Homosexualidades fuera de norma. BangBang! El oso como gángster marica

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Iba a titular este post ‘Masculinidades fuera de norma’ pero, francamente, creo que resulta más apropiado el que he escogido finalmente, ‘Homosexualidades fuera de norma’. Frente al devenir del movimiento gay, ahora LGBTQI, parece claro que nos deslizamos siguiendo una lógica que va desde lo marginal hacia lo global, en una continua e imparable lucha por ganar visibilidad y en la medida de lo posible colonizar el mainstream. La consecuencias de esto son incuestionablemente positivas (los gays no solo existimos, sino que nos corresponden los mismos derechos que a los demás) pero en esta escalada a la visibilidad global debemos pagar un peaje que se deriva del siguiente silogismo: “Si el lenguaje del mainstream se basa en el estereotipo lo mismo ocurrirá con el lenguaje de cualquier movimiento o subcultura que sea incorporada a su órbita, es decir, estamos abocados a morir en el maldito estereotipo”. En efecto, toda una fatalidad.

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Por consiguiente, la cultura gay (subculture no more) se expandirá por el ancho mundo mostrando unas cartas comunes, homogeneizadas y bien reconocibles cuya cristalización poseerá la forma y las maneras del ‘gay’ como construcción cultural, es decir, del mero estereotipo. Será guapo, cuidará su cuerpo, se depilará, se aplicará cremas, bailará bien, tendrá un razonable poder adquisitivo tirando a alto, estará muy interesado por la moda y fomentará el estrellato de cuantas divas gay vengan por delante.

No es el objeto de este artículo abundar en este debate. En todo caso me gustaría señalar la necesidad de una literatura queer (hablo tanto de ensayos como de ficción narrativa) que se ocupe del daño que semejante concepción idealizada de lo gay provoca sobre todas aquellas minorías e identidades que se hallan fuera del insoportable influjo de la norma descrita más arriba.
Personalmente me considero un homosexual fuera de norma, y consecuentemente, me interesan mucho todas aquellas homosexualidades que se presentan como no normativas, complejas, misteriosas, en definitiva, muy alejadas del estereotipo. Esto es algo que evidenció de manera espontánea la subcultura bear. Al menos en sus inicios, resultaba especialmente reconfortante, una verdadera posibilidad de escape, la posibilidad de escapar de una idea de lo gay con la que no nos identificamos.

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Me atrae la idea de trazar una genealogía que describa la presencia de esas homosexualidades fuera de norma a lo largo de los tiempos y a lo ancho de la cultura popular que nos rodea. Remontándonos antes y más alla de las coordenadas del movimiento bear a la búsqueda de momentos que alumbran la posibilidad de otra manera de entender lo gay, encontramos un precedente notable en la obra de Balzac, a través de su personaje Vautrin, oso pionero, hedonista e inmoral que siembra la semilla literaria de una masculinidad que se aleja de su contorno más convencional. Si quieres saber más, pincha aquí. Estamos en el siglo XIX, y de ahí tendemos un puente con el siglo XX a través de uno de sus más fabulosos inventos, el cine.

Homosexualidades fuera de norma. Tipos duros, masculinos, velludos, corpulentos, todos ellos atrapados en una estructura patriarcal que no les impedirá desarrollar sus propios intereses en materia sexual. El cine negro ofrece una amplia galería de personajes que se construyen según estos parámetros, casi siempre vinculados a lo decadente, lo corrupto o lo bizarro.

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Dominic Noonan (Manchester, 1964) es un gángster británico condenado a penas de prisión en más de cuarenta ocasiones por delitos tales como robo, asalto policial, posesión de armas de fuego o fraude. Ha pasado más de veinte años en cárceles de toda Gran Bretaña. Posee una poderosa espalda, lleva la cabeza afeitada y su nuca doble destaca si lo miras por la espalda. Es un tipo duro y homosexual en un contexto rabiosamente heterosexual. Puedes verlo cruzar una calle de su Manchester natal acompañado de una corte de pequeños granujas casi adolescentes, su gang particular, caldo de fechorías, acaso sus amantes. Hace unos años fue el objeto de un curioso documental que recomiendo desde aquí, A Very British Gangster (2007).

