Cine bear más allá de lo bear

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Dicke Mädchen, también conocida como Heavy Girls, es una película alemana independiente estrenada en el año 2012 que contó con un limitado pero respetable recorrido en festivales indies como el Slamdance, donde se hizo con el Premio Especial del Jurado entre otros. Según la web de imdb su presupuesto no pasó de los seiscientos dólares, dato que nos da una idea del terreno en el que nos movemos.

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Dicke Mädchen nos cuenta una historia de amor entre dos hombres maduros cuyas vidas parecen abocadas a una deriva cotidiana con escaso margen para la sorpresa. Sven, un empleado de banca obeso y un tanto desmotivado, se encariñará de Daniel, el excéntrico cuidador de su madre enferma. Quizá definir la película como una historia de amor sea mucho decir, pero en cualquier caso resulta más que estimable la existencia de un título como este, interesado en contarnos las vivencias de unos personajes rabiosamente excluidos de las ficciones habituales por una cuestión, se diría, de mera fotogenia. 

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A la película se le pueden poner ‘peros’ notables como esa apuesta extrema por lo feísta o el dudoso gusto por el subrayado musical pero el conjunto destaca poderosamente por numerosos motivos: 1) por lo que se refiere a su tratamiento de la sexualidad sin caer en los mimbres habituales, 2) por ofrecer un complejo estudio de personajes que no excluye lo bizarro ni lo antipático, 3) por el excelente trabajo de sus protagonistas, 4) por su desinhibido sentido del pudor y 5) por la admirable sensibilidad con la que aborda una enfermedad tan delicada como el alzheimer.

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La propuesta se adhiere a esa modalidad indie tan en boga una década atrás, la del mumblecore de los primeros Duplass y en mi humilde opinión sería muy injusto que cayera en el saco del olvido. En el contexto del cine gay vinculado al asunto bear, Dicke Mädchen podría definirse como lo más opuesto al buenrollismo típico de muestras como la saga Bear City o la webserie Where The Bears Are. Y el hecho de que una de las películas más notables protagonizadas por hombres gordos con sexualidad no normativa esté a mil jodidas millas de los ejemplos mencionados es algo que solo puede empujarnos a los brazos de la reflexión. De momento, la incluimos en nuestra escueta selección de títulos memorables, como son la francesa Dancing (2003) o la española Cachorro (2004).

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¿Es Dean DeBlois el oso más guapo del mundo?

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No deja de resultar irónico que el oso más cañón del mundo del cine sea un realizador de gran éxito y que encima sea abiertamente gay. Para empezar, sabemos que Hollywood solo recurre a los actores de tipo oso cuando necesita un rudo secundario que le dé la réplica al protagonista. No existe un star-system de actores osos más allá de los escasos nombres conocidos y por si fuera poco Bob Hoskins y James Gandolfini nos dejaron en los últimos meses. Quizá por ello, en un acto de justicia poética, los dioses nos han regalado la belleza de Dean DeBlois, director de joyas de la animación como Lilo & Stitch y las dos entregas de Cómo entrenar a tu Dragón. Si usted esperaba encontrar al perfecto oso de manual delante de las cámaras, se equivoca, es detrás de ellas donde se oculta.

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Yo, que no soy un amante del cine de animación, supe de la existencia de Dean como casi todos, a través del tumblr. El insondable universo bear albergado por esta red social se halla repleta de imágenes sobre el director. Lo singular de la historia es que no se trata tan solo de los consabidos posados en la alfombra roja, durante una entrevista o en el set de rodaje. Como muchos de vosotros sabréis, es más habitual ver al bueno de Dean sin camiseta en compañía de otros osos, ya sea compartiendo una cerveza, comparando el tamaño de sus barrigas redondas o haciendo un trenecito acuático en la piscina, vamos, lo más normal del mundo. Imagínense a un Alfred Hitchcock, un Sergio Leone o un Guillermo del Toro haciendo lo mismo. Ahí lo tienen. Definitivamente, Dean marca la diferencia.

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Nacido en Aylmer, un pequeño pueblo canadiense de la provincia de Quebec, el 7 de junio de 1970, Dean DeBlois se licenció en el programa de Animación Clásica del Sheridan’s College de Ontario. Acto seguido puso rumbo a Dublín donde trabajó durante cuatro años como diseñador de personajes y asistente de story-board para el estudio del reputado Don Bluth. En 1994 desembarca en Disney donde acabará asumiendo la función de Head of Story en títulos como Mulan (1998). Allí sustituirá a su socio Chris Sanders con quien debutará como director cuatro años después con Lilo & Stitch y con quien formará un exitoso tándem creativo que se prolongará con la primera entrega de Cómo entrenar a tu dragón. Hasta aquí lo que nos cuenta imdb.

