Homosexualidades fuera de norma. BangBang! El oso como gángster marica

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Iba a titular este post ‘Masculinidades fuera de norma’ pero, francamente, creo que resulta más apropiado el que he escogido finalmente, ‘Homosexualidades fuera de norma’. Frente al devenir del movimiento gay, ahora LGBTQI, parece claro que nos deslizamos siguiendo una lógica que va desde lo marginal hacia lo global, en una continua e imparable lucha por ganar visibilidad y en la medida de lo posible colonizar el mainstream. La consecuencias de esto son incuestionablemente positivas (los gays no solo existimos, sino que nos corresponden los mismos derechos que a los demás) pero en esta escalada a la visibilidad global debemos pagar un peaje que se deriva del siguiente silogismo: “Si el lenguaje del mainstream se basa en el estereotipo lo mismo ocurrirá con el lenguaje de cualquier movimiento o subcultura que sea incorporada a su órbita, es decir, estamos abocados a morir en el maldito estereotipo”. En efecto, toda una fatalidad.

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Por consiguiente, la cultura gay (subculture no more) se expandirá por el ancho mundo mostrando unas cartas comunes, homogeneizadas y bien reconocibles cuya cristalización poseerá la forma y las maneras del ‘gay’ como construcción cultural, es decir, del mero estereotipo. Será guapo, cuidará su cuerpo, se depilará, se aplicará cremas, bailará bien, tendrá un razonable poder adquisitivo tirando a alto, estará muy interesado por la moda y fomentará el estrellato de cuantas divas gay vengan por delante.

No es el objeto de este artículo abundar en este debate. En todo caso me gustaría señalar la necesidad de una literatura queer (hablo tanto de ensayos como de ficción narrativa) que se ocupe del daño que semejante concepción idealizada de lo gay provoca sobre todas aquellas minorías e identidades que se hallan fuera del insoportable influjo de la norma descrita más arriba.
Personalmente me considero un homosexual fuera de norma, y consecuentemente, me interesan mucho todas aquellas homosexualidades que se presentan como no normativas, complejas, misteriosas, en definitiva, muy alejadas del estereotipo. Esto es algo que evidenció de manera espontánea la subcultura bear. Al menos en sus inicios, resultaba especialmente reconfortante, una verdadera posibilidad de escape, la posibilidad de escapar de una idea de lo gay con la que no nos identificamos.

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Me atrae la idea de trazar una genealogía que describa la presencia de esas homosexualidades fuera de norma a lo largo de los tiempos y a lo ancho de la cultura popular que nos rodea. Remontándonos antes y más alla de las coordenadas del movimiento bear a la búsqueda de momentos que alumbran la posibilidad de otra manera de entender lo gay, encontramos un precedente notable en la obra de Balzac, a través de su personaje Vautrin, oso pionero, hedonista e inmoral que siembra la semilla literaria de una masculinidad que se aleja de su contorno más convencional. Si quieres saber más, pincha aquí. Estamos en el siglo XIX, y de ahí tendemos un puente con el siglo XX a través de uno de sus más fabulosos inventos, el cine.

Homosexualidades fuera de norma. Tipos duros, masculinos, velludos, corpulentos, todos ellos atrapados en una estructura patriarcal que no les impedirá desarrollar sus propios intereses en materia sexual. El cine negro ofrece una amplia galería de personajes que se construyen según estos parámetros, casi siempre vinculados a lo decadente, lo corrupto o lo bizarro.

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Dominic Noonan (Manchester, 1964) es un gángster británico condenado a penas de prisión en más de cuarenta ocasiones por delitos tales como robo, asalto policial, posesión de armas de fuego o fraude. Ha pasado más de veinte años en cárceles de toda Gran Bretaña. Posee una poderosa espalda, lleva la cabeza afeitada y su nuca doble destaca si lo miras por la espalda. Es un tipo duro y homosexual en un contexto rabiosamente heterosexual. Puedes verlo cruzar una calle de su Manchester natal acompañado de una corte de pequeños granujas casi adolescentes, su gang particular, caldo de fechorías, acaso sus amantes. Hace unos años fue el objeto de un curioso documental que recomiendo desde aquí, A Very British Gangster (2007).

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La figura de Noonan recupera la esencia del villano clásico del cine negro desglosada en títulos canónicos como El halcón maltés (1941) o El sueño eterno (1946) pasada por el filtro de la tradición del gángster marica típicamente british, con referentes reales como los célebres hermanos Kray y sus consiguientes derivaciones cinematográficas o literarias como la maravillosa novela de Jake Arnott “Delitos a largo plazo” (1999).