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La figura de Noonan recupera la esencia del villano clásico del cine negro desglosada en títulos canónicos como El halcón maltés (1941) o El sueño eterno (1946) pasada por el filtro de la tradición del gángster marica típicamente british, con referentes reales como los célebres hermanos Kray y sus consiguientes derivaciones cinematográficas o literarias como la maravillosa novela de Jake Arnott “Delitos a largo plazo” (1999).

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Se trata de personajes surgidos más allá del estereotipo que en cierto modo encarnan una masculinidad, perdón, una homosexualidad fuera de la norma que los emparenta con la subcultura bear. Hablamos de tipos grandes y robustos que follan entre ellos como opción primera. Algo así como los primos hermanos de los osos.

Tipos rudos, film noir y ligera impronta filogay es algo que se respira también en algunas de las escenas literarias y cinematográficas perpetradas por los hermanos Coen. En su compendio de relatos “Las puertas del edén” (2008) se vuelve a percibir ese aroma que ya habíamos detectado en títulos anteriores como Muerte entre las flores (1990) o El hombre que nunca estuvo allí (2001). Toda una galería de personajes vulgares, fondones, patanes, timadores, siempre con un pie, o acaso los dos, fuera de la ley, fuera de la norma. Es quizá por ello por lo que resulta tan fácil considerarlos un eco de las masculinidades apropiadas desde la cultura gay a través de la movida de los osos, personajes que no acaban de encajar en los patrones patentados por un mainstream a menudo perezoso y simplificador. Los gángsters maricas poseen una esencia fascinante que recupera parte del misterio y del peligro primigenio. Una sexualidad peligrosa, un cuerpo poderoso, un desafío a lo establecido en el peor contexto posible, un mundo macho rabiosamente patriarcal. El mainstream en sí y la cultura gay oficial en particular apenas dejan lugar para lo auténtico, lo arriesgado o lo salvaje, para ellos todo es blanco o negro, sin zonas difusas, a la postre, provocan disgusto porque resultan demasiado previsibles. Por eso, ahora mismo parece tener bastante sentido reivindicar las homosexualidades fuera de la norma, ahora que nos encontramos en un momento delicado y poco halagüeño: aún no hemos escapado de un contexto heteronormativo para caer en otro homonormativo. Por favor, ¿alguien puede dejar de producir tantas normas? ¿Podéis dejarnos vivir en paz y asimilar de una vez la variedad de cuerpos, deseos y sexualidades? Definitivamente, quiero ser un marica fuera de norma.

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The Man Who Wasn’t There, 2001

Más gángsters maricas: Dr. Insermini

Bearteca: Los cogegordos

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Hoy recupero para la Bearteca un curioso artículo de Óscar David López publicado en la edición mexicana de la revista Vice en octubre del 2013. En él su autor lleva a cabo un pequeño trabajo de campo sobre los chasers, es decir, cazadores de osos o como él los bautiza, los cogegordos. Su punto de vista oscila entre la sorpresa y la ingenuidad, como si fuera toda una revelación que existan maricas que no gusten de los cuerpos de belleza estereotipada a los que nos tiene acostumbrados el dichoso mainstream. La parte principal -y la más interesante- del artículo es aquella en la que diferentes chasers o cogegordos se someten al cuestionario del periodista, quien da pie a la batería de testimonios con su particular estilo:

«En esa búsqueda por entender a mi ex amante, pregunté a varios chasers vía correo electrónico algunas cosas en relación a su deseo. Aunque todos son admiradores de lo gordo, unos son más modositos que otros en sus respuestas, ya que sólo creen que han resbalado contra unos hombres de piel de banqueta y que no es nada serio, pero otros aman verdaderamente los cuerpos grandes y duros, ásperos, aunque tengan problemas de erección, o que vivan con un tufo aún a comida grasosa. Ellos dicen que les resulta más estimulante para la acción un cuerpo obeso que un tipo flaco. Quizá para muchos resulte extraña y excesiva la mayoría de las respuestas que leerán, pero creo que no hay otra manera más honesta de acercarse a la experiencia de los cogegordos que a través de una gruesa fila de ideas sobre el tema. Incluso, quizá alguno de ustedes termine por intentar seducir a un gordito en los próximos días. Abran la boca grande, pues.»