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En el año 2002, momento en el que se estrena Lilo & Stitch, Dean es un cachorro talentoso de aspecto vulgar cuya belleza osuna aún está por florecer. En una entrevista de la época para la revista marica The Advocate bromea sobre las reacciones generadas por su homosexualidad: “No creo que mi apariencia sea eminentemente gay, porque cuando Chris (Sanders) y yo nos mudamos a Florida desde Los Angeles la gente de la industria sabía que uno de nosotros era gay, pero asumían que era Chris. Él vestía con mucho estilo, muy fashion y allí estaba yo, con unas pintas de pueblerino que no veas”.

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En los años posteriores, como quien no quiere la cosa, la belleza de Dean DeBlois estalla en todo su esplendor, en una suerte de Big Bang Bear habitual dentro de la comunidad ursina. Siguiendo una lógica estrictamente pornográfica podríamos decir que su glamour evoluciona desde la posición del figurante redneck de una roñosa producción de P. R. Simon a la del magnífico Big Bear de una suscripción premium de Bearfilms. Su piel de cachorro adolescente se transforma en curtida piel del oso, su cabeza adopta un porte aristocrático, su cuerpo alcanza la envergadura de un leñador de Nebraska, sus facciones abrazan una perfección clásica, su vello se vuelve adorablemente cano y su mirada proyecta una madurez y un sex-appeal que ya la quisiera para sí el Mr. Bear de la Convergence más pintada.

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En los posados en la alfombra roja y en muchos otros lugares (una piscina, una playa perdida, una barbacoa) aparece de la mano de su marido, quiero decir, de su husbear, cuyo nombre no he podido localizar. Forman una pareja tan encantadora que dan ganas de llevársela a casa e invitarlos a jugar al twister después de unas buenas partidas de strip poker. Pero por si todo esto fuera poco, Dean hace buenas películas, escribe guiones como churros y se involucra en proyectos con pedigree, como son sus dos documentales sobre el grupo indie Islandés Sigur Rós. Mientras tanto, sigue luciendo palmito en fotografías con el logotipo de la mencionada productora porno Bearfilms (¿alguien me puede explicar esto, por favorrrr?) y se confirma como uno de los valores más respetados dentro del cine de animación contemporáneo.

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Con todo, si me paro a pensar, la película definitiva de Dean DeBlois aún está por hacer. A la luz de todo lo expuesto tengo demasiadas incógnitas en la cabeza y una elevada temperatura corporal. Necesito ver un documental definitivo sobre su vida, algo así como Un día cualquiera en la vida de Dean DeBlois. Unrated Version, please. Quizá esa sea la verdadera película bear que todos estamos esperando, porque, en efecto, estamos esperando, can you hear me, Dean?

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Algo pasa con las pelis de osos

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En el año 2004 John Waters estrenó la que a día de hoy se confirma como su despedida como director de cine, la muy gamberra A Dirty Shame, estrenada en España con el vulgar título de Los sexoadictos. En ella, Waters repasa toda una galería de filias y parafilias sexuales para ofrecer algo así como un estado de la cuestión sobre los vicios inconfesables de nuestros respetables amigos y vecinos. En un momento determinado de la película se hace alusión a la familia de osos amorosos que habita en una de las casas del barrio, familia muy bien avenida que se ubica dentro la subcultura homosexual bear en imparable ascenso tras el despegue de la era internet.

Probablemente, dicho momento marca un punto de inflexión, es decir, los osos, como colectivo, empiezan a visibilizarse en las ficciones cinematográficas, iniciando así la conquista de un espacio propio que les permita desarrollar sus propias historias y consolidar de paso sus señas de identidad.