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Se trata de personajes surgidos más allá del estereotipo que en cierto modo encarnan una masculinidad, perdón, una homosexualidad fuera de la norma que los emparenta con la subcultura bear. Hablamos de tipos grandes y robustos que follan entre ellos como opción primera. Algo así como los primos hermanos de los osos.

Tipos rudos, film noir y ligera impronta filogay es algo que se respira también en algunas de las escenas literarias y cinematográficas perpetradas por los hermanos Coen. En su compendio de relatos “Las puertas del edén” (2008) se vuelve a percibir ese aroma que ya habíamos detectado en títulos anteriores como Muerte entre las flores (1990) o El hombre que nunca estuvo allí (2001). Toda una galería de personajes vulgares, fondones, patanes, timadores, siempre con un pie, o acaso los dos, fuera de la ley, fuera de la norma. Es quizá por ello por lo que resulta tan fácil considerarlos un eco de las masculinidades apropiadas desde la cultura gay a través de la movida de los osos, personajes que no acaban de encajar en los patrones patentados por un mainstream a menudo perezoso y simplificador. Los gángsters maricas poseen una esencia fascinante que recupera parte del misterio y del peligro primigenio. Una sexualidad peligrosa, un cuerpo poderoso, un desafío a lo establecido en el peor contexto posible, un mundo macho rabiosamente patriarcal. El mainstream en sí y la cultura gay oficial en particular apenas dejan lugar para lo auténtico, lo arriesgado o lo salvaje, para ellos todo es blanco o negro, sin zonas difusas, a la postre, provocan disgusto porque resultan demasiado previsibles. Por eso, ahora mismo parece tener bastante sentido reivindicar las homosexualidades fuera de la norma, ahora que nos encontramos en un momento delicado y poco halagüeño: aún no hemos escapado de un contexto heteronormativo para caer en otro homonormativo. Por favor, ¿alguien puede dejar de producir tantas normas? ¿Podéis dejarnos vivir en paz y asimilar de una vez la variedad de cuerpos, deseos y sexualidades? Definitivamente, quiero ser un marica fuera de norma.

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The Man Who Wasn’t There, 2001

Más gángsters maricas: Dr. Insermini

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Algún día propondré un canon de mis actores oso favoritos, de momento voy tropezando con cosas curiosas como este tumblr dedicado al orondo Charles Durning, uno de esos secundarios con pedigrí que reclamaron mi atención desde temprana edad. Siempre resulta divertido —y en cierto modo reconfortante— descubrir este tipo de cosas, es decir, pensar que no estás solo en el universo.

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Quizá en un pequeño pueblecito de Utah alguien dedica los ratos sueltos a elaborar un generoso archivo de imágenes sobre un memorable actor de reparto a quien el paso del tiempo se está empeñando en diluir en la nada. Charles Durning arrancó su carrera como actor de teatro para dar muy pronto el salto al cine. Su físico rotundo le servía lo mismo para interpretar papeles de rudo agente de policía como de divertido contrapunto en comedias de corte familiar. Sus ojos gris ceniza le proporcionaban a uno la sensación de poder sumergirse en su atractiva placidez, su aplomo y buen hacer estaban fuera de toda duda. Celebro que pese a habernos dejado hace ya unos años, su recuerdo permanezca. Bienvenido sea este tumblr pese a sus cutrones fotomontajes eróticos. En serio, ¡no hacían falta!

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Bear Actors: Edward Arnold y el porno para osos

Suscribo todo lo que dice el Dr. Insermini en materia de osos, cine y Hollywood, por eso es un placer tenerlo de nuevo como blogger invitado en una nueva entrega de Bear Actors. Hoy unas jugosas reflexiones sobre los osos magníficos del pasado, sus voces varoniles y la decadencia del porno para osos. Algo está pasando. Invoco la llegada de una nueva era de erotismo, invoco la llegada de un erotismo más sutil, excitante y cerebral. El Dr. Insermini tiene razón, estamos cansados de tanta mamada y enculada gratuita, queremos más, queremos todo eso que se pierde por el camino de la inmediatez. He aquí una receta de éxito para avispados productores de porno bear.

