Yo fui un gordito maricón adolescente

Dice Bob Pop, creador de la miniserie Maricón perdido, que no era su intención que esta se perciba como una sucesión de fogonazos de su propia vida sino como una suerte de collage de escenas, vividas o soñadas, que constituyen el tejido de su propia existencia, de aquello que ha llegado a ser. Hay cosas buenas aquí pero predomina la sensación de relato inconexo, caprichoso e incapaz de funcionar como un todo. Y es una lástima. Para una vez que una ficción televisiva LGTB nos ofrece un protagonista fuera de la norma, con sus kilos de más y sus movidas, que percibimos muy REALES, incluso catastróficas, el esfuerzo no llega a concretarse en una historia emocionante. Es esa falta de cohesión lo que me deja frío en el sofá y lo que da forma al pensamiento que me ronda cual moscardón. “Tampoco me parece tan interesante lo que me estás contando”.

Entre medias, alguna cosa de interés esbozada (los dardos a los gays como colectivo) pero nunca desarrollada y un amplio desierto por lo que se refiere a los personajes. El único que reclama cierta entidad, a excepción del propio protagonista, es el que interpreta Candela Peña pero eso es algo que me llevará tiempo digerir. Su personaje de madre estrafalaria tirando a tóxica la aboca a una sobreactuación que debe ser negociada duramente con el espectador. Esa negociación me sacaba de la serie cada vez que aparecía. 

Luego está el final, que parece escenificar la condición de monstruo de Frankenstein de la serie de manera atropellada y morrocotuda, sin miedo a recurrir al comodín de la llamada (hola, Almodóvar; hola, Buenafuente). Donde se debería tocar la fibra se impone la sensación de “venga, acabemos con esto de una vez”. Como espectador me quedo deslavazado, como todo el conjunto. Observando desde la distancia una historia que reclama ser emocionante en lugar de serlo.

Sin duda, las cosas buenas que podemos rascar de estos seis capítulos tienen que ver con la implicación de los dos actores que interpretan al Bob Pop adolescente y al Bob Pop adulto, Gabriel Sánchez y Carlos González respectivamente. Porque lo mejor de este “Maricón perdido” son ellos, y su buen hacer hace que te preguntes donde hubiésemos podido llegar si los mimbres hubiesen sido otros. 

Mainstream Goes Bear

Como ya he comentado en entradas anteriores, estoy muy a favor de las estrategias de apropiación artística como manera de cuestionar y subvertir el espíritu conservador del mainstream. El video que podéis ver aquí abajo es una de mis piezas favoritas, rodado en el año 2013, se trata un falso trailer que mimetiza la típica comedia romántica hollywoodiense para catapultarla hasta el universo bear. Su autor, Tyler Swank, propone un delicioso y elocuente ejercicio de suplantación en el que sustituye a los actores Ashton Kutcher y Natalie Portman por un encantador tándem Chubby-Chaser. Para un mayor disfrute, recomiendo ver antes el trailer original. Francamente, ¿con cuál te quedas?

Hollywood, algo sobre un par de daddies y el bar de Jimmy Wah

23p107744028 En el minuto veinticuatro de la película Good Morning Vietnam tiene lugar un momento interesante por lo que se refiere a la verbalización expresa del amor homosexual hacia los daddies u hombres maduros. En primer lugar, sorprende encontrar un detalle como este en una producción de Hollywood destinada al gran público, y en segundo lugar, llama la atención el curioso acercamiento al tema dependiendo de si nos ocupamos de la versión original de la cinta o de su versión doblada al español.

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Como quizá sepáis, la película ofrece un retrato de la intervención norteamericana en la guerra de Vietnam a través del punto de vista de un irreverente locutor de radio (Robin Williams) destinado en la zona del conflicto. En la escena referida, Williams, acompañado de un soldado (Forest Whitaker), acude a un bar regentado por un notorio homosexual vietnamita llamado Jimmy Wah, personaje caracterizado por su interés en conseguir una fotografía de su gran icono sexual, el talludito actor secundario especializado en westerns, Walter Brennan. Esto es lo que se narra en la versión original de la película, obra del guionista Mitch Markowitz. He aquí unas capturas ilustrativas.