Pocos años después, a partir de la década actual, empieza a sistematizarse un ritmo de producción sostenible que ofrece una selección de títulos que de manera estudiada lleva a cabo una celebración de los ritos propios de la comunidad bear, insistiendo en puntos capitales de su configuración como subcultura homosexual, a saber, la importancia de sus lugares de encuentro (bares de osos, kdadas, eventos varios), de su indumentaria (camisas de cuadros, estética de leñador), de sus ritos de iniciación (la controvertida “segunda salida del armario”), de sus propios estereotipos (la figura del chubby, del daddy, del chaser, del muscle bear, etc…), de su inequívoco material médico (¡esa máquina del sueño para la apnea!), de sus iconos y fetiches (actores como el orondo y guapísimo Richard Riehle) y demás. Evidentemente, estoy hablando de títulos como la fundacional BearCity (2000) y su secuela, BearCity 2: The Proposal (2012). La gran repercusión de ambas películas entre la comunidad de osos evidencia algo que se empieza a palpar en el ambiente: la franca necesidad de ficciones cinematográficas hechas a la medida del mundo bear, en un momento en el que hasta los heteros saben de qué hablamos cuando hablamos de un oso. O casi.

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Si los títulos de BearCity se alimentan de los códigos genéricos de la comedia romántica en su modalidad más amable, la pionera webserie Where The Bears Are se presenta como heredera de la tradición camp televisiva marcada por joyas como el Se ha escrito un crimen de la impagable Señorita Fletcher o la sitcom favorita de los osos maduros, que no es otra que la gloriosa y nunca suficientemente recordada, Las chicas de oro. Personalmente, como escritor de novelas porno sobre osos y como amante del misterio, agradezco dichos referentes pero, con todo, el alcance de las dos temporadas ya estrenadas de Where The Bears Are parece tan limitado como pagado de sí mismo, en otras palabras, echo en falta tres ingredientes fundamentales: riesgo, ambición y menos mojigatería en sus escenas de sexo. Queremos ver culos de osos, señores, no se olviden.

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A falta de conocer la nueva temporada de la webserie, financiada a través de un kickstarter, echo la vista atrás y lamento el tono excesivamente amable y conservador de las propuestas mencionadas. Tanto la serie BearCity como Where The Bears Are se conforman con poco y parecen concentradas en adular a una galería hambrienta de ficciones que reflejen su propia subcultura sin ir más allá, sin fijarse en el detalle, sin ganas de buscar el comentario ingenioso o acaso impertinente. Las propuestas poseen ingredientes suficientes para despertar nuestro interés, aciertan a la hora de fijarse en la tradición de las soap operas pero les falta mordiente. Supongo que sería mucho desear un componente a lo The Spoils of Babylon, la tronchante miniserie low cost de Will Ferrell, parodia de los culebrones de la América de los setenta y ochenta. Y si acaso se trata de eso, de pedir demasiado, considero que no caigo en ello cuando animo a los responsables de tales producciones que nos enseñen más carne. Así es, ¡queremos más carne! Como oso que soy, como espectador, agradecería un término medio entre lo que ahora mismo es Where The Bears Are y las producciones porno de un BearFilms.

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Volviendo al año 2004, fecha que marca el inicio de este post, nos encontramos con una película de importancia capital que se ocupa del mundo oso y que -mira por dónde- viene ni más ni menos que de España. Obviamente, se trata de Cachorro (2004), la cinta de Miguel Albaladejo. En ella, se cuenta la historia de Pedro, un oso madrileño bastante follador cuya historia personal dará un giro cuando se vea obligado a hacerse cargo de su sobrino Bernardo, de once años de edad. La película de Albaladejo propone una vía bastante más sugestiva que las propuestas anteriormente mencionadas. Es cachonda, explícita, humana y universal sin caer en la trampa fácil de recrearse en exceso en las señas de identidad básicas de la cultura bear. Va más allá del chiste privado (aunque también lo incluya, así como algún dardo envenenado), y asombrosamente, es apta tanto para osos como para no osos, no se fija fronteras a efectos de espectadores. Ésta es una vía que deberá ser explotada en el futuro.

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Otra propuesta, con la que termina este breve recorrido por la filmografía osuna más destacada hasta el momento, es la enigmática producción francesa del año 2003 Dancing, dirigida a tres manos por Patrick-Mario Bernard, Xavier Brillat y Pierre Trividic. Presentada en el Festival de Sitges del mismo año, Dancing explora los oscuros territorios del cine disturbing de bajo presupuesto (del Repulsión de Polanski al Cabeza Borradora de David Lynch), a través de la claustrofóbica historia de una pareja de osos que habita una antigua sala de baile en la costa norte francesa. Todo un ejercicio de exploración artística no apto para todos los gustos que recompensa al espectador inquieto con momentos de una rara poesía en la que sexo, creación y elementos del cine fantástico más personal se dan la mano con gran naturalidad. Definitivamente, algo pasa con las pelis de osos, un subgénero con diversos frentes abiertos, del que podemos esperar muchas cosas en el futuro, algunas más sugestivas que otras.