Tirantes

Llevaba tirantes y eso puntuaba doble, su barriga era desafiante y casi geométrica. Sentí el deseo de recostar mi cansada cabeza sobre ella. Todo en él me hablaba de armonía, mullidez y sexo del bueno. Una caída de ojos, un encogimiento de hombros y unos antebrazos peludos tostados por el sol. Al pasar por la estrechez del pasillo del tren, mi hermosa polla rozó su muslo y adquirió la contundencia de la certeza de un modo inmediato. Él me miró con aquellos ojos del color del océano y yo me quedé hechizado por la magia del momento. Ah, la certeza, otra vez había tropezado con ella.

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Su gran premio


Llevaba un buen rato disfrutando de aquella polla, devorándola y saboreándola sin prisas, engullendo todo el tronco hasta sofocarse. Había conseguido despertarla y proporcionarle una envergadura asombrosa. Tras robarle unas nuevas gotas de precum, degustó el delicioso licor y decidió que la necesitaba en lo más profundo de su culo, la quería ya, en ese preciso momento, sin excusas, por el ojete, toda entera, cuan larga era, penetrando su culo gordo y agradecido. Una vez dentro apretaría las nalgas hasta endurecerlas como el metal y ceñiría su gran premio con ellas, lo atraparía, ¡estaba en su poder!, y le exigiría toda esa leche caliente que —honestamente— le pertenecía a él y solo a él. Joder, ¡se la había ganado!

La única certeza en el mundo

Una hermosa polla tiesa era una certeza y esa era una cuestión que había que valorar en toda su importancia. En otras palabras, un pollón largo y grueso surcado por venas oscuras y tejido sensible. Por momentos su mente académica casi se había visto reducida a la nada. Todo resultaba abstracto, dudoso o indemostrable. Allí era donde le había dejado la resaca de la posmodernidad. En medio de un desierto. Por eso había decidido echarse en manos de un amante tras otro. Él era un hombre gordo en la madurez de su vida cuyos principios científicos se evaporaban en la aridez del terreno. Pero él era un hombre todavía atractivo capaz de despertar erecciones rotundas en sus amantes. Porque, vale la pena insistir, aquellas pollas estaban así de duras y tiesas por él, por sus carnes generosas y armoniosas, y también por ese rostro tosco esculpido por el escepticismo. De modo que antes de ser penetrado por una de aquellas hermosas pollas se recreaba en el sabor de la certeza. ¿Estaba dura aquella polla? Cierto. ¿Se encontraba en ese estado por su causa, debido a su atractivo? Más que cierto. Cuando la dureza se abría paso a través de su carne y le provocaba aquella sensación de intenso placer su cuerpo rechoncho se estremecía como nunca, hasta el punto de eyacular unas gotas de bienvenida. Pero tal y como él lo veía, aquella bienvenida no era tanto para recibir aquella hermosa polla tiesa como para celebrar el poder y la gloria de la única certeza que existía.

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Nunca subestimes a un power bottom

Para Tony follar era un combate. Solo uno de los dos se proclamaría vencedor. Para él la lucha consistía en aguantar las embestidas del empotrador y encajar aquellas grandes pollas en su experimentado culo. El polvo era todo un viaje que podía alargarse más o menos, en función de la resistencia de ambos. Las caderas del otro se movían con suavidad al principio pero solo al principio y en ocasiones ni eso. Poco después el sudor cubría ambos cuerpos y los empellones sacudían las redondeces de Tony con una furia absolutamente fuera de control. Era el momento de los insultos. Tony se desgañitaba insultando al macho, llamándole ‘bastardo hijo de puta’ y cualquier cosa que le pasara por la cabeza. Aquel respondía redoblando su esfuerzo, con el sudor cubriéndole la frente, los ojos escocidos y la necesidad de conquistar de una vez las nalgas carnosas que tenía entre manos. Y el tiempo pasaba. Y el desafío aumentaba hasta convertirse en algo mayor que se les iba de las manos. Pero nunca subestimes a un amante como Tony. Sabe follar como nadie y no se conforma con cualquier cosa, te exigirá que acabes con él sin contemplaciones o que te sometas al poderío del auténtico power bottom. Cuando el enemigo se derrumbaba sobre su cuerpo empapado, el orgasmo se escuchaba a dos manzanas. La expresión “you bastard!” seguía saliendo de su garganta pero ahora a modo de ronroneo. Su cuerpo entero se estremecía por el placer que proporciona la victoria. Hasta donde yo sé, permanece invicto. Así es Tony. 

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El último de ellos

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Algunos de ellos se sincronizan con sus mujeres a lo largo de la gestación. Cuando ya son papás sus caderas se ensanchan como una sandía bajo el inclemente sol de agosto, sus tetas aumentan de tamaño en un guiño a la abundancia y se vuelven fértiles y mullidas. El pelo empieza a crecer por los lugares más insospechados. Su regazo se redondea y se prepara para resultar acogedor de un modo universal. Los andares se vuelven pausados y algo torpes, el culo empieza a pesar ahí atrás. Los muslos se rozan entre sí cuando hay prisa. El último de ellos llevaba una estelada tatuada de forma pedestre en el hombro derecho. Los colores apenas se distinguían pero él era un incendio con patas. Ser papá le hacía ir estresado todo el día. Antes de terminar me pidió que la sacara y que se lo diese en la boca. «Vull que vegis com me l’empasso», me dijo. Que en catalán significa «quiero que veas cómo me la trago»