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Llevaba un tiempo queriendo escribir sobre Edward Arnold, y qué mejor que hacerlo aquí en Palabra de Oso, porque en absoluto tengo la intención de comentar su extensa filmografía. Lo que me apetece realmente es hablar sin rodeos del efecto que me ha provocado este actor grande, por su talla y también por su talento, un hombre de maneras muy masculinas, que conoció el éxito en las décadas de los 30 y los 40, en un momento en el que ya había dejado atrás su juventud y se había convertido en un daddy de poderosa presencia física. Quería aprovechar también para hacer una reflexión sobre el aburrido destino del porno. Y diréis que a qué viene eso, pero es que viendo a Edward Arnold en sus viejas películas en blanco y negro me he sentido más excitado que viendo cualquier película random de ositos. Quizá en el fotograma de arriba no os parezca para tanto. Y es que para sentir su hechizo es necesario verlo y oírlo, porque las dos grandes cualidades que convierten a Edward Arnold en un daddy hot-hot-hot son: su voz, que más que de su garganta o sus pulmones, nace directamente de sus testículos, y una tremenda, inesperada, agilidad física. En esta época de porno desatado, es fácil que a golpe de enculadas y mamadas filmadas en planos detalle, uno termine olvidando lo que de verdad resulta sexy, y estas dos cualidades, creedme, no tan obvias, deben ser urgentemente reivindicadas. Así que gentes del porno, por favor, presten atención, porque en un par de pinceladas y usando a Edward Arnold como ejemplo voy a darles algunas ideas que harían que sus películas fueran mejores, más excitantes, menos aburridas.

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Respecto a la voz. Resulta sorprendente lo poco explotado que está este recurso en el porno. De la misma forma que una voz chillona y repelente en boca de un pedazo de oso puede hacer que tu líbido se derrumbe, y que prefieras irte a tu casa a pasarles un algodón húmedo a las hojas de tus plantas, una voz varonil, o simplemente armoniosa, pero que refleje una fuerte personalidad, puede marcar la diferencia entre un simple “me hace tilín” y un ¡mátame camión! Queremos que los osos hablen más en la películas. Nos importa su voz, queremos que digan marranadas cuando están follando, claro que sí, pero también queremos saber cómo es su voz, oirlos hablar y perdernos en el misterio de sus notas vocales. Escuchad durante un minuto a Edward Arnold, imaginad a esta bestia follando, por favor.

La agilidad. Pensad una cosa, ¿qué hay más hot que John Goodman? John Goodman bailando. Para expresar esta idea no se me ocurre nada mejor que recuperar el videoclip de la canción de The Avalanches Since I Left You, en el que un hombre del montón y su amigo llegan a través de un túnel a un estudio de danza donde dos bailarinas hacen sus coreografías. Uno de ellos, arrastrado por la belleza del momento, se une a las chicas y a sus bailes. De repente, lo que era un osito sexy se convierte en un osito enloquecedor, al que miras hipnotizado y al que sólo deseas comerte.

Mucho de esto hay en el caso de Edward Arnold.

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En la primera película suya que vi, Eyes in the Night (1942) interpreta a Duncan “Mac” Maclain, un detective ciego (sí, ciego!!) aficionado a la lucha libre. En la primera escena de la película aparece practicando llaves y sometiendo uno por uno a todos sus amigos. ¡Qué premonitorio! Poco sabía yo que el ambiente homoerótico de la escena iba a ir asociado ya para siempre a Edward Arnold.

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Creo que me daréis la razón si digo que un oso o un chubby es siempre más sexy si sus kilos de más no le impiden tener agilidad y rapidez de movimientos. Si es capaz de sorprendernos. También quiero algo de eso en el porno, no quiero gente muerta, sin alma, follando. En Easy Living (1937) Edward Arnold da vida a un millonario muy duro en los negocios, pero de gran corazón. En esta película, una comedia muy loca, llena de gags físicos, demuestra una vez más que su corpulencia no le impedía estar en una gran forma física. Tiene varias escenas de caídas en la película, y creedme, las he capturado fotograma a fotograma y no hay trampa ni cartón, es él quien las hacía.

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No sé si a estas alturas le habréis pillado al punto a Edward Arnold, si no lo habéis hecho es que he fracasado. Sólo me queda sacarme de la manga estas dos capturas de Eyes in the Night, en las que lo encuentro especialmente sexy.

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Respecto al porno, creo que simplemente he hecho un llamamiento para que las películas incorporen un poco más de visión, que aprovechen más el carisma y las cualidades de los actores, que no crean que lo tienen todo todo ganado por tener un reparto de hermosos ositos de barba perfecta. Queremos algo del espíritu de Edward Arnold en la películas de osos. Y lo queremos ya.

