Andamos todos un poco revolucionados con la publicación del cómic Degeneración (Ediciones La Cúpula, 2021), obra de los uno de los mayores exponentes del bara o manga homoerótico Gengoroh Tagame. En este volumen se incluyen cuatro historias en las que su autor da rienda suelta a su gusto por los roles de dominación/sumisión, con un amor por el detalle morboso que hará las delicias de aquellos que vayan en busca de emociones fuertes.
Como se nos advierte en una de las solapas del libro: «Solo hay un gozo que supere al de la dominación, y es el placer de ser humillado. En estas páginas tienen lugar deseos atroces y deambulan matrimonios atormentados, se profesa el sadomasoquismo extremo y se dan encuentros inconfesables, mucho más que eróticos, basados en la pulsión obscena de explorar los límites de cuerpo, psique y masculinidad. Una antología sin censuras que a lo clandestino de sus tramas impone la más detallada osadía gráfica imaginable».
En otras palabras, esto no tiene nada que ver con la candidez de otros mangas homoeróticos de Tagameh como su célebre El marido de mi hermano, sino que está en la línea de otras de sus obras como La casa de los herejes, donde al igual que en este Degeneración explora los límites de la resistencia física en un contexto sadomasoquista. Puede que no sea plato del gusto de todo el mundo pero el amor que manifiesta por los tipos grandes y robustos y su personalísima concepción del erotismo hacen de este volumen un auténtico festín para habituales de la comunidad bear. Se agradece la labor de La Cúpula por recuperar estas historias extremas del maestro Tagameh en una bonita edición y ojalá se animen a reimprimir los tres volúmenes de La casa de los herejes, actualmente agotados.
Había una serie de protocolos que seguir antes de llegar a la suite del ático. Pregunté en recepción y alguien hizo una llamada en voz muy baja, como si le hablase al cuello de la camisa. Un minuto después me confirmó que alguien me podía acompañar hasta el final del pasillo para empezar el recorrido ascendente. Mientras avanzaba reparaba en detalles que me hablaban de lujo. La moqueta bajo mis pies me hacía sentir que flotaba, que me deslizaba entre algodones: todo era silencio y confort. Tanta pompa me parecía excesiva, ni siquiera tengo el vocabulario para describirlo, yo solo quería llegar de A a B y, una vez allí, pasar un buen rato. Unos pisos después golpeé la puerta con los nudillos. El hombre que me abrió la puerta era maduro, poseía un frondoso bigote oscuro y, a través de su bata de seda, atisbé un apetecible cuerpo neumático aunque depilado. Un punto menos para él. Quise darle un beso pero la rigidez de su lenguaje corporal lo echó por tierra. Atravesamos el salón de su majestuosa suite y llegamos hasta el dormitorio. A la derecha, un gran ventanal y la terraza con vistas al Paseo de Gracia. Se quitó la bata y se quedó en calzoncillos. Parecían salidos del vestuario de una película del espacio, con ese acabado dorado que redondeaba las nalgas hasta convertirlas en algo puramente artificial. Mi polla empezó a sumirse en la indiferencia. Aquel hombre era un analfabeto sexual. Desconozco el motivo. Era un prestigioso editor de moda y había alcanzado el éxito. Pero no le servía de nada. La rigidez de su cuerpo era lo contrario de un afrodisiaco, su inseguridad aniquilaba todo asomo de deseo. No tenía ninguna iniciativa ni picardía. Todo aquel lujo para qué. Los calzoncillos espaciales debían de costar un riñón. Por alguna razón pensé en ellos mientras trataba de estimular sus pezones con mi juego de lengua. Nada ocurrió. O mejor dicho, sí. La certeza de estar perdiendo el tiempo. Le dije: «esto no está funcionando, me largo». Él asintió bovinamente. Por sus venas no corría sangre sino alguna bebida vegetal. Me vestí deprisa y suspiré con enfado mientras me ataba los cordones de las zapatillas. Él se había vuelto a poner sus calzoncillos dorados. Cuando salí a la calle me calé las gafas de sol para amortiguar la hiperrealidad. El lenguaje universal del amor no siempre es tan universal, del mismo modo que un hotel de cinco estrellas no tiene por qué garantizarte un polvo de cinco estrellas.
El pasado 28 de febrero se cumplieron cien años del nacimiento de Antonio Ferrandis, actor valenciano muy popular durante la segunda mitad del siglo XX gracias a su talento innato para la actuación y a una carrera prolífica que desarrolló tanto en el cine y la televisión como en el teatro. Si su rostro ya resultaba familiar para muchas generaciones de espectadores, con los años llegó a alcanzar la categoría de mito de la cultura popular española tras su aparición en la mítica serie de TVE “Verano azul”, emitida por primera vez durante los años 81 y 82 del pasado siglo.
Antonio Ferrandis nació en Paterna, Valencia, se licenció en magisterio, pero no tardó en apostar por su gran pasión, el teatro. A finales de los cuarenta ya había pasado por diferentes compañías teatrales y a partir de los 50 inicia una trayectoria imparable tras protagonizar junto a Paco Rabal una adaptación del “Muerte de un viajante” de Arthur Miller a cargo del prestigioso José Tamayo. Su carrera oscilará entre el pedigrí que le aporta participar en proyectos teatrales serios (adaptaciones de Shakespeare, Ionesco, Unamuno, José Zorrilla, Chejov, etc.) y sus innumerables trabajos en el cine comercial español de los años del desarrollismo, donde será muy solicitado, especialmente como personaje secundario, en roles habituales de padre de familia ejemplar o viril comparsa del protagonista. Su buen hacer lo llevará a participar en proyectos cinematográficos más reputados y en un buen puñado de series. Su ficha como actor en Imdb incluye casi ciento cincuenta títulos.