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Brennan nunca fue una gran estrella pero consiguió su momento de gloria (llegó a ganar tres oscar) como secundario a lo largo de las décadas que van de los treinta a los sesenta, especializándose en el rol de comparsa borrachín de rudos héroes como John Wayne, Humphrey Bogart o Gary Cooper. En el recomendable documental The Silver Screen: Color Me Lavender (1997), realizado en 1997 por el cineasta marica Mark Rappaport, se lleva a cabo una lectura queer de los personajes que invariablemente solía interpretar Brennan. En su película, Rappaport insiste en la espesa capa de homoerotismo que destila la camaradería del actor secundario en su interacción con la hipermasculinidad de John Wayne en los célebres westerns rodados a las órdenes de otro gran valuarte de la virilidad made in Hollywood, el realizador macho man, John Ford.

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Un vaquero llamado Walter Brennan.

Mirad, vamos a decirlo bien claro, todo esto es muy raro y nos aproxima a esa zona gris en la que la hipermasculinidad encarnada por el cine mainstream encuentra puntos en común con las masculinidades surgidas en el contexto de determinadas subculturas gays (del mundo leather al universo bear). De manera inesperada, Walter Brennan, actor heterosexual, padre de tres hijos, casado durante más de cincuenta años con su querida esposa Ruth Wells, vinculado a los géneros más machirulos del cine, acaba convertido en todo un sex symbol para refinados paladares queer. Retomemos ahora la misma escena de Good Morning Vietnam pero en su versión doblada. Atención a las capturas porque me he tomado la molestia de subtitularlas.

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Como veis, en la versión doblada al español se ha producido un curioso desplazamiento. En esta ocasión, Jimmy Wah ha cambiado a su adorado Walter Brennan por otro grande del cine clásico, el actor Edward G. Robinson.

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Con todo el cariño, para Jimmy Wah.

En mi humilde opinión, esta sustitución resulta de especial interés. En primer lugar, Robinson siempre ha sido un poco fetiche sexual para mí, especialmente en mis años de adolescencia. Sus interpretaciones en el imaginario hardboiled e hipermasculinizado del cine negro clásico lo sitúan a la altura de los más grandes, de James Cagney a Humphrey Bogart. Sin embargo, el físico de Edward G. Robinson nunca encajó del todo en los parámetros del héroe convencional. Era bajito y feo, con una cara de pan de facciones toscas y un cuerpo ancho y pesado como una caja fuerte. A menudo interpretaba al gángster o al hampón de turno, aunque en sus colaboraciones con Fritz Lang –de La mujer del cuadro (1944) a Perversidad (1945)– destacó por encarnar la quintaesencia del americano medio, un personaje cuya virilidad se verá puesta a prueba por la irrupción de las sinuosas curvas una mujer fatal.

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Edward G. Robinson en ‘Perversidad’, masculinidad en fuga.

Hipermasculinidad, camaradería entre vaqueros, gángsters, matones, parece ser que todo este mundo macho desplegado por el Hollywood dorado en una época en la que cualquier referencia a la homosexualidad estaba vetada fue incapaz después de todo de permanecer al margen de la ambigüedad sexual. Parece ser también que la zona gris de la que hablamos, aquella en la que la masculinidad hiperbólica y la dimensión filogay se dan la mano por obra y gracia del exceso surge especialmente en contextos de reafirmación de roles patriarcales y virilidades de una pieza. De este modo, tan significativa me parece la alusión a Walter Brennan en la versión original de Good Morning Vietnam, como su sustitución por Edward G. Robinson por parte del adaptador de la versión doblada, puesto que tanto el uno como el otro habitaron mundos rabiosamente heterosexuales ajenos a la celebración de la diferencia. Pero con todo, lo que más me fascina ahora mismo es el misterioso proceso que los ha unido a ambos a través del doblaje, en un acto menos anecdótico de lo que parece. Sin olvidar la importancia que reviste la aparición de Jimmy Wah como encarnación de la figura del admirer, no en vano se trata de una de las primeras manifestaciones expresas por parte de Hollywood de que, en efecto, existe un amor homosexual hacia los hombres maduros, algo obvio para todos nosotros pero no para el mainstream heteronormativo.

