M. Emmet Walsh, el hombre del traje amarillo

Si lo pienso bien, M. Emmet Walsh (la M era de Michael) era el último de su estirpe, el último grande de una extraordinaria generación de actores secundarios anglosajones de cuyas ausencias nos hemos ido ocupando en esta web en estos últimos años. Nos han ido dejando Brian Dennehy, Allen Garfield, Edward Asner, Ned Beatty, Bob Hoskins, Paul Sorvino, Charles Durning o Wilford Brimley, y ahora Emmet, lo que equivale a decir que estamos cerrando ese gran ciclo imperial del Hollywood que conocimos en las gloriosas décadas de los setenta, ochenta y noventa del pasado siglo. Punto y aparte, y un minuto de silencio, por favor. 

A Emmet Walsh (Nueva York, 1935-Vermont, 2024) lo conocimos en los años de nuestra tierna adolescencia. Era uno de esos secundarios rotundos, carismáticos, con un extra de carácter que se las apañaba para colarse en muchas de nuestras películas favoritas, tales como ¿Qué me pasa doctor?, The Jerk, Blade Runner, Blood Simple, Raising Arizona, Straight Time y muchas otras, también en otros tantos títulos de prestigio (Ordinary People, Reds, Silkwood,…) y otros más serie B (de Critters a Red Scorpion). 

Descubrirlo entre los créditos de una película siempre fue motivo de alborozo. A menudo los directores lo reclamaban para encarnar a personajes toscos, rudos y de maneras poco delicadas, todo muy acorde a su imponente figura. El crítico Roger Ebert creó una regla propia que el denominó “la regla Stanton-Walsh” cuya sentencia era clara: toda película en la que aparecían los actores Harry Dean Stanton o Emmet Walsh” era buena. 

Esta anécdota también nos da una idea de la importancia que para muchos espectadores tenía la aparición en pantalla de estos actores de reparto. Puede que sus papeles fuesen episódicos, pero sus personajes siempre tenían entidad. Emmet Walsh solía decir que esto era fundamental, lo de la entidad. Si él tenía que interpretar a un médico tenía claro que el espectador tenía que ver a un médico, no a un Emmet Walsh haciendo de médico. Afrontaba su participación en cada película como su fuese la última, literalmente, y eso se notaba siempre en pantalla. Emmet disfrutaba con su oficio y solía decir que le pagaban por hacer algo que le encantaría hacer de todos modos. Era una manera de trabajar que parece ya de otra época.

He intentado indagar sobre su vida personal y poco he podido descubrir. En su ficha de imdb no se incluye mención alguna de posibles esposas, hijos y demás. Sí sabemos que era un tío campechano al que le gustaba vivir en el estado de Vermont lejos de la histeria urbana. Era un tipo tranquilo que participó en más de doscientos títulos, incluyendo películas y series. 

Digo que es el último de una estirpe y ahora me viene a la cabeza otro favorito, el actor Dennis Franz, habitual de las películas de De Palma. Espero que le quede todavía una larga vida por delante. Porque la desaparición de Emmet nos ha dejado huérfanos de un modo casi definitivo. Como siempre decimos, nos queda el legado de sus películas y el recuerdo indeleble de su sex appeal en bruto grabado a fuego en nuestra mente adolescente. Algo que solo algunos podemos comprender en toda su magnitud. A modo de broche final dejamos constancia del fascinante artículo que la web BAMF Style dedicó al look emblemático del actor en el Blood Simple de los hermanos Coen, con ese gastado traje amarillo que lo identifica como icono imprescindible de aquella época. Aquí el enlace. 

Dicho esto, adiós, Emmet. Buen viaje ❤