Fuera de la norma, fuera del mainstream

En esta página web siempre nos ha gustado fijarnos en cómo se construye la cultura oficial, eso que llamábamos mainstream a falta de una palabra mejor. De hecho, no tenemos muy claro si el término mainstream sigue tan vigente o acaso está cayendo en desuso. Eres libre de darnos tu opinión. En cualquier caso resulta incontestable que sigue existiendo una cultura dominante, una suerte de norma cultural oficial y queremos seguir interrogándonos sobre cómo se relaciona la subcultura bear con esa oficialidad. Porque lo que nos parece evidente es que con el transcurso de estos últimos años estamos avanzando mucho por lo que se refiere a la visibilización de lo gay, de lo queer, de lo lgtbiq+. Y si eso es así, también debemos concluir que estamos asistiendo a la construcción de una suerte de mainstream queer con cada una de las manifestaciones que se van incorporando a la cultura popular en un momento en el que los medios dominantes del pasado (cine, tv, prensa) están siendo desplazados a golpe tecnológico, viéndose arrollados por redes sociales, nuevos árbitros del gusto como streamers, influencers y demás fauna y todos aquellos canales alternativos que surgen como setas tras una buena tormenta.

El tema se complica precisamente por eso, hoy son tantos los canales, tan ajustados al gusto del consumidor que uno puede acabar creyendo -erróneamente- que su mundo, su pequeño mundo, es representativo de la cultura oficial. Y nada más lejos de la realidad. No negaremos que en plena era woke sí se percibe un esfuerzo por incluir cuestiones de diversidad en la mayoría de ficciones y productos de consumo de la cultura pop, pero momentos me siguen asaltando dudas de si ese afán de inclusión se preocupa lo que debiera por incluir imágenes o representaciones de cuerpos XXL que escapan de la norma estética oficial.

Porque ahí es donde queremos llegar, a la norma estética oficial. ¿Sigue existiendo tal norma? Mucho me temo que sí. En mi experiencia como autor de novelas protagonizadas por hombres gordos, hermosos, de volúmenes exuberantes sigo percibiendo cierto reparo a ocuparse de todo lo que se sitúa más allá de la dichosa norma estética. Es algo que veo en las estanterías de las librerías, en las secciones de libros, revistas y cómics de las cuentas de Instagram que se ocupan de temas culturales, lo percibo en alzamientos de cejas espontáneos cuando tratas de explicarle tu proyecto a alguien fuera de los ambientes bear, en fin, en muchos de esos espacios para los que reclamamos esa condición de «espacio seguro». Ojo, no quiero generalizar, son muchas las librerías y lugares donde nos tratan muy bien.

Precisamente por eso no quiero ponerme derrotista. Tiempo al tiempo. Movimiento hay, solo falta que las amplitudes de miras de todos los espacios culturales se consoliden como tales, como amplias y verdaderamente inclusivas, que también se ocupen de los cuerpos de todos los tamaños. La hegemonía de las maricas guapas, flacas, fibradas o musculadas allá por donde mires tiene que terminar. No puede existir tal hegemonía. De momento desde Palabra de oso lo percibimos todo en clave de serie B. Los cuerpos grandes siguen disgustando a algunos a quienes se les llena la boca hablando de inclusividad. El terreno habitable que nos queda no es otro que el de los márgenes, precisamente de donde venimos, el underground, el de los géneros considerados menores, la serie B, la serie Z, lo bizarro, seguimos con la misma lucha, tratando de escalar los peldaños de las jerarquías culturales. ¿Es que nunca terminará esta historia? ¿Es que las clasificaciones de alta y baja cultura de las que hablaba Umberto Eco hace ya sesenta años están aquí para quedarse? ¿En función de qué se te otorga un lugar como creador?

Ya nos estamos poniendo melodramáticas otra vez. Pedimos disculpas. Lo mejor será dejar flotando en el aire algunas de estas preguntas, invitándoos a responderlas, y seguir trabajando en lo que más nos gusta, en lo que más nos pone.