HairyMag#4 For The Lovers of Hairy Men

Calentita, recién salida del horno de la factoría Torres Ibarzo Estudio, ya está aquí el número #4 de Hairy Magazine, la revista más furry del mercado, el homenaje definitivo a los hombres peludos de todos los tamaños. No encontrarás culos más apetitosos ni torsos tan poblados como estos, una guía erótica festiva imprescindible para el hombre moderno.

Según nos cuentan desde su web: «176 páginas rebosantes de fotografías exclusivas, textos cargados de referentes y morbo, arte, color (mucho color), furrylicious, barbas y pelo, hairy backs… Todo lo ortod-oso que siempre has encontrado en Hairy Mag. Editada en un formato de lujo, más grande y voluminoso, e impresa en distintos tipos de papel deluxe; el magazine incluye, por primera vez, la traducción de todos los textos al inglés; y se publica con dos portadas diferentes a elegir.». 

Todo un festín de imágenes y colaboraciones que no descuida la palabra escrita. Junto a textos de Bob Pop, Juan Flahn, Paco Tomás, Cachorro Lozano o La Terremoto de Alcorcón, también podrás encontrar «Un culo formidable», un relato inédito de un servidor, Bob Flesh, ilustrado con un magnífico dibujo del artista José Manuel Hortelano-Pi. Con este calor, combate el fuego con el fuego. HairyMag te quiere ayudar.

Quiero mi HairyMag

Follar en el Majestic

Había una serie de protocolos que seguir antes de llegar a la suite del ático. Pregunté en recepción y alguien hizo una llamada en voz muy baja, como si le hablase al cuello de la camisa. Un minuto después me confirmó que alguien me podía acompañar hasta el final del pasillo para empezar el recorrido ascendente. Mientras avanzaba reparaba en detalles que me hablaban de lujo. La moqueta bajo mis pies me hacía sentir que flotaba, que me deslizaba entre algodones: todo era silencio y confort. Tanta pompa me parecía excesiva, ni siquiera tengo el vocabulario para describirlo, yo solo quería llegar de A a B y, una vez allí, pasar un buen rato. 
Unos pisos después golpeé la puerta con los nudillos. El hombre que me abrió la puerta era maduro, poseía un frondoso bigote oscuro y, a través de su bata de seda, atisbé un apetecible cuerpo neumático aunque depilado. Un punto menos para él. Quise darle un beso pero la rigidez de su lenguaje corporal lo echó por tierra. Atravesamos el salón de su majestuosa suite y llegamos hasta el dormitorio. A la derecha, un gran ventanal y la terraza con vistas al Paseo de Gracia. Se quitó la bata y se quedó en calzoncillos. Parecían salidos del vestuario de una película del espacio, con ese acabado dorado que redondeaba las nalgas hasta convertirlas en algo puramente artificial. Mi polla empezó a sumirse en la indiferencia. 
Aquel hombre era un analfabeto sexual. Desconozco el motivo. Era un prestigioso editor de moda y había alcanzado el éxito. Pero no le servía de nada. La rigidez de su cuerpo era lo contrario de un afrodisiaco, su inseguridad aniquilaba todo asomo de deseo. No tenía ninguna iniciativa ni picardía. Todo aquel lujo para qué. Los calzoncillos espaciales debían de costar un riñón. Por alguna razón pensé en ellos mientras trataba de estimular sus pezones con mi juego de lengua. Nada ocurrió. O mejor dicho, sí. La certeza de estar perdiendo el tiempo. Le dije: «esto no está funcionando, me largo». Él asintió bovinamente. Por sus venas no corría sangre sino alguna bebida vegetal. Me vestí deprisa y suspiré con enfado mientras me ataba los cordones de las zapatillas. Él se había vuelto a poner sus calzoncillos dorados. Cuando salí a la calle me calé las gafas de sol para amortiguar la hiperrealidad. El lenguaje universal del amor no siempre es tan universal, del mismo modo que un hotel de cinco estrellas no tiene por qué garantizarte un polvo de cinco estrellas.  