Leer el artículo completo. 

Los osos y la imposibilidad de expresar el deseo

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Lazy Bear Weekend – Photo by L. S. Ludwig

Mirad, son malos tiempos para expresar el deseo. Poneos en la piel de un creador o de un escritor, como es mi caso. Si desarrollas ficciones protagonizadas por personajes creados a la medida del canon estético universal estás contribuyendo al odioso afán simplificador del mainstream, a su odiosa dependencia del estereotipo y al culto a los cuerpos imposibles. Si, por contra, apuestas por otro tipo de cánones, aquellos que huyen de la irritante perfección del anuncio de calzoncillos, en favor de cuerpos robustos, redondos y sobrados de kilos, también parece que la cuestión se convierte en problemática.

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Meses atrás una revista literaria online publicaba un breve artículo sobre el subgénero de Literatura Bear a colación de mi serie de novelas eróticas Palabra de Oso. En los comentarios, podía leerse la opinión de una internauta en la que decía lo siguiente: “Conocía la corriente “oso”, lo que no conocía era el subgénero literario. No me vuelve loca la idea de una glorificación de la obesidad, sinceramente. Creo que no es sano. Tampoco me lo parece la glorificación de los cuerpos perfectos y la eterna juventud, vampiros aparte.”

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Semejante afirmación resulta especialmente reveladora del momento actual. Para bien o para mal, seguimos viviendo en la era de lo políticamente correcto. Supuestamente, hay un interés creciente entre lxs creadorxs por no caer en el estereotipo ni herir susceptibilidades por razón de raza, físico u orientación sexual. Pero si suscribimos las palabras de la internauta (que firma como Ana J.), llegamos a la conclusión de que, yo, Bob Flesh, no puedo expresar el deseo sexual que siento hacia los hombres gordos y fornidos. En definitiva, como escritor, debo renunciar a él como material literario para no caer en lo «políticamente incorrecto».

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Portada de «Arde París», una de mis novelas políticamente incorrectas.

La conclusión que saco de todo esto es que las consecuencias de la era de lo políticamente correcto (recordemos que dicha noción empieza a usarse a finales ochenta/primeros noventa) son tan bienintencionadas como nefastas. ¿Por qué? Porque a menudo las buenas intenciones, más que cargarlas el diablo, las carga la estupidez más extrema. Resumiendo, lo que me están diciendo es que no puedo escribir una novela erótica en la que aparezcan personajes gordos haciendo el amor entre ellos porque estoy llevando a cabo una celebración de la obesidad, y eso no es sano.

Fragmento de la serie «El Ósculo hirsuto» – Guibu ©

Comentarios como el de Ana J. son tan necios y peligrosos como las típicas afirmaciones hechas desde una esfera patriarcal, rancia y heteronormativa. Es preciso darse cuenta de estas contradicciones, reflexionar sobre ellas y evolucionar. Hay un hecho, muchos hechos, hay autores y artistas que hablan de cuerpos perfectos y se alimentan del sempiterno canon estético universal. Y luego hay escritores como yo, o como Guibu (con su serie El Ósculo Hirsuto), o como Daniel Mainé (con su Bearton City), o como Victorvanupp (con sus relatos sobre la Madurez Gay), que nos sentimos motivados por otro tipo de cuerpos, redondos, confortables, rotundos. El debate de si esta vertiente de la creación artística es sana o no, resulta prepotente, equivocado, desfasado y sobre todo ridículo.