El caso de Antonio Ferrandis nos interesa especialmente por dos motivos. En primer lugar, porque representa una masculinidad y un físico portentoso que lo han convertido en icono sexual para muchas generaciones previas a la eclosión de esta movida de los osos; y en segundo lugar, por la trágica realidad asociada a su vida personal: un actor gay obligado por las circunstancias a negar su sexualidad durante prácticamente toda su vida. Una triste realidad que comparte con innumerables compañeros de profesión.
Las crónicas nos cuentan que aunque vivía su sexualidad con normalidad dentro del ambiente artístico en el que se movía nunca pudo librarse de las consabidas preguntas en el entorno de la esfera pública. En las entrevistas que concedía se declaraba “sexualmente frío” y a menudo era preguntado por el fantasma de la homosexualidad, una cuestión que eludía una y otra vez y que le llevó a hacer de la negación un mantra.
Ahora, años después de su muerte, sabemos que compartió su vida con otro hombre, un ayudante del conocido productor de cine José Luis Dibildos y que siempre se obligó a mantener un nivel de extrema discreción.
Volviendo a los primeros ochenta, a la serie «Verano azul», su interpretación del viejo lobo de mar Chanquete le convirtió soterradamente en todo un referente sexual para muchos jóvenes de la época. Una suerte de icono Bear antes de lo Bear que ayudó a más de uno a aceptar la naturaleza no solo de su orientación sexual sino de la medida de su deseo. Porque Chanquete, con sus formas orondas e hirsutas de marino retirado, encarnaba a la perfección esa figura ruda y masculina que se volverá recurrente a partir de los años noventa en el contexto de la incipiente cultura osuna.
Es por ello que la deuda que muchos atesoramos con Chanquete, con Antonio Ferrandis, con el actor que lo interpretó, es incontestable. A primeros de la década del 2000, un escritor valenciano, José Luis Collado, publicó El año que murió Chanquete, una novela de cariz autobiográfico en la que situaba a dicho personaje televisivo en el centro de su crecimiento personal y sexual. Un texto emocionante y muy recomendable que puede leerse tanto como novela erótica de osos como ajuste de cuentas contra ese afán silenciador de los años oscuros que nos ha tocado vivir a muchos en nuestras edades tempranas. Porque la negación que acompañó a Antonio Ferrandis durante toda su carrera encuentra un eco en nuestra propia negación. Es más, nuestra lucha sigue siendo contra esa negación. Y la figura de Chanquete, además de rotundo icono sexual, tiene mucho de símbolo y de referente. Su historia, también en la nuestra. Y por eso, y por su enorme talento, no pensamos olvidarlo nunca.
«¿Es que no lo ves que te quiero follar? ¿No supiste leerlo en mi mirada cuando te cruzaste en mi camino? ¿Acaso despegué mis ojos del océano de los tuyos? Soy un libro abierto, ¿es que no lo ves? Mis pupilas hablaban de cosas sucias y de amor rápido, tenían toda la intención. Pies descalzos, mis caderas entre tus piernas, sube el culo un poco más. ¿Es que no lo ves que te la quiero clavar? ¿Qué vas a hacer? Vas a llorar. Tu cuerpo ya lo sabe, gózalo y déjame hacer, a ver si te enteras de una vez.»
Hace ya tiempo que venimos hablando de la factoría Marirecords, un sello editorial muy DIY y muy under que viene publicando a buen ritmo diferentes fanzines que van de lo musical (Guapa!) al cómic (Cancaneo Vacionil). Su último lanzamiento es este Pobre Herminio, una novela por entregas escrita e ilustrada por J. M. Juan, alma mater del sello, que supone una valiosa aportación a la tradición de ficción bear.
A lo largo de las páginas de esta primera entrega, su autor va desgranando la historia de amor y seducción entre Otto y Herminio, dos animales rústicos de talla XXXL a la búsqueda de algo más que un polvo en un contexto que no se lo pone fácil. En este Pobre Herminio encontramos una buena ración de morbo, erotismo y sudorosos cuerpos hirsutos pero también una historia emocionante de las que tocan la fibra. Un relato que se ocupa de la sexualidad y del amor entre hombres fuera de la norma oficial, sin dejar de lado el espíritu punk y metalero de Marirecords con sus guiños musicales y su gusto por el cancaneo asilvestrado.
Cabe destacar la belleza de sus ilustraciones y la esmerada edición en papel, en un paso cualitativo que va más allá del fanzine y que supone la apuesta más ambiciosa del sello hasta el momento (sin desmerecer al entrañable fanzine punk grapado al que nos tenía acostumbrado).
Para mí ha sido un honor colaborar en este primer número de Pobre Herminio elaborando el prólogo y espero ansioso su continuación. Son muchos los que ya tienen su ejemplar, si no es tu caso, ya tardas. Puedes conseguirlo a través de la tienda online de Marirecords tanto en papel como en pdf. Imprescindible.