
Me licencié en la Facultad del Folleteo sin grandes aspavientos, lo tomé tal como venía, mi polla improvisaba, sabía comportarse, tú siempre obedecías (aunque ahora que lo pienso, era yo el que acudía). Hubo semanas de oro —de las del pleno al quince— y algún polvo olvidable, no malgastaré energías en maldecir a nadie. Me licencié con excelencia aunque siempre se puede llegar más lejos, me decía alguien. Cum Laude, Cum Load, Big Load, mucha cum y cómo conseguirla. Lo de ‘dame tu leche’ ya era un estribillo a estas alturas, música de ascensor o la casilla de salida. Yo me doy por satisfecho, las camas eran blandas y los culos, entrenados, se adaptaban a mi idioma. Más te vale tener reflejos, el mal aliento te expulsará de más de un lecho y harás bien en salir corriendo, también aprendí eso. Follar o no follar, tanto da la cosa, si no había risas me abstenía. A ti te encantaba, cómo lo gozabas, siempre suplicando, mendigando bola extra, cómo te pasabas. Aquí tienes la piscina, precipítate si te apetece, la medida es desmedida, pura maravilla —pero también— posible pesadilla, es preciso que lo sepas. La conclusión viene sola, quema el boletín de notas y no esperes demasiado, todo lo demás viene regalado.
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