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¿Es Dean DeBlois el oso más guapo del mundo?

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No deja de resultar irónico que el oso más cañón del mundo del cine sea un realizador de gran éxito y que encima sea abiertamente gay. Para empezar, sabemos que Hollywood solo recurre a los actores de tipo oso cuando necesita un rudo secundario que le dé la réplica al protagonista. No existe un star-system de actores osos más allá de los escasos nombres conocidos y por si fuera poco Bob Hoskins y James Gandolfini nos dejaron en los últimos meses. Quizá por ello, en un acto de justicia poética, los dioses nos han regalado la belleza de Dean DeBlois, director de joyas de la animación como Lilo & Stitch y las dos entregas de Cómo entrenar a tu Dragón. Si usted esperaba encontrar al perfecto oso de manual delante de las cámaras, se equivoca, es detrás de ellas donde se oculta.

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Yo, que no soy un amante del cine de animación, supe de la existencia de Dean como casi todos, a través del tumblr. El insondable universo bear albergado por esta red social se halla repleta de imágenes sobre el director. Lo singular de la historia es que no se trata tan solo de los consabidos posados en la alfombra roja, durante una entrevista o en el set de rodaje. Como muchos de vosotros sabréis, es más habitual ver al bueno de Dean sin camiseta en compañía de otros osos, ya sea compartiendo una cerveza, comparando el tamaño de sus barrigas redondas o haciendo un trenecito acuático en la piscina, vamos, lo más normal del mundo. Imagínense a un Alfred Hitchcock, un Sergio Leone o un Guillermo del Toro haciendo lo mismo. Ahí lo tienen. Definitivamente, Dean marca la diferencia.

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Nacido en Aylmer, un pequeño pueblo canadiense de la provincia de Quebec, el 7 de junio de 1970, Dean DeBlois se licenció en el programa de Animación Clásica del Sheridan’s College de Ontario. Acto seguido puso rumbo a Dublín donde trabajó durante cuatro años como diseñador de personajes y asistente de story-board para el estudio del reputado Don Bluth. En 1994 desembarca en Disney donde acabará asumiendo la función de Head of Story en títulos como Mulan (1998). Allí sustituirá a su socio Chris Sanders con quien debutará como director cuatro años después con Lilo & Stitch y con quien formará un exitoso tándem creativo que se prolongará con la primera entrega de Cómo entrenar a tu dragón. Hasta aquí lo que nos cuenta imdb.

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En el año 2002, momento en el que se estrena Lilo & Stitch, Dean es un cachorro talentoso de aspecto vulgar cuya belleza osuna aún está por florecer. En una entrevista de la época para la revista marica The Advocate bromea sobre las reacciones generadas por su homosexualidad: “No creo que mi apariencia sea eminentemente gay, porque cuando Chris (Sanders) y yo nos mudamos a Florida desde Los Angeles la gente de la industria sabía que uno de nosotros era gay, pero asumían que era Chris. Él vestía con mucho estilo, muy fashion y allí estaba yo, con unas pintas de pueblerino que no veas”.

