Los diálogos preliminares entre él y yo se parecían mucho a los del porno, no tenían ningún interés, daban ganas de darle al avance rápido. Así que entramos en materia y él se convirtió en un volcán en erupción. Su cama era Pompeya y se disponía a ser arrasada por el fuego. Pronto empezó a gritarme y a suplicarme. “¡Viólame, viólame!”. Eso me llevó a pensar en lo mal que se lleva nuestra vida sexual con lo políticamente correcto. Me lo había quitado todo menos el sombrero, siempre me pedía que me lo dejase puesto. Empecé a sudar y él también. Sus nalgas tenían un tacto acuático, las zurré con ganas mientras él seguía gritando cosas sucias. El fuego nos hacía sudar cada vez más. “¡Me pones muy puta, joder!”. Cuando terminamos él empezó a roncar, estaba en paz consigo mismo y con el mundo. El sombrero me agobiaba y lo dejé sobre la cama. Dicen que trae mala suerte pero a mí me daba completamente igual.