esto pero creo que para comprender el momento actual es preciso posicionarse y vivirlo desde dentro. Todos aquellos que hemos detestado el imperio del canon estético universal no podemos sino celebrar la diferencia… una diferencia que empieza a convertirse en algo homogéneo a base de autoafirmación y difusión en ascenso.

Hablamos de la aparición de los primeros estereotipos, de la consolidación de un modelo oficial de oso, que como tal deviene en referencia estética y en última instancia se torna excluyente. No importa, esto es algo que se percibirá con mayor claridad en un futuro inmediato. De momento, seguimos instalados en lo que podemos considerar como una primera etapa de la subcultura bear, y dicha etapa, como vengo sosteniendo, sigue fundamentada sobre nociones referidas a algo así como el narcisismo bear. 

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El narcisismo bear estalla en el preciso momento en el que un oso adquiere conciencia de ser un oso, de pertenecer a una comunidad que lo acoge y lo valora, de dejar de sentirse de una vez por todas el patito feo. El narcisismo bear es el grito inesperado frente a un espejo: ¡soy guapo, soy un sex symbol! ¿Alguien recuerda a aquel grupo tecnopop bautizado oportunamente como Vanity Bear? Dame narcisismo y vanidad, a toneladas, por favor.

Este grito se amplificará a través de los perfiles personales de las páginas de contactos y sobre todo de las redes sociales. Desde este punto de vista, la confluencia de estas últimas con la recién inaugurada era del ‘selfie’ suponen un momento álgido dentro de esta celebración de la belleza osuna. Demos la bienvenida al oso 2.0. Flash. Dame glamour. Flash. Dame mis quince minutos de fama.

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¿Qué opina Bob Flesh de todo esto? Mirad, si alguien espera que critique el divismo y lo machacón de determinados personajes del Facebook y otras redes sociales se equivoca. Considero que no hay que darle muchas vueltas: nos encontramos en una primera fase de la subcultura osuna y dicha fase se define por el ruido y el orgullo exacerbado. Los osos deben visibilizarse y exhibir rotundamente sus redondeces. Es preciso que lo hagan, en cierto modo es el grito de guerra que te permite hacerte un hueco en un contexto hostil.

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También es verdad que empieza a percibirse un cierto tufo a final de etapa. A lo largo de estas dos últimas décadas los osos han evolucionado y han ido diseñando su propio modelo oficial y todo modelo oficial está sujeto a críticas y a deconstrucciones varias. Incluimos esto en el capítulo de lo que nos vendrá en el futuro, pero recordad que el viejo Bob os avisó antes que nadie: el modelo de oso oficial y la subcultura bear en general debe ser revisada a la luz de nuevas necesidades y/o realidades.

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A lo largo del camino nos queda una evolución indiscutible. El oso se está volviendo algo más sofisticado que los modelos primitivos. De un modelo oso leñador de Nebraska hemos pasado a un modelo oso hipster cosmopolita y universal. Esta es una afirmación que me hizo un fan de mis libros y pienso sinceramente que no va desencaminado. Las barbas se vuelven más hirsutas y los peinados adoptan formas imposibles. Mientras tanto el dashboard de mi Facebook sigue plagado de fotos de osos narcisistas que aspiran a superar sus marcas de megusta. Me parece totalmente lícito y participo de su belleza, es más, te pondré un megusta si lo mereces. Para mí todos esos ositos son el equivalente a las pin-ups de antaño, chicas de calendario, osos de calendario a pie de calle. Viva la democratización 2.0. Usted puede ser un sex symbol, ¿acaso no lo había pensado?

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Lo único negativo de la función tiene que ver con lo que los amiguitos de Bebearmyfriend han bautizado como divas del coño, osos inalcanzables que habitan una nube de narcisismo bear mal asimilado. Las divas del coño están de mal humor y quieren tu admiración pero poco más. Las divas del coño quieren follar pero no saben cómo conducirse. Las divas del coño te lanzarán un cebo y te lastimarán con el anzuelo. Permaneced atentos. Reconoced las señales. Observad cómo se mueven.