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En los años posteriores, como quien no quiere la cosa, la belleza de Dean DeBlois estalla en todo su esplendor, en una suerte de Big Bang Bear habitual dentro de la comunidad ursina. Siguiendo una lógica estrictamente pornográfica podríamos decir que su glamour evoluciona desde la posición del figurante redneck de una roñosa producción de P. R. Simon a la del magnífico Big Bear de una suscripción premium de Bearfilms. Su piel de cachorro adolescente se transforma en curtida piel del oso, su cabeza adopta un porte aristocrático, su cuerpo alcanza la envergadura de un leñador de Nebraska, sus facciones abrazan una perfección clásica, su vello se vuelve adorablemente cano y su mirada proyecta una madurez y un sex-appeal que ya la quisiera para sí el Mr. Bear de la Convergence más pintada.

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En los posados en la alfombra roja y en muchos otros lugares (una piscina, una playa perdida, una barbacoa) aparece de la mano de su marido, quiero decir, de su husbear, cuyo nombre no he podido localizar. Forman una pareja tan encantadora que dan ganas de llevársela a casa e invitarlos a jugar al twister después de unas buenas partidas de strip poker. Pero por si todo esto fuera poco, Dean hace buenas películas, escribe guiones como churros y se involucra en proyectos con pedigree, como son sus dos documentales sobre el grupo indie Islandés Sigur Rós. Mientras tanto, sigue luciendo palmito en fotografías con el logotipo de la mencionada productora porno Bearfilms (¿alguien me puede explicar esto, por favorrrr?) y se confirma como uno de los valores más respetados dentro del cine de animación contemporáneo.

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Con todo, si me paro a pensar, la película definitiva de Dean DeBlois aún está por hacer. A la luz de todo lo expuesto tengo demasiadas incógnitas en la cabeza y una elevada temperatura corporal. Necesito ver un documental definitivo sobre su vida, algo así como Un día cualquiera en la vida de Dean DeBlois. Unrated Version, please. Quizá esa sea la verdadera película bear que todos estamos esperando, porque, en efecto, estamos esperando, can you hear me, Dean?

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Ash Christian quiere seducirte

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Mirad, después del desastroso año que dejamos atrás, con la desaparición de tres actores fundamentales dentro del universo bear como son James Gandolfini, Philip Seymour Hoffman y, sobre todo, el nunca suficientemente llorado Bob Hoskins, es natural que nos interroguemos sobre jóvenes promesas del mundo de la actuación aspirantes a recoger el testigo chub dentro del cine contemporáneo. Este es el primer especial de una serie de tres, en el que presentaremos a bellezones emergentes en el contexto audiovisual actual destacables tanto por su talento interpretativo como por su simpatía abiertamente chubby. Es muy probable que no conozcas sus nombres, del mismo modo que es muy probable que hayas tropezado con alguna seductora fotografía suya en el imparable chorro de imágenes del tumblr, hasta el punto de que todo ello te haga exclamar “esa cara me suena” o, la más apasionada, “quiero comerte el agujero”. Le corresponde el honor de inaugurar la serie al jovenzuelo Ash Cristian, actor inquieto, a punto de alcanzar los treinta, además de actor, prolífico realizador, lechoncito de piel sonrosada y ambiciones más que claras. Ash quiere seducirte, quiere contarte una historia, quiere llevarte al huerto. En tus manos está seguirle. Sepamos algo más sobre su formidable figura.

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Nacido en Paris, pero no en la capital mundial del amor, sino en la polvorienta localidad tejana que inspiró la célebre película de Wim Wenders, Ash Ray Christian es uno de esos actores cuya precocidad desconcierta al más pintado. De entrada, su nombre llama la atención, Ash Christian, literalmente “Ceniza cristiana”, nos habla de un entorno de fervor religioso y de unos padres tan aficionados a la teletienda como a las enseñanzas de las sagradas escrituras. Será quizá por ello que a la edad de diecisiete años, cuando a la sazón era un chaval delgaducho, con ecos recientes del acné adolescente aún esculpidos en su piel lechosa y con cierta tendencia al sobrepeso, Ash decide mover su culo inquieto rumbo a nuevos horizontes. Tras una infancia marcada por su amor a la interpretación, por su franca homosexualidad en un contexto hostil y por la necesidad de contar historias sobre un escenario, el regordete rostro de Ash empieza a colarse en series de televisión tan populares como “Ley y Orden”, “Ugly Betty”, “Seis metros bajo tierra”, “Boston Public”, o en blockbusters como “Domino”.