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Imagen promocional de Bearton City – Daniel Mainé ©

Ya está bien de afirmaciones ociosas y dañinas. Abrámonos a la diversidad, porque de eso se trata. No de glorificar un solo tipo de cuerpo sino la amplia variedad que nos ofrece la naturaleza humana. ¡Por supuesto que podemos glorificar! Escribir escenas eróticas protagonizadas por hombres gordos tiene que ver con la expresión del deseo, con algo sincero, verdadero, profundo y compartido por otros muchos lectores (¿lo pillas Ana J.?). Negarnos esta posibilidad significa censurar, silenciar y condenar de la manera más descerebrada, poco menos que regresar a un régimen totalitario. Dicho esto, mi reflexión del día es la que sigue: expresemos el deseo, claro que sí, y a ser posible abrazando la diversidad de cuerpos. De hecho, casi todos ellos tienen cabida en mi serie Palabra de Oso: osos polares, chubbies lampiños, chasers esbeltos, daddies canosos, etc, etc. Apostemos por la variedad y dejemos de condenar con clichés de tertulia de sobremesa. Porque llegados a este punto es preciso que sepas algo que te afecta directamente: la estupidez nos rodea y en tus manos está detectarla.

Hipsters maricas Versus Osos con camisa de cuadros

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La evolución del movimiento bear describe una curva perfectamente paralela a la de tantos otras subculturas. Rise and fall, dirán los más agoreros, auge y caída. Es lo mismo que le pasó al punk, al rocanrol y a otras movidas. De repente, el mercado lo ha engullido todo, parece que la esencia se diluye en la construcción de un nuevo estereotipo que se sumara a la gran marea del mainstream.

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¿Que tiene que ver todo esto con los osos? Mirad, desde los años noventa hasta la actualidad han transcurrido ya más de dos décadas. Las voces críticas que señalan que el movimiento oso ha perdido su autenticidad pueden tener parte de razón, pero, como me gusta decir, no podemos pretender que las cosas permanezcan inmutables a lo largo de los siglos, básicamente, porque la inmutabilidad no existe.

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La lectura que hago de todo esto no es la típica que cabe esperar de un abuelo cebolleta, de aquel que se aferra al mantra de que “cualquier tiempo pasado fue mejor”. Ni mejor ni peor, en todo caso diferente. La figura del oso ha evolucionado del bear primigenio, con barba asilvestrada, aires de leñador y camisa de cuadros a la del oso hipsterizado, elegante, sofisticado, preocupado por el vestir y practicante de una fina ironía marica que le distancia de su entorno y de la herencia de un pasado con el que no se identifica necesariamente.

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Puede que se trate de una lectura superficial, quizá lo sea y me permito recordar que me muevo en el terreno de la especulación, no pretendo sentar cátedra en absoluto. Desde este punto de vista podríamos decir que el movimiento bear se halla inmerso en su segunda ola, por usar la jerga de los feminismos. Una segunda ola que se distancia de la primera, a la vez que queda solapada con la misma (no nos engañemos ambas olas siguen coexistiendo, independientemente de cuestiones secundarias como la edad).

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Hipsters maricas versus osos con camisa de cuadros. Durante este tiempo han pasado muchas cosas. Los osos han llegado al mainstream marica (han sido fagocitados y transformados, más bien) y los nuevos cachorros se han encontrado con un contexto muy diferente. No parece tener demasiado sentido de hablar de un “orgullo bear”. Cualquiera diría que los osos han existido desde siempre, no hay gran cosa que celebrar. Los jóvenes cachorros vienen pisando fuerte y se preocupan más por llevar una barba soberbiamente cultivada (el componente hirsuto del rollo oso se ha concentrado en el poder y las posibilidades del vello facial) que por participar de otras rutinas. Atención, quiero que se me entienda bien, no busquéis reproche en mis palabras, a mí todo esto me parece de lo más natural. Es algo consustancial a las nuevas generaciones (por algo son nuevas, porque se distancian del pasado).

