Gay Pulp Fiction

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Siempre he considerado mi serie de novelas de osos como herederas de la tradición de la literatura pulp gay que empezó a popularizarse en los quioscos de Estados Unidos a partir de los años cincuenta, y especialmente ya entrada la década de los sesenta, en un momento en el que la censura se volvía más permisiva. Si alguien quiere tirar del hilo de la gay pulp fiction siempre puede empezar por echarle un vistazo a su correspondiente entrada de wikipedia. De lo que allí se dice me interesa destacar dos cosas. Una, que la denominación pulp viene dada por los pobres materiales con los que se llevaban a cabo las ediciones (pulpa de madera) y por su adscripción a los géneros populares más alejados de la alta literatura. Y dos, cosa curiosa, es notorio que desde un principio el mayor tirón comercial de este tipo de experiencias se concentró en las obras dedicadas a las historias sobre lesbianismo. Esto es así debido a que la categoría lesbian pulp fiction atraía tanto a lesbianas como a mujeres heterosexuales, como a hombres heterosexuales, es decir, a prácticamente todo el pastel completo de potenciales consumidores.

Sería ya a partir de la década de los sesenta y setenta cuando la gay pulp fiction coloniza el mercado en mayor medida. Estas sucias novelas se distancian de la literatura Pulp mainstream debido a su gusto por lo pornográfico y por incluir todo tipo de elementos tabú en sus argumentos. Más allá del delirio narrativo de sus propuestas (amores contra natura entre soldados yanquis y confederados, relaciones sadomosoquistas entre nazis y judíos), son muchos los estudiosos que señalan su valor a la hora de documentar momentos pretéritos de las subculturas LGTB.

Siento una gran simpatía por estas experiencias literarias que se mueven en las zonas abisales del buen gusto por su carácter pionero, por sus aires liberadores y porque evidencian algo que se mantiene vigente hoy día: la necesidad de los gays por disfrutar de historias que construyan un universo narrativo a la medida de sus intereses sexuales. Algo que —humildemente— llevo haciendo durante estos últimos cinco años a través de mi serie Palabra de Oso. Sin embargo, el motivo principal que me ha animado a hacer esta entrada es el de reivindicar el arte gráfico que encontramos en sus portadas, aspecto fundamental puesto que se trataba de novelas que debían resultar terriblemente atrayentes para sus potenciales consumidores desde el primer furtivo golpe de vista. Os dejo con una selección de entre las muchas que pueden encontrarse en la red. Prestad atención también a los eslóganes, no tienen desperdicio.

Fuente: Monster Mama

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