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A partir de ahí, su incipiente trayectoria se dispone a tomar impulso y a afrontar nuevos desafíos. Con solo diecinueve años (¡chúpate esa, Xavier Dolan!), Ash escribe su primera película, “Fat Girls” (2006), cinta que producirá, interpretará y dirigirá en cuanto cumpla veinte tiernos añitos en estrecha colaboración con el atormentado y también precoz realizador marica Jonathan Caouette.

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La película, de clara inspiración autobiográfica, se centra en las penurias de un adolescente enamorado de los escenarios en un amuermado pueblucho de Texas. En ella, Ash interpreta a Rodney, el protagonista de la historia. Su aspecto físico dista todavía de su aspecto actual, pocos podían imaginar que ese chaval desgarbado y mofletudo maduraría como una sandía bajo el sol de agosto.

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En fin, precocidad, ego desatado y éxitos se suceden. Tras su presentación en el Tribeca Film Festival de Nueva York, la cadena MTV contacta con Ash para proponerle la adaptación de su «Fat Girls» a un formato televisivo. Poco tiempo después, en el año 2009, Ash abraza por todo lo alto el mundo de las tablas y cosecha un éxito notable en Broadway al coproducir “Next to Normal”, un musical recompensado con once nominaciones a los premios Tony y futuro premio Pulitzer.

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La envergadura física de Ash irá engordando de manera simultánea a sus propias ambiciones en la industria. Centrado en su carrera como realizador, con ganas de convertirse en algo tan sugestivo como la versión chubby y gay de Woody Allen, en el año 2011 estrena “Mangus!”, una comedia tirando a cafre, entre lo indie y lo amateur que narra las peripecias de Mangus, un adolescente que sueña con interpretar a Jesús en la representación teatral de “Jesucristo Superstar” de su instituto. Con apariciones tan agradables como la de Heather Matarazzo o la del mismísimo John Waters, “Mangus!” tuvo una acogida más que discreta.

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Inasequible al desaliento, Ash estrenará dos años después su nueva película como realizador, “Petunia”, una comedia dramática sobre una familia disfuncional protagonizada por Thora Birch. Pese a su mayor presupuesto, las apuestas de nuestro regordete realizador no acaban de funcionar, crítica y público se siguen resistiendo a su talento. Mientras continúa trabajando como actor en series de televisión como “The Good Wife”, “Cleaners” o “Person of Interest”, Ash sigue luchando por su reconocimiento como realizador. Su nuevo proyecto, “Adventures of Sweet Yellow” se halla en fase de posproducción.

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Tanto tesón por sacar adelante su carrera como realizador es algo que muchos no llegamos a entender. Visto su potencial como actor y su formidable evolución de vulgar adolescente texano a magnífico chubby, ahora mismo estoy mucho más interesado en verlo delante de las cámaras que detrás. Con el paso de los años los restos del acné adolescente se fueron por el desagüe de la ducha, formando cristalinos remolinos de agua bajo sus pies descalzos. Ash Christian se miró en el espejo tras eliminar el vaho. La imagen que este le devolvió era la de un cachorro lleno de sofisticación. Y mientras tanto, los años van pasando apuntando con pulso certero hacia el horizonte de la madurez. De no desviarse del sendero de baldosas amarillas, Ash tiene muchos puntos a su favor para formar parte de la galería de nuestros actores secundarios gordis favoritos. Esos labios finos, esos ojitos apenas entrevistos, esa frente despejada y esa rolliza expresión sacuden algo en lo más profundo de mi ser. Ash Christian, estoy dispuesto a aprenderme tu nombre. Cher ya lo ha hecho.

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