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El oso de inspiración leñadora y asilvestrada sigue acudiendo a eventos osunos naturistas, mientras que el oso hipster prefiere escaparse a ver un concierto de Antony and The Johnsons, Perfume Genius o de Hot Chip. El oso de antes recurría al tatuaje tribal, a la pezuña del oso y demás variantes. El oso hipster se interesa por el tattoo como algo que va más allá del componente tribal. De hecho, jamás se tatuará un tribal sino algo más elaborado. La asunción de los tatuajes por parte de la modernidad hipster tiene más que ver con la caída de unas barreras culturales que con otra cosa, supone la consolidación de un proceso que empezó hace ya unos cuantos años (ojo, no estoy diciendo que los hipsters hayan dignificado los tatuajes sino que los han democratizado aún más). Si antes poseía ese carácter tribal o de subcultura ahora prima su carácter meramente estético. Las malas lenguas dirían que las connotaciones low culture del tattoo taleguero o de subcultura han sido redimidas por una concepción reloaded y preciosista, propia de la movida hipster. Hoy en día resulta difícil encontrarse con alguien que no lleve algún tatuaje. Ya no es patrimonio de unos pocos sino de la cultura pop en toda su extensión. Nunca en mi vida había conocido a tantos tatuadores. Lo juro. Y eso que Bob Flesh no lleva ningún tattoo (ni siquiera en su rolliza nalga izquierda, como algunos se han atrevido a rumorear).

Más cosas. El hipster marica está más cerca de los hipsters heteros que de los osos Old School. Esto puede crear confusión. Y créanme, a veces resulta muy difícil (por no decir imposible) distinguir a un oso hipster de un hipster hetero. Todos parecen igual de maricas e igual de masculinos. A mí esto me gusta, en mi opinión recupera cierta parte del misterio, de la ambigüedad y de la excitación deseada. Tengo un amigo chaser que suele decirme que le disgusta (y que le parece poco erótico) encontrar zarpas de oso en la anatomía de sus amantes. Puedo entenderlo.

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En mi novela La leyenda del oso polar (Palabra de Oso#5) aparece un oso hipster descrito en clave de humor. Básicamente, lo que quería hacer era plantear la confusión que pueden experimentar las nuevas generaciones de osos en un contexto estético tan cool, tan alejado del desgarbado estilo de leñador de Nebraska. Las coordenadas estéticas han cambiado y han afectado a una parte de la comunidad bear, no a todos, ni siquiera a una mayoría, pero sí a la visibilidad de un colectivo amplificada por la difusión mediática, bloguera y 2.0. El oso hipster parece resultar más fotogénico (ay, también más delgado) y adaptarse cómodamente a la estética de un mundo Instagram en el que los filtros proporcionan un baño inmediato de sofisticación. En general, todo mola bastante, aunque ahora que lo pienso, quizá demasiado.

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Y la cosa es que a la segunda ola del movimiento bear le sucederá una tercera, a la que —a lo mejor— llamaremos Era Post-Bear. Entonces las cosas serán muy diferentes, y los osos hipsters ya convertidos en daddies de pelo cano mirarán con extrañeza a los nuevos cachorros. Correrá el año 2042 y alguien, en la soledad de su acogedor salón, estará escribiendo un artículo muy parecido a este. Los ciclos se seguirán sucediendo como si no hubieran existido antes y, en ese preciso momento, alguien bostezará desde la penumbra de un rincón.