Un año sin Bob

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Hoy 29 de abril se cumple un año de la muerte de Bob, porque para mí, Bob Hoskins era simplemente Bob. Si se estrenaba una nueva peli de Bob, yo iba a verla de cabeza. No me importaba en absoluto lo que dijeran las críticas. Porque Bob hizo de todo, tiene una de esas carreras que adoro, repleta de grandes películas y de otras menos memorables, dispares, inesperadas e incluso completamente desatinadas. Yo las veía todas, bueno, o casi todas, para no mentir, y en todas ellas me veía recompensado de alguna manera. La magia de Bob traspasaba la pantalla hasta alcanzarme. Tenía estilo, toneladas de buen hacer y un físico rudo y compacto que —proyectado en pantalla grande— podía llegar a provocarme taquicardias (lo juro). Años más tarde, cuando empezó a manifestarse esta cosa del rollo bear empecé a entender lo que me pasaba. Bob Hoskins era el actor oso por excelencia. Para mí, en su figura confluían dos pasiones, la del cine y la descontrolada etapa del despertar sexual. Nos pasó a muchos. No en vano sigue ocupando una posición de honor en el Olimpo de actores osos. Hoy quiero recordarle con una selección de sus cinco mejores películas como protagonista. El año próximo escogeré mis favoritas entre sus docenas de trabajos como secundario. Su carrera da para mucho, está llena de tesoros. I love you, Bob.

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El largo Viernes Santo (1980)
Película fundamental en la trayectoria de Bob, pieza de cine negro british superlativa y primer papel protagonista de peso para él. En ella interpreta a un mafioso de furia difícilmente contenida cuyos intereses se darán de bruces con las acciones terroristas del IRA. Su rotunda masculinidad complementada por la magnífica Helen Mirren y acompañada por una inolvidable banda sonora hacen de El largo Viernes Santo una experiencia a la que siempre me apetece volver. El final de la película sigue poniéndome los pelos de punta.

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Mona Lisa (1986)
Consagración definitiva de Bob Hoskins, avalada por la palma de oro a la mejor interpretación en el Festival de Cannes. Mona Lisa es una obra maestra realizada por un Neil Jordan en plena forma, una historia de gángsters y fulanas que naufragan en un océano de ansia, ambigüedad sexual y fatalidad. En ella Bob Hoskins interpreta a un expresidiario rabiosamente vulgar inmerso en un contexto de crimen, sordidez, traiciones y mentiras. Es la película que más veces he visto en mi vida. En mi humilde opinión, una de las más bonitas historias de amor jamás filmadas.

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¿Quién engañó a Roger Rabbit? (1988)
Sin duda, la película más popular de Bob, un clásico Disney para todas las edades. Su interpretación del arquetípico detective privado Eddie Valiant está totalmente a la altura de la apisonadora Roger Rabbit. Lo mejor que le pudo pasar es no tener secuelas. La hazaña era épica y probablemente irrepetible. A partir de aquí su fama se dispara y llega el momento en el que Bob Hoskins y Danny DeVito empezarán a ser confundidos por espectadores despistados de todo el mundo. Adoro a Danny De Vito, pero, francamente, nunca pude entender la confusión.

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El enigma del hechicero (1988)
No solo es una película realmente buena sino que es la primera de Bob Hoskins como realizador. Si bien no tuvo una carrera sólida como director —solo llegó a dirigir otra más, la fallida cinta infantil Rainbow—, El enigma del hechicero posee la distinción de las extrañas y valiosas joyas realizadas por actores-realizadores como Charles Laughton y su La noche del cazador. Un cuento sencillo y seductor en el que Bob interpreta a un gitano ambulante que atraviesa una Europa desdibujada por la atmósfera de terror que supura la Segunda Guerra Mundial. Probablemente, la película más reivindicable de toda la filmografía de nuestro querido Bob.

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El viaje de Felicia (1999)
El realizador Atom Egoyan hizo muy bien brindándole la ocasión de volver a interpretar a uno de esos personajes protagonistas inolvidables que pueblan su ya larga filmografía. Dentro del tono frío, distante y cerebral de Egoyan, Bob borda un difícil papel de buen samaritano que esconde capas progresivamente oscuras. Un cuento de terrores cotidianos y ambigüedades calculadas que te lleva por lugares que no esperas. La última gran película de Bob.