

Dice Bob Pop, creador de la miniserie Maricón perdido, que no era su intención que esta se perciba como una sucesión de fogonazos de su propia vida sino como una suerte de collage de escenas, vividas o soñadas, que constituyen el tejido de su propia existencia, de aquello que ha llegado a ser. Hay cosas buenas aquí pero predomina la sensación de relato inconexo, caprichoso e incapaz de funcionar como un todo. Y es una lástima. Para una vez que una ficción televisiva LGTB nos ofrece un protagonista fuera de la norma, con sus kilos de más y sus movidas, que percibimos muy REALES, incluso catastróficas, el esfuerzo no llega a concretarse en una historia emocionante. Es esa falta de cohesión lo que me deja frío en el sofá y lo que da forma al pensamiento que me ronda cual moscardón. “Tampoco me parece tan interesante lo que me estás contando”.

Entre medias, alguna cosa de interés esbozada (los dardos a los gays como colectivo) pero nunca desarrollada y un amplio desierto por lo que se refiere a los personajes. El único que reclama cierta entidad, a excepción del propio protagonista, es el que interpreta Candela Peña pero eso es algo que me llevará tiempo digerir. Su personaje de madre estrafalaria tirando a tóxica la aboca a una sobreactuación que debe ser negociada duramente con el espectador. Esa negociación me sacaba de la serie cada vez que aparecía.
Luego está el final, que parece escenificar la condición de monstruo de Frankenstein de la serie de manera atropellada y morrocotuda, sin miedo a recurrir al comodín de la llamada (hola, Almodóvar; hola, Buenafuente). Donde se debería tocar la fibra se impone la sensación de “venga, acabemos con esto de una vez”. Como espectador me quedo deslavazado, como todo el conjunto. Observando desde la distancia una historia que reclama ser emocionante en lugar de serlo.



Sin duda, las cosas buenas que podemos rascar de estos seis capítulos tienen que ver con la implicación de los dos actores que interpretan al Bob Pop adolescente y al Bob Pop adulto, Gabriel Sánchez y Carlos González respectivamente. Porque lo mejor de este “Maricón perdido” son ellos, y su buen hacer hace que te preguntes donde hubiésemos podido llegar si los mimbres hubiesen sido otros.