Nunca sé si me hablan en serio, me dijo. Era un tipo muy literal. Se le daba muy bien comprender los controles de la cabina de su Boeing 747 pero le costaba interpretar las emociones ajenas. Trabajaba para Lufthansa y no supo cómo leer mi rostro. El vuelo transoceánico le había alborotado el pelo y la barba. Parecía recién expulsado por un motor de reacción. Estaba agotado pero aún así insistió en que le acompañara hasta su hotel. Nos desnudamos y nos metimos bajo las sábanas. Lamía su agujero cuando alguien llamó a la puerta. Le dije que no lo hiciera. Nuestras pollas estaban demasiado duras. Se enrolló con la sábana y salió a ver. Era un chico que había acertado el número de habitación pero no el hotel. Aún así lo hizo pasar. Nunca supe si era cosa suya o del jet lag.