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No es habitual encontrar un personaje bear dentro de una ficción gay. De ahí mi sorpresa ante el hecho de que los guionistas de la serie Looking decidiesen —en su segunda temporada— emparejar a uno de sus protagonistas con un oso robusto, redondo, hirsuto y con carácter. Dentro de todo el aire random y de descuido argumental del que hace gala esta segunda temporada, todo apuntaba a que el personaje de Eddie (así se llama el bear character) desapareciese definitivamente después del primer capítulo, sin embargo, dentro de esta lógica narrativa esquiva, caprichosa y un tanto absurda, me esperaba una gran sorpresa: ¡la historia de amor entre el melancólico hipster Agustín y el gran oso Eddie tenía futuro! Oh, sorpresa, qué cosa más inesperada. ¡Gracias mainstream marica por el detalle! Además, en mi opinión, esto es algo muy bonito e importante, puesto que los guionistas de la serie nos enseñan una gran lección, a saber, que el chaser no solo nace sino que también se hace. ¡Bien por Agustín y bien por los guionistas! Y conste que digo esto sin ironía ninguna. Solo dos cosas quedan por lamentar, la primera, que la trama amorosa de Agustín y Eddie tenga tan poco peso en el conjunto de la historia, y la segunda, la tan sonada cancelación de la serie.

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Por supuesto, he querido saber más sobre el actor que interpreta al personaje de Eddie, un oso bonachón con VIH un tanto atormentado por su mala suerte en el amor, que emplea su tiempo en trabajar en una casa de acogida para niños transgénero. Aquí unas píldoras de wiki-saber sobre el actor: nacido en Brooklyn, Nueva York, en el año 1978, Daniel Franzese ha intervenido en un buen número de producciones para cine y televisión. Su papel más memorable hasta el momento es el del amanerado grandullón de instituto Damian en esa peli de culto que Lindsay Lohan rodó en el 2004 titulada Mean Girls. Sus rasgos distintivos son tres, un físico rotundo y desgarbado, un vozarrón capaz de ponerte los pezones de punta y una dentadura un tanto prominente que le otorga una dureza adicional al conjunto.

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Mean Girls, 2004

Cabe señalar que la misma ambigüedad sexual que planeaba sobre su personaje de Damian se hizo extensible a su propia figura. Después de hacerse el Ricky Martin durante unos cuantos años, Daniel Franzese terminó por ser honesto consigo mismo y asumió públicamente su homosexualidad. Hace unos meses la web queerty.com publicaba una entrevista con él de la que podemos recuperar un buen puñado de las declaraciones que el actor hizo sobre temas que nos interesan mucho por aquí. Es de agradecer su actitud beligerante con las dinámicas típicas del mainstream hollywoodiense, su compromiso con la causa trans y su lucha porque las cosas cambien. Os dejo con una selección/resumen de la entrevista. Confieso que aunque Daniel/Eddie no acaba de ser exactamente mi tipo, ha terminado seduciéndome. Es hot por fuera y por dentro. Y si no lo creen, presten atención a sus palabras:

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Sobre Looking:
“Cuando empezaron a emitirla un amigo me preguntó si la había visto. Le dije que no porque tenía mis reservas respecto a que se ocupase de tipos como yo. Nunca hay tíos que luzcan como yo en los contenidos gays.

Sobre si Looking refleja adecuadamente a la comunidad LGBTI:
“Existen tan pocos programas que podamos considerar 100% nuestros en tanto colectivo LGBTI, que Looking permanece como el único show sobre personajes gays. Todo el mundo quiere verse representado en él. Es posible que no todos pudieran reconocerse en la primera temporada, pero estabas aprendiendo acerca de esta nueva gente. Me encantó la historia, los personajes y su viaje”.

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Sobre la responsabilidad de representar a la comunidad Bear:
“No sentí ninguna presión. Si he sentido algo es una fuente de orgullo. Sé del confort que mi personaje de Damian en Mean Girls otorgó a los chicos en edad escolar, así que esto es una oportunidad de un modo adulto de continuar haciendo lo mismo. Estaba excitado. Me dije: ‘¡Me voy a poner en plan Lena Dunham! Estoy en la HBO y apareceré desnudo.’ Creo que es importante mostrar diferentes tipos de cuerpos. Una cosa muy bonita acerca de la comunidad bear es que acoge a todo el mundo. Este es el plus del rollo oso. Todos aquellos que sean amables y quieran pertenecer a la misma serán amigos. Así que estoy superorgulloso de representar ese espíritu. Nunca había visto eso en ningún otro show gay antes. Yo tenía mis reticencias a la hora de ver Looking debido a los prejuicios que tenía respecto a otros programas gays anteriores. Así que mi enhorabuena para ellos por estar dispuestos a llevarlo a cabo. Eso es lo que me parece tan loco. Ambos Michael [Lannan, el otro showrunner de Looking] y Andrew Haigh me dijeron: “Adoramos a los tipos grandes. ¡Los tíos grandes están cañón!”. Son desaliñados. Llevamos barbas, chocamos los cinco. Me honra ser capaz de representar a gente como yo.”