Facultad del Folleteo

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Me licencié en la Facultad del Folleteo sin grandes aspavientos, lo tomé tal como venía, mi polla improvisaba, sabía comportarse, tú siempre obedecías (aunque ahora que lo pienso, era yo el que acudía). Hubo semanas de oro —de las del pleno al quince— y algún polvo olvidable, no malgastaré energías en maldecir a nadie. Me licencié con excelencia aunque siempre se puede llegar más lejos, me decía alguien. Cum Laude, Cum Load, Big Load, mucha cum y cómo conseguirla. Lo de ‘dame tu leche’ ya era un estribillo a estas alturas, música de ascensor o la casilla de salida. Yo me doy por satisfecho, las camas eran blandas y los culos, entrenados, se adaptaban a mi idioma. Más te vale tener reflejos, el mal aliento te expulsará de más de un lecho y harás bien en salir corriendo, también aprendí eso. Follar o no follar, tanto da la cosa, si no había risas me abstenía. A ti te encantaba, cómo lo gozabas, siempre suplicando, mendigando bola extra, cómo te pasabas. Aquí tienes la piscina, precipítate si te apetece, la medida es desmedida, pura maravilla —pero también— posible pesadilla, es preciso que lo sepas. La conclusión viene sola, quema el boletín de notas y no esperes demasiado, todo lo demás viene regalado.

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El pantalón de chándal

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«Sabía a lo que venía y apenas pudo esperar, ni siquiera aceptó el vaso de agua que le ofrecí. Yo llevaba puesto un pantalón de chándal y resultó ser un acierto. Su mano tanteó mi polla a través del algodón y cuando la atrapó con sus cinco dedos sintió el despertar de la bestia. Se le escapó un suspiro de satisfacción. Le metí la lengua en la boca y mi mazo duro palpitó en su mano. Para entonces las cosas ya estaban definidas. Lamí su oreja y la mordí. Gemía como un cerdito. Le di la vuelta y le bajé los pantalones. Su culo era ancho y carnoso, pálido como una luna fosforescente. Abrí sus rollizas nalgas y encajé mi rabo sobre su raja. Allí se estaba bien pero lo que palpitó entonces fue su ojete. Supongo que estaba adelantándose a los acontecimientos, pero yo tenía claro que no quería que las cosas se precipitaran de cualquier manera. Dosificar la espera, posponer la gratificación resultaba esencial para llegar más lejos. No soy un tipo impaciente, si el sexo no me lleva lejos no me interesa».

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Hubiese jurado que era mi nombre

Su cuerpo redondeado era el mejor instrumento en manos de un virtuoso. En aquella ocasión el virtuoso fui yo pero el mérito era todo suyo, tenía la sabiduría que aporta la edad. Su cama era de las de antes, allí se habían pegado polvos decimonónicos después de suculentos almuerzos. Su desnudez hablaba el lenguaje del amor y no me resultaba desconocido, solo había que dejarse llevar. Estimulé las profundidades de su hermoso culo con mis dedos, la nuez del placer respondía con descargas de intensidad eléctrica que tensaban su espalda y lo animaban a mover sus nalgas con movimientos salvajes. Supongo que fuimos subiendo la apuesta. Nuestros cuerpos estaban empapados de sudor y chapoteaban en plena fiesta. En aquel momento su cama ya era todo un cosmos sin esquinas ni límites visibles. Mis dedos seguían afinando aquella obra de ingeniería erótica. Ahora mi mano era un puño que tonteaba con penetrar aquel húmedo torbellino. Claro que podía entrar — joder, batía palmas por recibirme—, pero mi polla estaba a plena asta y no necesitaba banderas para anunciarlo. Cuando se la clavé murmuró algo sucio que no pude oír. Hubiese jurado que era mi nombre. 

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