Sobre su escena de sexo en Looking:
“Te diré lo que les dije a los productores. Les di una política de no hay límites. Fue en plan, ‘si me vais a sacar guapo y sexy, hagámoslo, sea lo que sea.’ Estoy muy abierto y dispuesto a este tipo de material. En esta serie las escenas de sexo son importantes para contar la historia. Es una de las cosas que ha hecho que el show sea tan bien recibido y haya merecido tantos elogios. El sexo es auténtico e importante y se las arregla para ser cachondo. A veces los sonidos que escuchas en una escena de sexo son más calientes que la manera en que lo hacen. Yo estaba listo para hacer eso. Si voy a participar en algo tan íntimo, confío en su visión. No tengo ningún problema en desnudarme si tengo que hacerlo.

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Esto es lo que Bob Flesh considera como minuto de oro en televisión.

Sobre la estrechez de miras de los directores de casting:
“Si el papel reclama al típico hombre común, probablemente no van a llamar a un actor gay. El problema no es exclusivo de los actores gays. Piensa en los actores transexuales. ¿Por qué no puede un actor transexual interpretar a un manager de hotel o al típico mejor amigo del protagonista? Hay gente cuyos mejores amigos son transexuales y también existen transexuales que trabajan como manager de hotel. Pero cuando ellos llevan a cabo el casting de estos personajes ni siquiera consideran a los actores transexuales. Es un problema y no sé cómo resolverlo. El primer borrador de la carta que escribí era realmente furioso. Estaba realmente cabreado porque esto les estuviera ocurriendo a los actores. Me puse en plan combativo a lo Norma Rae, les pedía a los directores de casting que enfocasen las cosas de manera diferente. Entonces pensé que como primer paso no resultaba adecuado. Necesito expresar que soy gay y luego tomarme un respiro y disfrutar de la liberación que supone ser honesto antes que mostrarme cabreado. Pero aún estoy muy enfadado respecto a esto. Sigue siendo todo un problema en Hollywood.»

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Sobre la posibilidad de que esto cambie:
“Adoro a la gente como Ryan Murphy [creador de series como Nip/Tuck, Glee o American Horror Story] quien ignora completamente todo esto y elige su casting en función del talento. Admiro a directores de casting como Carmen Cuba a quien conocí en un club gay y me escogió para interpretar a un personaje hetero en Bully (2001, Larry Clark), en lo que supuso mi primer papel. En la última temporada de Looking eligió a un actor trans para interpretar a un chef y no dijo nada sobre ello. Creo que es algo que la gente debe animarse a hacer a partir de ahora. Es preciso que se convierta en algo cool para los directores de casting. Puedes cambiar la mentalidad de alguien en el Cinturón de la Biblia [extensa región de los USA especialmente conservadora] o de cualquier otro lugar donde existen prejuicios contra el colectivo LGBTI en dos segundos con un episodio impresionante de un programa de televisión. La capacidad de transformar esto pertenece a los estudios y a los directores de casting. Ellos pueden cambiar la manera en que la gente se sienta mañana por la manera en que la representan en sus programas de televisión. Así que incorporemos a más actores transexuales y veamos lo que ocurre. Ello ayudaría a crear un nivel de igualdad dentro de la comunidad de actores.»

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Si quieres leer la entrevista completa puedes hacerlo aquí y si quieres convertirte en seguidor del Instagram de Daniel búscalo como @whatsupdanny.